Lo que oculta él

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 Y así pasaron los meses para la embelesada Martina; casi desdibujando el fluir del tiempo ante su creciente obsesión. Meses en los que no había hecho más que pensar en sus jornadas nocturnas, meses donde su deseo de más había acrecentado, a la par que su satisfacción había disminuido. En ella empezaba a aflorar un nuevo sentimiento, uno que le costaba comprender, uno que estaba entre el hastío y el aburrimiento.

Aun así, seguía atendiendo al patio de su vecino; aunque pensara que se gastaba con cada vez, pese a sentir que estaba quemando algo que no iba a recuperar, no podía evitarlo. Su rendimiento en la escuela había empeorado, sus padres estaban preocupados, más estando en los últimos años. También hablaba menos con sus amigas, por lo que gradualmente fue quedándose sola. Pero a ella poco le importaba, incluso tras mirarlo mil veces, quería hacerlo una vez más.

No obstante, incluso con la mente abotonada de pensamientos unidireccionales hacia César, había conseguido terminar el año y no llevarse ninguna materia. Desde entonces sus días se habían simplificado, al punto que solo se dedicaba a sus observaciones por la ventana. Durante el día, una hija como cualquier otra, con una familia que la quería y bastantes quehaceres del hogar para ayudar a sus padres. De noche, la obsesa espía que buscaba probar sus límites cada vez más para intentar conseguir ese placer que tanto deseaba.

Se había vuelto una rutina, algunos días César no salía desnudo a su patio y ella no tenía problema en imaginarlo, otros días ella acababa muy cansada de las tareas del hogar y se limitaba a observarlo sin jugar de ningún modo. Pero siempre era igual, todos los días eran iguales. Por eso su corazón dio un sobresalto ese día que escuchó su voz desde la cocina. Sin dudarlo, se acercó sigilosamente para notar que su amado estaba hablando con su padre.

—La verdad es que me harían un gran favor —César pedía mientras rascaba su cabello desde la puerta.

—Claro que sí vecino, ¿Cómo lo duda? —afirmaba el padre de Martina mientras reía.

—Será un gusto para nosotros cuidarle el hogar —expresaba contenta la madre de Martina —¡Por favor! Disfrute de sus vacaciones.

—De verdad, yo no quiero ser una molestia —explicaba a la vez que sacaba de su bolsillo un juego de llaves —no es necesario que hagan nada, es solo en caso de que haya algún problema y necesiten entrar.

—No se preocupe, ¡Ante cualquier emergencia le llamamos! —asintió el padre con firmeza a la vez que tomó las llaves, quitándoselas de las manos —Es un gusto para nosotros ayudar a nuestro vecino.

—Está seguro que no quiere que le riegue las plantas —propuso la madre de Martina.

—No, de verdad, no es necesario. Va a ser un viaje breve. —cortó lo más rápido posible el ofrecimiento.

—¿Está seguro? —insistió.

—Segurísimo, dudo que les pase algo en una semana —rio.

Martina no se lo podía creer, el hombre que miraba discretamente desde su ventana, al que había dedicado toda su libido, que le había costado toda su atención. Estaba hablando con sus padres como si fuera lo más normal del mundo. Pensó en salir, en saludarlo, ya se conocían. Pero no pudo, o para ser más puntual, no fue capaz.

Su corazón latía con violencia, casi como cuando había empezado a tocarse espiándolo. Sus padres se despidieron habiendo cerrado el trato y ella apenas podía mantener la compostura. El calor irradiaba hacia todo su cuerpo, su respiración era pesada, la vista se le nublaba, salivaba exageradamente.

No se pudo contener, dejando sus labores en la cocina a medias, corrió hacia la escalera caracol que daba a su pieza, se tiró en la cama y se envolvió en sus sabanas. Allí hizo aquello que sabía que curaba esa enfermedad que acuciaba su cuerpo, dio rienda suelta a sus manos en su intimidad. Ahogando sus gemidos en la almohada para evitar que sus padres la escuchen. Él no estaba desnudo, no estaba cerca y tampoco había dicho nada revelador a sus padres... aun así despertó todo el calor que ella añoraba de sus primeras veces.

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⏰ Última actualización: Jan 28 ⏰

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