Una noche cualquiera en el Victoria Punk...

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El sol se escondía tras el horizonte y los últimos rayos de luz se colaban por la pequeña ventana del camarote de Kid. Apenas se podía lograr escuchar nada más que el mar, golpeando el casco del navío, y las distantes carcajadas del resto de la tripulación. Era una noche cualquiera en el Nuevo Mundo, a bordo del Victoria Punk.

Kid alcanzó un pequeño baúl, envejecido por el tiempo, con remaches dorados en las esquinas, y lo abrió. El golpeteo metálico de dos pintalabios y un pequeño espejo que había en su interior interrumpió la colección de monótonos sonidos que envolvía el cuarto. Killer lo observaba en silencio, sentado en el borde de la cama de su capitán, con su habitual máscara cubriendo las facciones de su rostro.

Aquello era un ritual que habían adoptado desde su tierna adolescencia, mucho antes de que Killer decidiera empezar a ocultar su cara tras una máscara. Repetirlo, todas y cada una de las veces que iban a la batalla, era una forma simbólica de remarcar la firme lealtad que un día se juraron. Su South Blue, en aquel momento, quedaba lejos, pero ellos, a pesar del tiempo, permanecían juntos.

La luz de una pequeña vela sobre el escritorio del capitán se reflejaba en su rostro cuando se giró hacia su primer oficial con un pintalabios violeta en la mano. Le cedió el pequeño baúl, y Killer, entendido de todos los movimientos de Kid, cogió el otro pintalabios que se encontraba en su interior, carmesí, amenazando los tonos del cabello de su capitán.

Kid se sentó en su silla, frente a Killer. Las rodillas de ambos se rozaron levemente.

—Creo que esta vez deberías empezar tú. La última vez empecé yo —dijo su capitán.

Killer asintió, destapando la barra de labios que acababa de coger. El pintalabios era prácticamente nuevo, no así el recipiente que lo contenía. Metálico, rayado y algo abollado, pero, al menos, la tapa seguía encajando bien.

—Sin máscara —le pidió Kid, y extendió los brazos hasta que tomó la máscara con ambas manos, levantándola lentamente de la cabeza de su primer oficial, revelando una cara que, para muchos, era completamente desconocida. Kid tenía ese privilegio. Kid podía verle la cara cuando quisiera, cuando lo necesitase, porque Killer nunca se lo negaría. A veces, recordar la cara de un amigo de toda la vida era lo único que necesitaba cuando las cosas parecían dejar de tener sentido, como un soplo de aire fresco, familiar, entre todo aquel caos.

El aire pareció volverse algo más ligero cuando Kid apartó la máscara a un lado. Los ojos azules de Killer, ligeramente cubiertos por su largo flequillo rubio, se clavaron en los de su capitán, justo antes de fijar la vista sobre los labios del pelirrojo. Con su dedo índice, levantó el mentón de Kid hacia arriba con delicadeza, evaluando la piel rosada que envolvía su boca, como si fuera la primera vez que la veía.

—Deberías dejar de morderte los labios —dijo el primer oficial, centrando la atención en las pequeñas heridas que mostraban.

Kid soltó una risa corta, entre dientes, antes de humedecerse los labios con la lengua, como si aquello pudiera ocultar, aunque fuera por encima, el destrozo que provocaba con sus dientes. Killer entonces llevó el pintalabios a los labios de Kid y empezó con su ritual. Cada pincelada que daba sobre los labios del pelirrojo era concienzuda, deliberada.

Los labios de Kid eran algo más estrechos que los suyos, pero definidos, afilados. No se había dado cuenta hasta ese momento, pero las finas líneas que recorrían desde su nariz hasta las comisuras de sus labios habían empezado a marcarse en el rostro de Kid, reflejo de que los años no estaban pasando en balde. Killer se había dado cuenta de que destacaban especialmente cuando sonreía. Quizá se le habían empezado a marcar aquellas líneas porque sonreía mucho. Pero estaba bien, porque Kid tenía una sonrisa preciosa.

Sesión de maquillaje [One Piece One Shot | Kid x Killer]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora