Capítulo 1

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Me desperté sudada, fruto de una pesadilla horrible que no quería recordar. Aún estando atontada un fuerte pitido inundó mis canales auditivos. Ese maldito despertador que me regaló alguien por mis cumpleaños y que siempre había odiado, pero que nunca me había atrevido a tirar por miedo a herir sentimientos.
Le di un fuerte golpe para que se callara pero como si lo hiciera para desafiarme empezó a pitar mas alto todavía. Ya harta de mi mal despertar arrojé aquel cacharro contra el armario de madera oscura, donde se partio en dos con un sigiloso pliff.

Me levante de mi cama y me dirigí hacia el lugar del siniestro donde comprobé con cierto alivio que mi despertador había muerto. Lo cogi con cierta brutalidad y lo arrojé nuevamente contra la papelera azul que me observaba desde un rincón. Si ya estaba destrozado, para que tener cuidado, me dije y abrí el armario para vestirme.
Cogi unos jeans de color negro que rara vez me ponía, puesto que en mi opinión parecía un embutido con ellos, una camiseta de Nirvana y mis botines grises, hice la cama y me dispuse a ordenar mi habitación antes de que mi madre apareciera molestando, como siempre. Recogí los papeles dispersos por el escritorio y los mandé a hacerle compañía al despertador. Despues agarré mi colcha blanca de florecitas azules y la estiré para que tapara minimamente el desalijo de sabanas. Eché un rápido vistazo a la habitación y me pareció lo suficientemente ordenada como para pasar un dia más la inspección matutina de mi madre.

Bajé las escaleras y salude a Tris que descansaba en un rincón. Ay, como quería a ese gato. Me senté en la mesa de la cocina y devoré sin miramientos unas tostadas con mantequilla y un zumo de piña. Agradecí a mi madre el haber hecho el desayuno, ya que normalmente no tenia tiempo ni de agarrar una galleta, menos tiempo aún para prepararme algo.
Cogí mi mochila y di un fuerte portazo antes cruzar corriendo el pequeño jardin delantero y fuí a paso apurado hacia el instituto ya que no me gustaba llegar tarde.
Llevaba ya cuatro años en ese viejo instituto y sabía que no encajaba. No tenía apenas amigos y menos vida amorosa. Me pasaba los cambios de clase leyendo o paseando por el edificio. Saludé al conserje, que descansaba en un banco de la entrada tomándose un café, con la misma naturalidad de quién siempre llega tarde. Sí, no me gustaba llegar tarde pero era un hecho que no tenía arreglo. Subí precipitadamente las escaleras y me preparé para sucumbir a seis horas de aburrimiento extremo.

Salí disparada según tocaba el timbre de la última hora. Saludé de nuevo al conserje, que seguía en el mismo sitio, y salí del instituto con la prisa de querer comer cuanto antes. No me ayudó mucho andar con prisas. Cuando estaba cruzando el último cruce antes de llegar a mi casa, divisé un Mercedes color azul marino que se dirigía precipitadamente hacia donde yo estaba.
La calle pareció quedarse en silencio y pense por un momento en si alguien estaría viendo la escena. El tiempo se detuvo mientras miraba con extrañeza aquellos faros apagados que chocaban contra mí.

Todo se volvio negro.

Por un momento solo pensé en que le iba a contar a mi madre. Después me di cuenta de lo ocurrido y empecé a maldecirme a mi misma por no haberme apartado. Serás tonta, me volvi a maldecir, no era capaz de sentir nada más que oscuridad. Mi cuerpo, no estaba. Tampoco mi subconsciente me susurró nada, quedándome a solas con mis pensamientos lo que me pareció una eternidad.

No sé con certeza cuanto tiempo pasó. Era como estar en un sueño. Un sueño denso y espeso del que no podia despertarme. De la oscuridad que me engullía.
Creí que estaba muerta. ¿O quizás no había pasado nada? Miles de preguntas se agolparon en mi mente pero no tenía respuesta para ninguna. También creí que era un sueño. ¿Por que no? Al fin y al cabo la vida misma era un sueño. Del que todos despertabamos al morir.
Pero ese sueño se acabó en un instante.

~~~

Desperté en una estancia blanca. Un blanco inmaculado que me dio ganas de devolver. Mas no lo hice. Sentia como si me estuvieran agujereándo con miles de cosas a la vez. Martilleando y mordiendo mi pie sin piedad. Era un dolor indescriptible. Intenté incorporarme pero estaba inmovilizada. Intenté pensar con claridad por un momento pero no pude. La cabeza me daba vueltas y pensé que iba a estallar.
Me atreví a abrir los ojos con cuidado.
Poco a poco aquella blancura fue cobrando sentido y alcancé a distinguir mejor las cosas que me rodeaban. Claro tonta, me dije, me encontraba en la habitación  de un hospital. Por fin mi cabeza emprezaba a razonar como es debido. Me obligué a mi misma a incorporarme y a hacerme cargo de aquella nueva situación. Un nuevo dolor punzante apareció para darme los buenos dias y se puso a bailar con sus amigos los de la pierna.

Un reguero de lágrimas empezó a caer por mis mejillas pero no me sentía con fuerzas para hacer nada al respecto. Mi debilidad se hizo patente es aquellos momentos. Intenté serenarme sin éxito y haciendo gala de mi autocontrol, aquel llanto no hizo sino empeorar.
Cuando conseguí vencer al dolor y mirar a mi alrededor, vi que estaba conectada a una botella de suero.
Entonces me entró un fuerte mareo y unas nuevas ganas de devolver. Tenia que salir de allí.
Con mucho cuidado me quite el cable transparente que tenia metido en el brazo y todo el resto de material medico que tenia conectado a mi cuerpo. Me recordó un poco a un juego de médicos que tenía de pequeña, claro que aquel no daba tanto asco. Un aparato gris con una pequeña pantallita que se encontraba al lado mio, empezó a emitir un suave pitido y me di cuenta de que no tardaría mucho en aparecer alguien.
A la precipitada, me cubrí con una de esas horribles batas de hospital que te dejan la retaguardia al descubierto. El color verde higienizado me trajo automáticamente un holor a desinfectante deliciosamente repulsivo.

Me percaté de que no llegaría muy lejos sin algo donde apollarme, ya que mi pie izquierdo, como ya sospechaba, se encontraba escayolado. No tenia fuerzas para aventurarme en una carrera a la pata coja por lo que me acerqué reptando a unas muletas que se encontraban apolladas en la pared mas alejada. Me acomode las muletas e hice una prueba dando un par de pasos lastimosos. Las muletas blancas y ligeramente roñosas me parecieron una salvación en aquellos momentos y me alegré profundamente de que estuvieran allí.
No podiendo aguantar ni un minuto mas aquél desagradable lugar, me encaminé hacia la puerta también blanca con un paso que dejaba mucho que desear. Que manía con ponerlo todo blanco, me dije.
Por un momento me pareció que mi subconsciente me gritaba para que me quedara en aquella habitación, que todo saldría bien así y no del modo que estaba a punto de probar. Haciendole caso omiso a mi ofendido subconsciente, usé toda la delicadeza de la que era dueña para abrir la puerta sin hacer el menor ruido.

Media lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora