Capítulo 2

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Me asomé con cuidado al exterior y vi que me encontraba en un largo pasillo blanco acabado en un ascensor y unas escaleras blancas también que descendían al nivel inferior.
No divisé a ninguna enfermera asi que con mucho cuidado fuí cuidadosamente hacia las escaleras. El ascensor sería muy ruidoso y no me dejaría escapatoria.
Me dí un susto tremendo cuando un hombre al cual no habia visto pasó corriendo a mi lado. Tenía el pelo castaño y vestía unos pantalones vaqueros con una camisa blanca a rayas azules. No me dio tiempo a hacer nada porque para cuando yo reaccioné ya se había esfumado. Mi subconsciente me susurró que lo siguiera pero continúe con mi plan y empecé a bajar las escaleras.
Estubo a punto de darme otro ataque al corazón dos minutos después. Había bajado solo dos plantas cuando oí a unas personas charlar acaloradamente. Intenté refugiarme en la habitación mas cercana pero estaba cerrada. Entonces vi a los medicos llegar a el pasillo donde yo estaba a través de las escaleras.
Mierda, se acabó. Me van a pillar. Me dije.
En vez de detenerse donde yo los observaba estupefacta, continuaron su camino y desaparecieron en la esquina del pasillo.
Me quede plantada en medio del lugar mirando atontada lo que acababa de pasar. Luego me di cuenta de la suerte que había tenido y decidí no perder ni un segundo más.

Cuando llegué a la planta baja, como me temía, en recepción me encontré con un montón de gente haciendo cola para coger cita. Habia una señora mayor que vestía una minifalda roja con una blusa de flores.
Que animada la señora- pensé. Detras suyo esperaba una madre con un niño lloroso, supuse que la venda imporvisada de su brazo era la causante de la visita al medico. La recepcionista tecleaba tranquilamente algo desde detrás de su ventanilla.

Intentando parecer normal, caminé con fingida seguridad hacia una pequeña tienda de regalos situada a la izquierda del ascensor.
Que cosa mas rara - pensé. No recordaba haber visto ninguna tienda de regalos en el viejo hospital de mi cuidad.
Me acordé de aquella vez que tube que robar una caja de galletas del supermercado cercano a mi colegio por una estúpida apuesta, que perdí contra unos chicos de mi clase.
Me había convencido a mi misma de que sería capaz de sacar mejor nota que ellos en un examen, pero me confíe demasiado y me obligaron a robar un paquete de galletas para ellos.
Visualicé mi jugada y agarre con disimulo una típica camiseta de "I ❤ NY", unas sandalias de playa que le quedarían bien a cualquiera y unos pantalones negros que me quedaban cerca.

Bien, ahora sólo necesitaba donde cambiarme.
Me percaté de que un gran reloj anunciaba que eran las 16:00.
Uff, se me había hecho muy tarde.
En laa esquina de al lado de recepción un panel que anunciaba "análisis de sangre" me llamó la atención.
Si no me equivocaba, sólo se hacían analisis por las mañanas, así que entré descaradamente en la habitación y con cuidado de no hacer mucho ruido, empecé a cambiarme rápidamente de ropa en un rincón.
Era la típica sala de análisis que de pequeña me daba tanto miedo. Había cinco mesas situadas en la mitad de la sala con un montón que jeringuillas, pequeños frascos y cosas que no acerté a identificar.
Al otro lado de la sala había un par de ventanas que daban a un bonito parque.
Cuando acabé de cambiarme, cogí mis ropas de hospital y las metí hechas un bulto en un armario verde lleno de vendas.
Abrí la puerta y salí nuevamente a la sala de recepción. Empecé a caminar hacia las puertas automáticas que daban a la calle, pero una chica de aspecto penoso me cortó el paso a unos escasos cuatro metros. Tenía unas grandes bolsas debajo de sus ojos oscuros y vestía un traje bastante desgastado.
- ¿Que hacias en la sala de análisis?- me dijo con malicia mientras se rascaba la muñeca.
- Me he confundido de sala, lo siento. Pensé que llevaba a las escaleras pero ya he visto que no.- le respondí inocentemente.
No tenía pintas de ser una enfermera ni nada parecido pero no tenia ganas de buscarme problemas discutiendo.
- Tienes suerte de que esté de buen humor muchacha. Suerte con el tránsito.- Soltó una risotada que me dejó clavada donde estaba, se dio la vuelta y se alejó de mi a paso despreocupado.
¿Pero que? Si que está aburrida la gente aquí- me dije a mi misma y salí por la puerta sin darle a nadie la oportunidad de hablar conmigo.

La calle era larga y no alcancé a ver el final. Una gran carretera se extendía en frente del edificio blanco y unos cuantos árboles salpicaban de verde los costados de la calzada. No me sonaba para nada aquella parte de la cuidad, si es que era mi cuidad, así que decidí coger el autobus de los hospitales. Atisbé la parada al otro lado de la calle asi que me dirigí a ella y empecé a ojear el horario de autobús.
Me encontraba en las afueras pero no tardaría mucho en legar a mi barrio si cogía el siguiente bus. Me senté a esperar pacientemente al lado de un señor en silla de ruedas.
Cuando llegó el autobús, un montón de gente se dispuso a bajar por la puerta de atrás, cosa que me favorecía considerablemente. En vez de ir hacia la parte delantera para pagar, esperé a que el conductor estuviera ocupado contando las monedas del señor discapacitado para escurrirme entre la gente que bajaba. Subí con cuidado los escalones con la ayuda de las muletas y me acomodé en el asiento más cercano.
Vaya, que extrañamente bien se siente al delinquir

Cuando vi que estabamos entrando en mi barrio, le di al botón de solicitar la parada. Las personas que se encontraban al lado mio miraron extañadas en mi dirección.
Qué, no soy la única que baja en esta parada- pensé y salí del autobús por detras de un chico no mucho mas mayor que yo. Al bajar me miró con descaro y cruzó la calle justo por detrás del bus. Tenía el pelo negro y corto y vestía unos jeans negros conjuntados con una camiseta roja de un tigre.
No le presté atención y caminé todo lo rápido que mi pierna me lo permitía hacia el jardín delantero de mi casa.

Media lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora