1. La cafetería

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Hasta las estrellas tiemblan cuando te acercas a mí como lo haces tú.

Anónimo 2807

Axel había caminado desde la estación de trenes hasta el centro de la ciudad. Si no fuera por la escasez de dinero que traía en los bolsillos, hubiese comprado por lo menos dos bolsas de hielo recién sacadas del congelador. No era por el cansancio, sino por el calor abrasador que hacía que las calles pareciesen un desierto.

Alejado de los ruidos y las malditas conglomeraciones de gente, Axel divisó el cartel de una cafetería. Dio gracias a que al fin iba a refrescar su garganta. Mientras caminaba por la cristalera hacia el interior del local, el olor a helados inundó su nariz. Sus comisuras tironearon de forma inconsciente, y antes de abrir la puerta de entrada, respiró hondo.

La cafetería era acogedora. Los rayos de sol formaban líneas alargadas en el suelo de madera. Las mesas, sillas y paredes, un abanico de verdes pálidos acompañado de plantas y cuadros antiguos. Axel caminó hasta una mesa redonda frente a uno de los cuatro ventanales, pero no le dio tiempo a abrir la carta que tenía delante cuando un chico jóven se plantó a su lado.

—Buenos días, ¿qué le pongo? —. La sonrisa impecable destacó en su rostro bronceado.

—Un batido helado de chocolate blanco con nata, por favor —dijo Axel.

El camarero anotó el pedido en una libreta pequeña al tiempo que sus labios se movían lentamente. A continuación, dio un pequeño golpe con el bolígrafo y miró a Axel, divertido.

—Perfecto. En unos minutos se lo traigo.

El tiempo de espera pasó volando. O quizás fue el olor hipnotizador de la cafeína.

—Aquí tiene —canturreó el jóven.

Los ojos color jade de Axel centellearon cuando contempló el vaso alargado de cristal. La nata rebosante por las esquinas fue su perdición.

—Gracias —consiguió murmurar con la boca seca.

Axel pensó que podría lanzarse al ataque, sin embargo, el chico hundió ligeramente las cejas y preguntó:

—¿Se va de viaje?

Le costó unos segundos procesarlo. Ladeó la cabeza en dirección a la maleta arrinconada contra la pared y se volvió hacia él de nuevo.

—Mmm... No, acabo de llegar.

—Ah —. Pestañeó una vez—. No es la fecha ideal para instalarse en esta ciudad, pero...

Ahora fue el turno de Axel de fruncir el ceño.

—¿Por qué?

—Bueno, el verano acaba de empezar y... —El camarero paró un momento y se cruzó de brazos—. Lo que quiero decir es que no hay playas cerca. Eso es todo.

—Pero sí piscinas —contestó Axel.

—Solo los más afortunados tienen una —. Esbozó media sonrisa y encogió los hombros. Una clara señal de que una persona como él no podía permitirse aquello.

Una voz femenina se coló en la extraña pero entretenida conversación:

—Bruno.

El chico se sobresaltó y murmuró antes de dar media vuelta:

—Ups, tengo que volver a la barra. Disfrútalo.

—Gracias —repitió Axel.

El camarero caminó lo más rápido posible, esquivando a las dos familias que acababan de entrar al local. Axel centró la atención en la salvación, y acomodó la pajita dentro del recipiente.

De Hojas Y RaícesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora