CAPÍTULO 4. MI ANILLO.

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Al día siguiente, durante todo el tiempo que pasó con el Dr. Harrison intentó fijarse en algún detalle de la conducta de su mentor que le pudiera incriminar. Sin embargo, nada hubo en su comportamiento que le delatara lo más mínimo.

Llegó la noche. Milton estaba de nuevo en su cama, pero ya no se fiaba de dejar el anillo en el cofre, por lo que decidió ponérselo él mismo. Nadie podría quitárselo sin que se diera cuenta.

La tormenta no faltó a su cita. El viento soplaba con más fuerza que las noches anteriores y la lluvia arreciaba fuera. Los truenos eran tan fuertes que parecieran presagiar el fin del mundo. Los relámpagos iluminaban el dormitorio. Milton se acurrucó en su cama y fingió estar dormido. Pero ningún ruido extraño se escuchaba. Solo el de los truenos. Pasaron las horas. La tormenta dejó paso a la calma. La noche ahora era oscura como el alma de un condenado.

Milton se quedó dormido por fin. Quizás el ladrón no se atrevió a salir aquella noche debido a la gran tormenta que se había cernido sobre el pueblo.

Dormía el joven practicante cuando notó un frío tan intenso que lo despertó de su sueño. La habitación estaba en una calma total, pero la temperatura era tan baja que el aliento de Milton formaba vaho al salir de su boca.

Se giró levemente para coger el candelabro de la mesilla y con unas cerillas lo encendió. La habitación se iluminó con la luz mortecina de las velas y Milton se volvió hacia el otro lado para recostarse de nuevo. Pero algo le heló la sangre, tanto que quedó petrificado. Junto a él, en la cama yacía inerte el cuerpo del Sr. Smith. Milton no podía ni pestañear. Su corazón latía a toda velocidad, en contraste con el resto de sus músculos, que habían quedado inmóviles por completo. Poco a poco, el cuerpo del Sr. Smith empezó a incorporarse hasta quedar de pie y a paso lento se dirigió hacia el lado de la cama en el que estaba el ayudante del doctor Harrison. Se acercó a él y le susurró al oído unas palabras:

-Quiero mi anillo.

El corazón de Milton no pudo soportar aquello y dejó de latir para siempre.

A la mañana siguiente, su cadáver fue encontrado después de que el Dr. Harrison lo echara de menos al faltar al trabajo y fuera a su domicilio para interesarse por él.

Fue enterrado al día siguiente. Nadie notó nada en su mano. Nadie se percató de que el anillo que le había arrebatado al Sr. Smith ya no estaba en su dedo anular, nadie excepto el fantasma del Sr. Smith que lo había recuperado y que ahora volvía a estar en el cuerpo del muerto de donde nunca debió ser arrancado.

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