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Lo primero que siento cuando abro mis ojos es lo árida que se siente mi garganta y una ligera pesadez en mi cabeza que temo que aumente con el pasar de las horas, pero aun así, no siento más nada. Miro a mi alrededor reconociendo al momento las paredes de mi habitación y lo que me alarma es no recordar como llegué a mi cuarto.

Soy consciente de que luego de la boda regresé al apartamento y me senté en mi escritorio con una hoja de papel en blanco lista para ser llena de palabras. Luego de minutos tomé una decisión de salir a tomar algo.

Hasta ahí recuerdo.

Un ligero mareo me golpea cuando me levanto de la cama y amenazo con sacar lo que sea que tuviera en mi estómago. Pero la mano en mi boca parece surtir efecto de bloquear lo que sea que quisiera salir. Ahí es cuando noto el detalle de que seguía vestida con la ropa de ayer, lo que me da una idea de que tal vez volví por mi propio pie.

Algo extraño y un poco difícil de creer debo de admitir, pero digamos que puede ser posible.

Cuando ingreso al cuarto de baño me doy cuenta del desastre en que me convertí. Suspiro desanimada, imaginando cuantas personas me habrás visto en este estado.

Mi pelo rubio ahora mismo era un erizo apuntando hacia lugares inimaginables, mi blusa estaba manchada con algo de lo que no quiero saber. Todo mi maquillaje estaba desecho por completo, en especial el rímel que caí por mis mejillas. Lo que me llevó a detallar mis ojos hinchados.

Cuando salí en la noche quería olvidar entre los licores, al parecer cumplí con mi parte.

Me tomo mi tiempo bajo el chorro de agua caliente intentando borrar el cansancio de mi cuerpo, intentando borrar el amargo dulzor de la despedida en mi interior.

Me visto con un chándal verde limón y una blusa de tirantes de color rosa claro sin brasier, sabía que iba a estar sola porque le había dado el día libre a Halima. Me apetecía estar sola ahora, no sé hasta cuando.

Bajo estirando cada uno de mis músculos decidiendo que era lo que iba a desayunar, o almorzar, no sé que hora es.

Pero antes de que pudiera cumplir con mis planes, un par de ojos verdes se interponen en mi camino y no pude no dar un grito estremecedor.

Siento como mi corazón late apresuradamente contra mi pecho, juro que puedo escucharlo en mi oído. Pero lo peor de todo, es que mi grito fue tan alto que debe haberle afectado, la ligera mueca en su rostro seguido de su sonrisa me lo dice.

—¿Za-zaid? ¿Qu-que haces...

—¿No me digas que creíste que viniste por tu propio pie anoche?

Interrumpe mi obvia pregunta y yo me quedo en blanco, pero siento como el calor va subiendo por mis mejillas. Logrando que el hombre frente a mi se eche a reír de mi vergüenza. Cierro mis ojos queriendo que la tierra se abra, pero empeora cuando miro hacia abajo y veo a mis pezones marcándose libremente en la-casi-transparente blusa.

Echo a correr como una niña y siento su carcajada abajo empeorando mi estado. No pasaron muchos minutos cuando bajé nuevamente, ahora vestida decentemente. Lo veo moverse por la cocina con mucha naturalidad y es cuando me pregunto como sería él siendo un hombre de familia.

—¿Te sientes mejor?

Me siento en la isla de la cocina sin dejar de mirarlo—Me extraña no tener resaca.

—Eso es porque ayer digamos que te obligué a tomar algo antes de que cayeras desmayada.

Bajo la cabeza sin poder dejar de luchar contra la vergüenza, pero no digo nada en cambio. Ni siquiera cuando me pone frente a mis ojos un plato de tortitas recién hechas, solo pude darle una sencilla sonrisa de agradecimiento que por suerte él comprendió a la perfección.

Compartimos el silencio, mientras los dos desayunábamos en la isla de la cocina. Y mientras masticaba, luchaba contra mis recuerdos de la noche anterior, queriendo que se revelaran para asegurarme de que no había cometido ninguna tontería. Pero de eso no puedo estar segura porque no recuerdo nada, y dudo que lo pueda hacer, soy débil cuando del alcohol se trata.

Solo me queda preguntar...

—Zaid—comienzo diciendo en voz baja cuando ambos terminamos nuestros desayunos—Anoche...

—¿No hiciste ninguna tontería? —termina él la pregunta por mi, sabiendo de antemano que es lo que quiero saber.

Pero lo peor de todo, es la sonrisa que tenía en sus labios, una sonrisa traviesa y divertida que me decía todo lo contrario de lo que yo quería imaginarme. Gimo frustrada cuando veo que su expresión no se va, con eso me imagino lo peor.

—Por favor dime—ruego casi llorando, lo que hace que su sonrisa aumente—dime que no hice una estupidez.

Él suelta una carcajada, que solo tiene como objetivo burlarse de mi vergüenza, pero tampoco puedo hacer nada para evitarlo. Veo como con una actitud fresca y relajada, apoya ambos brazos cruzados sobre la isla, sin dejar en ningun momento de mirarme a los ojos.

—No hiciste nada no te preocupes—suspiro aliviada dándome cuenta de que estaba aguantando la respiración—solo me diste un concierto privado de canciones de español... por cierto, no sabía que bailabas tan bien

—¿Cómo... ¿Ba-bailar? ¿P-pero...

Abro los ojos sin poder creerlo, y sin poder articular una oración coherente. Lo peor de todo es que la carcajada de Zaid se siente tan clara y tan fresca que por muy avergonzada que me sienta ni siquiera puedo molestarme. Un pequeño alivio se asienta en mi corazón, precisamente en las heridas que ayer sangraban. Como si yo misma me hubiera dicho que tenía que dejarlo atrás.

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Zaid miraba como esa mujer rubia tan segura y decidida lloraba a mares sobre la barra del bar del hotel. Le agradeció al bartender que lo hubiera llamado a él y se acercó a Sofía, viendo de reojo la botella de whisky completamente vacía. Una música a lo lejos sonaba y agradecía la soledad del bar a esa hora para poder centrar su atención en la española.

—Sofía—la llama con suavidad y la mencionada voltea su cabeza del refugio de sus brazos pero no se levanta, ahí Zaid nota los castaños ojos de ella bañados en lágrimas.

—Hola Zaid—le da una sonrisa carente de felicidad—¿Eres el caballero de brillante armadura? —ella misma se ríe de su chiste y Zaid solo puede pensar en la razón de su llanto—Pero creo que yo no soy la damisela en apuros.

Zaid le da una suave sonrisa mientras toma su hombro—Yo creo que usted es capaz de salir del castillo por su cuenta.

Sofía se sienta mejor en la silla y se le queda mirando con una intensidad que puso nervioso al hombre. Hasta que sus labios se fruncen en una sonrisa que tenía un aire triste y melancólico.

—Tal vez porque no pude seguir esperando a que él viniera a buscarme—Zaid supo que ya no hablaba de él—siempre lo esperé ¿sabes? Aun cuando los años ya habían pasado seguí esperando por él, mi corazón lo hacía con fe—su sollozo vuelve a sonar con fuerza y el hombre solo puede mirar como Sofía parecía soltar algo que había en su pecho—y cuando lo volví a ver, fue como... dios, te juro que nunca me había sentido así, solo puede hacerlo él, pero el sueño me duró poco—suelta una ligera risa con las lágrimas bajando por sus mejillas—porque él se iba a casar con una mujer que no era yo—el pulso de Zaid se congeló, porque poco a poco se estaba dando cuenta de quién era la persona por la que Sofía lloraba, de quien era el hombre que ella amaba—y tampoco pude odiarla, soy una maldita patética porque la ayudé a terminar de organizar su boda, y cuando tomé su mano le deseé lo mejor.

—Sofía...

—Dime Zaid—interrumpe ella con un llanto más fuerte—¿Este es mi castigo por amarlo o por no decirle que lo amaba?

—Amar no es un castigo, es una bendición.

Las lágrimas de Sofía mojaron su traje, cuando se refugió en los brazos de ella. Mientras Zaid sostenía las heridas abiertas de la rubia se preguntaba hace cuanto su corazón se había roto, hasta el punto de que ya no quedaban ni cenizas para resurgir.

Tenía que reunir fuerzas para crear uno nuevo.

Mírame a los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora