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El día se sentía tranquilo, el Sol se escabullía por las ramas mientras escuchaba las voces murmurando. El viento era delicado cuando danzaba a nuestro alrededor. Yo solo podía centrarme en las nubes que pasaban sobre mi cabeza, no quería que la tristeza ensombreciera este dia tan bonito. Aun con los murmullos, el silencio se hacía eterno y pesado, no me gustaban estos lugares, solo me deprimen.

Ya me despedí, ya le di mi adiós con una sonrisa. Ella no quiere más lágrimas de la que ya soltó. ¿Por qué no entienden eso? Solo desea paz.

Veo sus cenizas y me imagino su pelo dorado adornado de canas, haciendo una mezcla que resultaba bella de admirar, sus ojos castaños con arrugas a los lados, mientras cantaba canciones de cuna en español.

Nuestra dulce abuela Sofía, ya había dado su último adiós, y ella odiaba las despedidas. Quería irme de aquí. Una pequeña sonrisa nace en mis labios cuando recuerdo al abuelo Zaid diciendo que me parezco a ella, lo único que nos diferenciaba era mi cabello azabache.

Pero es cierto, por más triste que me sienta, no quiero llorar, no cuando ella fue feliz y amó mucho. No quiero decirle adiós con tristeza.

Desvió la mirada del frente, sin poder soportarlo por mucho tiempo, sin poderlo evitar mis ojos se quedan sobre un señor de cabello y barba blanca, sentado a unos metros de donde nos encontrábamos nosotros. Me quedo mirando su figura encorvada, cansada pero aun lo suficientemente fuerte como no irse de aquí.

Aun desde donde me encontraba podía ver sus ojos verdes, con un brillo triste, pero con una expresión tranquila que debo admitir que me desconcertó. Luego de unos minutos me atrevo a acercarme, no sé cuál es ese impulso que me hace moverme.

Me da una suave sonrisa cuando llego a su lado y me siento—¿Se encuentra bien?

—Sí, solo un poco nostálgico.

—¿Conocía a mi abuela?

Él me mira y la sonrisa parece aumentar en sus labios sin dejar de mirarme—Te pareces a ella—murmura con cariño y vuelvo a ver el brillo nostálgico en sus ojos castaños—Fui un amigo... un muy buen amigo.

"Chiraz, en ocasiones los mejores amores son lo que compartes con un amigo... con un buen amigo"

Sonrío con el recuerdo de sus palabras en mi cabeza y tomo su mano arrugada con fuerza—A ella le hubiera gustado verte aquí Andrés.

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El tráfico de Londres la recibe y se maravilla con lo nuevo pero parecido que es de Dubái. El frío recorre su piel aun cuando se mantiene abrigada por varias capas de ropa. Una ligera lluvia baña las calles adoquinadas y Chiraz se mantiene con los ojos abiertos ante lo bello que se ve todo.

Luego de un viaje de una hora después de salir del hotel llega al destino. La chica de pelo negro le pide al taxista que espere. Aun en la noche se podía notar con sencillez la fachada marrón suave de la casa de dos pisos frente a ella. Un techo negro de tejas y ventanas blancas, un jardín bien cuidado formó el camino hasta la puerta.

Ella no tenía mucho que hacer, vino en un vuelo esta mañana y estuvo averiguando la dirección en donde se encontraba ahora. En cuatro horas tomaba otro vuelo de regreso.

Solo tenía algo que cumplir, no fue un pedido de su abuela, pero era un final para los dos. Para esa bella historia de amor que su abuela le dijo cuando era niña, una historia que nunca se cumplió.

"Amo a tu abuelo Chiraz, pero ese recuerdo en mi corazón también me alienta a seguir amando, a seguir sonriendo, y eso es algo que nunca se va a poder borrar de mi "

El timbre suena y Chiraz se mantiene tranquila y firme ante lo que siente que debe hacer. La puerta hace un pequeño sonido al abrirse y unos ojos verdes se sorprenden al verla, a lo que la chica simplemente le da una suave sonrisa.

—Buenas noches Andrés.

—¿Qué hace aquí?

—Tengo un avión que coger dentro de poco, pero quería dejarle algo—la joven toma sus manos con delicadeza y pone entre ellas, dos sobre de papel ligeramente amarillos—Creo que Sofía no quería que las leyeras, pero estas cartas te pertenecen después de todo, no hay mejor lugar que en tus manos.

La joven se retiró, dejando con un vacío en el alma al anciano que sostenía las cartas contra su pecho. Que aun sin leerlas podía saber con exactitud sus palabras, porque era lo mismo que sentía él, lo que ha sentido por más de siete décadas aun cuando la última vez que la vio fue viéndose hermosa en ese traje árabe en su boda.

Pero aun así, antes de dormir, Andrés bailó entre las palabras que su amada lloró sobre el papel. Palabras que desgarraron la herida que nunca había cerrado, aun así se sentía en paz.

¿Qué sensación más cálida se asienta en su pecho?

¿A pesar del dolor está sonriendo?

¿Qué clase de sueño es este?

Cuando abre los ojos se siente más joven, sin dolor que pueda afectarle. El aire fresco despeina su cabello castaño y la tierra se siente fría contra sus pies descalzos. Pero lo mejor, son sus ojos castaños, su pelo dorado que vuela con el viento y esa sonrisa, de la cual se enamoró desde que era un niño.

Se culpó por haber soltado su mano, pero ahora era ella quien tomaba la suya—Hola Andrés, ¿Fue un buen camino?

—Fui feliz—su sonrisa aumenta y ambos aprietan el agarre de su mano.

El corazón de Andrés detuvo su latido en la noche, pero se dice que fue encontrado con una carta contra el pecho y con una sonrisa en los labios.

¿Ellos?

Ellos continuaron el camino que habían empezado desde niños, y aun cuando no lo cumplieron en vida, eso no importaba.

Porque la eternidad se iba a quedar corta ante su amor, ante lo que sus mirada expresaban.

Mírame a los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora