Capítulo secreto: Sin Antropónimo

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Intenté salir de las garras que tenían en mi cuerpo, pero caí de nuevo y no tuve fuerzas de seguir luchando para salir. La vida me forzaba a vivir como un objeto, me acostumbre tanto a la idea que algunos días, si no me usaban, mi pecho se apretaba y me costaba respirar. Lo odiaba y al mismo tiempo temía que las personas que frecuentaban mi vida me dejaran de utilizar, era lo único que tenía. Gente que no me compraba el cuerpo, que eventualmente descubrían ese secreto, me trataba como un asqueroso basurero. No los culpaba. Me sentía así. 

Cuando los clientes dejaron de mirarme a los ojos, el sentimiento solo creció hasta que terminó consumiendo cada rincón en mi cabeza. Rebusque entre ellos, buscaba a alguien que pudiera llenar este vacío, pero no lo encontré. Terminé entregando más de mí, tratando de encontrar como quitar esta sed. Solo quería que alguien me diera calidez. 

Comencé a beber, esperando que dejara de sentirme así. Por eso perdí a los pocos amigos que tenía, bueno, algo así. Admito que a otros los empuje porque sus miradas se me hacían perversas y no soportaba ese pensamiento, no de ellos. Algunos amigos comenzaron a sospechar de la situación y yo les juré que yo quería esto, que era mi decisión, no soportaba la idea de que supieran la verdad. ¿Qué pensarían de mí? ¿Se aprovecharían de mí? En verdad, tenía mucho miedo. Ellos terminaron yéndose porque yo dejé de hablarles. Ahora lo único que tenía era a Santino y sus amigos en el casino. Los odiaba a todos, pero dolía tanto estar solo. Si la soledad me arropaba antes, ahora estaba deslizándome en la profundidad de un desierto frío.

Volví a caer en los brazos de aquel extraño en la calle. Esta vez me vio venir y no caímos, pero vomité en su camisa. Lloré y me disculpé, le dije perdón tantas veces que comencé a creer que lo decía porque en el fondo deseaba que alguien me lo dijera a mí. Al principio parecía enojado, pero luego se rio, contuve las lágrimas y aprecié lo hermosa que era su sonrisa. Murmulla mi nombre, me mira a los ojos y con el mango de su camisa limpió mi boca. Dijo que no me preocupara, pero que si podía prestarle otra camisa en lo que buscaba cómo limpiar la suya. Él no tenía casa ni forma de hacerlo y le tomaría unos días. Le presté una camisa color verde grisáceo, de manga larga, con tres botones por el centro del cuello. 

Era acogedor tenerlo dentro de mi camioneta, tanto era que me sentí agradecido de tener a alguien que me mirase a los ojos y encima se viera tan feliz haciéndolo. El chico se iluminó al ver las esculturas de barro que hacía para decorar y a partir de ahí empezamos a hablar de otras cosas. Se apoyó contra la puerta y preguntó si podíamos ser amigos. Había pasado casi un año desde la última vez que estuve compartiendo un momento con una persona de esta manera.

Me recosté en mi cama, pasé mi brazo por las sábanas quitándole todas las arrugas, lo miré a los ojos y le ofrecí un servicio gratuito. Cruce mis piernas y las recosté en la pared, mi ropa casi no me cubría mucho. Mordí el nudillo de uno de mis dedos mientras ansiaba la respuesta, con mariposas en mi estómago. Él solo negó con su cabeza, mantuvo su mirada pegada a la mía. Una sonrisa dibujada en sus labios. Su rostro pacífico, gentil, haciéndome sentir como su semejante, con vida humana. Me consta que era lo mínimo de esperarse de una buena persona, pero en aquel momento, en su mirada y en su rechazo, encontré un oasis y no encontraba cómo saciar la sed que tenía por tener algo tan puro. Quería guardarlo y hacer cualquier cosa para que esto me durara por siempre.

Mi corazón comenzó a latir tan fuerte, resonaba dentro de mis orejas, temía que él también pudiera oír tan estruendoso sonido. Mis manos temblorosas sudaban, mis mejillas comenzaron a sentir hormigueo, si era vergüenza o ansiedad no importaba, ahora mismo debería sentir todo tipo de cosas malas, pero me sentía tan bien. Luego me dijo algo que me hizo llorar casi toda la noche, era como si estuviera doliendo a alguien que no pude ver crecer. 

En algún punto, mientras caía dormido por la borrachera y el cansancio, una mano acariciaba mi cabeza, susurró algo que no alcancé a escuchar y se fue. Al despertar él no estaba y juré que su sonrisa era cosa de mi estado de embriaguez. Comenzamos a vernos muy seguido después de eso. Le pregunté cuál era su nombre y se negó a dármelo, me comentó que olvidó su nombre legal. Pasó algo con una persona y jamás lo volvió a utilizar. Lo único que sabía de él era que vivía en la calle porque se escapó de su casa hace casi una década; huyó de alguien. A veces tenía pintura en sus manos y ropa. Por mi cuenta comencé a conectar los hilos que tenía sobre él. No me molestó su animosidad, al contrario, me intrigaba.

Podía ver en sus ojitos verdes cuánta curiosidad tenía al mirarme. Mirarnos a los ojos se había convertido en un hábito. Había días donde no conversábamos y solo compartimos una mirada larga; en par de ocasiones caí dormido haciéndolo. Si le hablaba me prestaba toda la atención del mundo, asentía muy suavecito y hacía preguntas sobre lo que yo decía. A veces desviaba la mirada y había un rubor en sus orejas rosado. 

Llegué a dudar mucho de él y de sus intenciones conmigo, a pesar de ser alguien transparente con sus acciones. Le ignoraba las llamadas y los mensajes, a veces nos cruzábamos y ni lo miraba. Cada vez que descaradamente regresaba por él, veía más dolor en su mirada. ¿Por qué yo? No me toca, no me mira perverso, no hace nada, solo es tierno, solo me escucha, me deja llorar como si eso fuera normal. Me estaba volviendo loco. Le revisé su teléfono mientras dormía, admito que estuve mal. Termine despertándolo y le pedí un abrazo. Estuve intentando no llorar contra su espalda. El único contacto en ese aparato era el mío, las únicas llamadas registradas eran todas mías. Le susurré perdón un millón de veces y él no respondía, solo asentía.

Mientras lo abrazaba mis manos recorrían su estómago, luego solo una de ellas iba directo a su pecho, buscando calor en su piel. El latir en su pecho era tenue en contra de la palma de mi mano, por minutos dudé si había uno. Pasé mi nariz desde su oreja a su cuello, hasta dejar mi mentón en su hombro. Tenía un fuerte olor a mi jabón de shea. Hundió su cabeza en el hueco entre mi hombro y mi cuello, dándome un acceso abierto a él. Dijo mi nombre en un susurro velado, muy dormido, y levantó su mano para acariciar mi cabeza. Él se estremece bajo mi tacto, hace un ruido y me agarra de las muñecas con fuerza. Por accidente, en su estómago, las yemas de mis dedos encontraron la misma inicial que yo tenía marcada en la nuca.

FIN

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⏰ Última actualización: Feb 02 ⏰

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