Una mujer

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Un cántico acariciaba oídos en el castillo. Un cantar que provenía de dos direcciones y parecía mezclarse en uno. Aunque él no podía escucharte ni tú a él, ambos sabían cuál letra era en la que debían estar.

Se abrazaba las rodillas y apoyaba su rostro en ellas mientras cantaba suavemente en aquella lengua extraña que poco entendía. Habían pasado varios días, realmente no sabía cuántos. Solo le importaba que estuvieras bien. Que aunque lo dejaran pudrirse allí de por vida le permitiran verte con tu linda y cálida sonrisa una vez más.

El cantar era música fina para los oídos de los soldados, quienes podrían terminar dormitando de la sola melodía. La misma letra, la misma voz, el mismo sentimiento.

El entendía, entendía perfectamente esa carta de amor.

Gracias,
Por ayudarme a levantarme una vez más
Gracias,
Porque mi amor hoy podré dar
Que todos vean
Que todos vean las gracias que te doy.
Que aunque el día empiece amargo y terminé igual
Otro día puede ser mejor.

La traducción no rimaba, no existía, pero él la sabía. Él la admiraba. Él la amaba.

Enséñame amar
Y a agradecer
Para que otro día yo pueda ver
Enséñame
Que soy fácil de tentar
Enséñame
Y nuestro amor no morirá jamás

Sonreía, con los ojos cerrados y descansando el pensar. Dejando todo en blanco para en aquel idioma recitar.

Muéstrame,
Muéstrame el camino del ayer
Para yo en el futuro saber qué no hacer.
Muéstrame
El amor y la sinceridad
Pues pronto y con gracia seremos uno más...

¿Uno más? Eso no era parte de la letra. ¿Qué era esta nueva lírica que se le venía a la mente? ¿Y porqué la cantaba como si fuera parte de ello? Dejó de cantar, escuchando el eco de una voz a largo pisar.

Tragó pesado, levantando la mirada hacia las rejas de la celda y observando al joven adulto frente a él.

-¿Qué cantas?- Cuestionó. Solía preguntar demasiado algunas veces. Almenos, hoy no estaba ahí mirándolo con rencor.

-Un agradecimiento-. Respondió con sencillez. Cerrando los ojos nuevamente para seguirse abrazando a sí mismo. El frío era fuerte, pero no tanto como el frío de fuera.

-...- El joven lo mira varios segundos, sentose luego en una caja de madera en aquel fino pasillo de prisiones.
-¿Qué harás...? Si sales-. Su tono de voz bajó, llamando la atención del huno.

-Volveré al pueblito del que vine, y moriré una vez más para todos ustedes...-

-Me refiero a tu diario vivir, ¿qué harás?-

-Ser sedentario, meditar, trabajar, comer y vivir junto a ella. Es lo único que necesito justo ahora-.

-¿No es muy aburrido para algo tan nómada como un huno?-

-No es aburrido si estas bien acompañado- Suspira, decayendo a un sueño nuevo.

-No te vayas a dormir otra vez-

-Bueno, entre dormir y seguirte hablando una es más tentadora que la otra-. Suspira pesado tragandose el sueño. Se aparta de sus rodillas y deja la cabeza contra la pared detrás suyo.
-Sé que la decisión de si quedarme aquí o no es tuya y de tu esposa. No intentaré manipularte o convencerte de que me dejes ir-.

-¿Por qué no? ¿No que quieres tu vida sedentaria y tu mujer la bruja para toda la vida?-

-Claro que quiero- Ríe débilmente.
-Pero sabía que de algún modo pagaría todo el mal que hice. Y en definitiva no quería que ella sufriera mis consecuencias-

La Wu (Shang yu × Reader)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora