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Recorro las calles con velocidad, no por algún perro peligroso o una señora que me haya corrido de su local a chanclazos, sino porque llegaba tarde a un ensayo con los chicos del mariachi. Apenas hace unas dos semanas me había unido con ellos después de que me hayan visto tocar en uno de los bares cercanos al centro. A pesar de que soy nuevo en la ciudad, mi teléfono me ha ayudado demasiado con el GPS para ubicarme en el gran lugar el que me mudé.

Dijeron que mi valentía había sido lo que les llamó la atención, pero realmente la valentía es lo único que me falta. Solo lo hago para poder comer por lo menos dos veces al día y no morir por hambre; sin mencionar el hecho de que tengo que pagar la renta del lugar donde estoy.

¿Quién lo diría? al parecer no importa si tu tía es la dueña de la casa, de todas maneras te cobrará el asilo. O es eso, o solo es demasiado homofóbica como para solo cobrarme a mí y no a mi hermano mayor heterosexual.

Pero ya da igual.

Tan solo pensar en que me dejen fuera de la agrupación y de probablemente muchas oportunidades de trabajo me hace correr más rápido de lo debido. Para este punto no me importa el hecho de que mi espalda baja se golpee contra la guitarra que llevo detrás mío, solo quiero llegar a tiempo al lugar donde se reúnen los muchachos.

Los muchachos que tratan de hacer bromas sin gracia acerca de sexo gay sabiendo que yo soy bisexual.

No me he terminado de acostumbrar a sus bromas medio-homofóbicas, pero Javier (uno de los que toca el violín) y Luis (quien toca la vihuela) me dan unos pequeños ánimos de "no les hagas caso" y "déjalos, se acostumbraron mucho a que ninguno de nosotros era gay que les parecía gracioso burlarse de eso". Y sé que tal vez no lo hacen para ofenderme, pero a veces pareciera que sí.

Esta vez era la primera donde finalmente no iba a hacer mucho ruido el señor de un local cercano (un taller mecánico) puesto que se había ido de vacaciones o de viaje o algo así. Así que los ensayos serían mucho más tranquilos; además de que finalmente iría el violinista que siempre estaba ocupado. Un tal Jorge de sabrá-dios-dónde que no iba principalmente por el molesto vecino de la colonia. No lo conocía, pero tan solo hablaban de él y siempre decían que el ambiente que los rodea cuando están con Jorge les daba escalofríos.

Además de que tenía unos aires de ser un mamón.

No los comprendía ni los quería comprender, pero para mi sorpresa, después de ser perseguido por un chihuahua en media calle, choco justo con él, frente al lugar donde ensayamos.

— ¡Oiga — dice enfurecido — fíjese por donde corre!

Su voz, su postura e incluso su aspecto parecen de temer: una voz grave, autoritaria, un porte de una persona que no parece ser muy amigable. Tan solo ver cómo se acomoda su traje extrañamente elegante me da señales de su perfeccionismo. Una mirada fría que al instante se convierte en una de ligera confusión.

— ¿Eres Pedro? — pregunta con su extraño acento — ¿El nuevo guitarrista?

— Perdone usted — digo apenado, siempre estoy apenado de casi todo lo que hago, pero ahora se siente peor; siendo que el ambiente junto a él es realmente raro. — Si, soy yo, Pedro García, pa' servirle a dios y a usted.

Con esa simple frase, delato el hecho de no ser originario de la ciudad. Realmente vengo de un pueblo poco poblado a las afueras del estado, viajé para conseguir trabajo aquí. Jorge me mira directo a los ojos, pero yo esquivo su mirar profundo que me da miedo inexplicable.

— Mucho gusto, Jorge Batuecas — extiende su mano en un saludo demasiado formal — y no tiene de qué disculparse, yo he sido quien no miró a donde iba.

Una pequeña expresión de sorpresa se incrusta en mi rostro, casi todos eran groseros de la misma manera con la que me había dirigido inicialmente la palabra. Pero nunca me pedían perdón, sintiéndome mal, culpable.

— Veo que usted también llega tarde.

— Si, que caray — asiento, acomodando mi ropa común que es una camisa azul y unos pantalones de mezclilla — hoy tenía una chamba no tan lejos, sentía que no llegaba.

Finalizo con una sonrisa nerviosa y él sonríe ligeramente, aunque no comprendo totalmente por qué: por mi forma de hablar o por mi propio comentario. Son cosas que no me llegan a importar demasiado, pero si de pensar en la posibilidades se trata, yo lo hago sin razón aparente.

— Yo estaba ocupado en la oficina, les mandé mensaje a los muchachos hace unos minutos, pero no creo que lo hayan visto siquiera. — sigue sonriendo. Al parecer si se había reído de mi comentario, no del cómo lo dije.

Caminamos relativamente poco, llegando a un estudio donde se pretendía ensayar, pero nos encontramos con los demás fuera de la instalación: Luis, Antonio, Javier, Alfredo, Luz y Miguel.

— ¿¡Oiga, pero usted quién se cree!? — se escucha la voz de Luis y Antonio contra la de un hombre extrañamente elegante.

— ¡pues el nuevo dueño de los estudios! — responde el señor.

— A pos si ¿verdad?

— Ya vámonos — dice Javier — Al fin y al cabo hay mejores estudios que este.

— Pero en ningunos los aceptarán — carcajea el viejo con aire extraños de grandeza.

Miro a Jorge que tiene el ceño fruncido, enojado por obvias razones. A todos los noto molestos por la situación, pero de todas maneras siento un poco de optimismo en mi interior.

— ¡Ahora si ya va a ver! — Luz se lanza hacia el señor con claras intenciones de golpearlo, pero es detenida por Alfredo y Antonio, intentando calmarla.

Así, el señor pasa de largo, sube a su coche y se va de ahí.

— ¿ahora qué? — pregunta Miguel que está sentado en la banqueta junto a la calle.

— pues ni modo — Dice Antonio — Tendremos que buscar otro lugar para ensayar.

— Pero no se vale que nos hayan echado así — replica Luz — como viles ratas.

— Pues ya pasó, muchachos — interviene Jorge — entonces trataré de buscar un nuevo estudio si el tiempo me lo permite. Los llamaré cuando lo encuentre; de mientras, todos a sus casas.

Empiezan a despedirse todos de manera triste, pero un ultimo comentario me llega a la mente.

— No se nos va a acabar el mundo — digo antes de que se retiren todos — Bien se sabe que esto no se acaba hasta que se acaba. No se me pongan tristes que si no yo también chillo.

Todos sueltan una risa genuina, y riendo, empezaron a retirarse. Todos menos Jorge quien me ve alejarme del lugar con una extraña mueca de una sonrisa en el rostro.

— Espéreme — grita antes de que doble una esquina para irme en dirección a un parque donde siempre me pongo a tocar. Pero por su grito, me detengo a esperar — ¿ A dónde va ahora? Es que no tengo ya cosas que hacer y no quiero estar solo en mi casa. Ya me aburrió la oficina. Aparte de que lo quiero conocer un poco más al ser miembro del mariachi, necesitamos tener un poco más de amistad ¿no cree?

Si lo anterior no me había terminado de sorprender, lo de este momento me dejó boquiabierto. Los demás me habían dicho que era una persona congelada, que hacía cubos de hielo al estar cerca del agua. Ahora estaba actuando como una persona de lo más cálida posible ¿o estará fingiendo? ¿a quién debo creerle?

— Pues iba a mi casa — mentí — Pero si usted quiere salir, está bien.

Por alguna razón, cuando él sonríe, mi corazón siente una inseguridad que prende todas las alertas existentes en mi ser. Así que para no verme raro, también sonrío.

Quisiera saberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora