Capítulo 4

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Aunque Viviana hubiese querido y deseado con toda su alma que Genoveva se hubiera dignado de pegarse a otra persona, eso no sucedió. A pesar de que ya tenía una semana y se relacionaba con todos los profesores, ella seguía obstinada en pasar el almuerzo con la profesora de historia, aun así, agradeció que ya era viernes y no tendría que verse en la obligación de convivir más con ella.
No obstante, a la hora del almuerzo, Genoveva no podía soportar más el que Viviana continuara si decir nada de su vida, así que intento indagar que haría su colega ese fin de semana.
― ¿Que planes tienes para este fin de semana? ― inquirió Genoveva llena de curiosidad.
―Nada en especial, estar en casa.
―Supongo que en compañía de tu pareja ― manifestó, metiendo hilo para sacar hebra.
Viviana levanto la vista de su plato y miró a Genoveva, Quizá esa era la oportunidad que tenía para quitársela de encima. La profesora de Literatura quería saber sobre ella, entonces le dejaría saber de ella, tal vez así, se alejará como las demás al enterarse de que era una lesbiana.
―Soy soltera.
― ¿No ha llegado el hombre indicado?
―Más bien será la mujer indicada ― dijo con malicia.
― ¿Y ya la tienes?
―No, tampoco ― contesto volviendo a su comida al ver que Genoveva ni siquiera se había inmutado ante aquella información.
Genoveva no indago más, ya que vio su repentina muestra de mal humor. Pero al menos no se había equivocado al sentir esa sensación de que Viviana era tan lesbiana como ella. 
―Pero me encuentro muy bien en el estado en el que me encuentro ― habló luego de unos momentos para sorpresa de Genoveva ―. Cuando tenía unos años menos, me preocupaba el no tener pareja, así que buscaba casi desesperada mente el amor y una pareja. Pero al final, ninguna de las mujeres con las que salí, me aceptaban. A pesar de las citas que teníamos, ninguna se convertía en mi novia. Al final era yo, quien terminaba sintiéndome mal y al final opte por no volver a salir con nadie y evite preocuparme de muchas cosas. Fue lo mejor que hice en toda mi vida.
Genoveva no dijo nada, se quedó callada ante lo que Viviana le había dicho, por una parte, la considero cobarde, pero, por otro lado, tenía razón y sin querer, le dejaba claro que no estaba interesada en ni siquiera echar una cana al aire.
A pesar de que era sábado, Viviana se despertó a la misma hora de siempre, se puso su ropa deportiva y salió a correr como cada mañana en la que no tenía que ir a la universidad a dar clases. Ese era el inicio de su rutina de ejercicios, pues ese día era el único día en el que podía ejercitarse, pues el domingo era sagrado para ella y no movía un musculo, ni siquiera para ir de fiesta cuando la invitaban alguno de sus vecinos.
Viviana solía correr en la acera en la misma zona en la que residía, corría aproximadamente cuarenta minutos, aunque a veces poco menos, pero la mayoría de las veces trataba de que fuera ese tiempo.
Mientras Viviana corría a esa hora de la mañana, Genoveva apenas iba despertando y se estiraba cuan larga era, luego se quedó en medio de la cama como si fuera una estrellita de más y se sintió feliz de tenerla para ella sola. A ella tambien le pasaba lo mismo que Viviana, ciertamente ahora ya no quería a nadie en su vida, pero sí que se le antojaba entretenerse por allí con alguien, tener sexo ocasional con una follamiga, pero estaba claro que con Viviana no iba a ser. Pero al menos sí que quería tener una amiga que fuera lesbiana y poder conversar con ella de cosas de lesbianas.
Se encontraba pensando en ello, cuando su celular comenzó a sonar, estiro el brazo para tomarlo del buró que se encontraba junto a su cama, miró la pantalla y vio que se trataba de su amiga Ana, ella era la única persona que había dejado atras, pero Ana, a diferencia de ella, tenía una familia, una esposa y dos hijos, algo que Genoveva cuando era feliz y casada deseo para ella tambien, pero al parecer eso no era para todos.
― ¿Porque me llamas siempre tan temprano? ― fue lo primero que le dijo Genoveva antes de que Ana tuviera tiempo de decir algo.
―Porque tengo dos monstruos que me levantan muy temprano, así yo quiera estar en cama por más tiempo no puedo ― se quejó, pero Genoveva sabía que aquello realmente no era ninguna molestia para su amiga, al menos no una muy agobiante porque amaba a sus hijos pese a lo caótico que se volvía a veces.
―Pobre de ti, pero eso no significa que tengas que hacerlo pagar conmigo.
―Ya estabas despierta, porque si no, no hubieras respondido inmediatamente.
―Bueno, sí. Ya estaba despierta.
― ¿Cómo estás? ¿Cómo te va por allá? ― quiso saber.
―Bien, no me puedo quejar ― respondio al tiempo que se levantaba de la cama para dormirse hacia la ventana de su habitación que daba hacia la calle ―. Aunque el primer día cuando iba a la universidad se me poncho el coche.
―Y no llegaste a tiempo, me imagino.
―Llegué a tiempo.
― ¿Ya aprendiste a cambiar una llanta?
―No, para nada.
―Llamaste a alguien, para que lo hiciera por ti.
―No, tampoco.
― ¿Entonces? ― preguntó Ana que se empezaba a desesperar.
Genoveva estaba a punto de responder la pregunta de su amiga, cuando delante de ella, miró a Viviana correr en unos chores y playera deportiva, mostrando más piel que nunca. La imagen de la mujer de piernas firmes, corriendo en la acera a esa hora de la mañana la dejo fascinada y sus ojos no dejaban de verla, hasta que la vio doblar la esquina y desapareció de su campo de visión.
― ¿Genoveva?
―Lo siento.
― ¿Estas cagando?
―No y si así fuera ¿Qué? ¿No me estás viendo?
―Pero no quiero oírte pujar.
―Idiota. Solo veía a mi vecina, mecánica y colega correr en unos chores, que se le ven bastante bien ― dijo abandonando la ventana decepcionada de que ya no podía ver a Viviana.
― ¿Como que vecina, mecánica y colega? Explícate.
―El mundo es un pañuelo cuando quiere. La mañana en la que me ponche, una mujer fue quien se detuvo a ayudarme, porque los caballeros hoy en día están extintos. Luego, cuando llegó a la universidad, resulta que la mujer en cuestión en maestra y para remate, vivimos en la misma zona.
― ¡Vaya! De seguro debe de tener unos kilos demás, con un marido gordito y tres hijos.
―Nada de eso.
― ¿Es guapa?
―Umm, no. No es ese tipo de mujer que ves y dices ¿de dónde salió ese mujeron? No, ella no es de ese tipo. Pero tampoco es fea, ni gorda. Tampoco tiene hijos y marido.
―Entonces está loca.
Las dos rieron ante el comentario de Ana.
―Quizás, pero lo que sucede es que es lesbiana.
―O sea que encontraste todo a la vuelta de la esquina ¡Que suerte!
―Que va, esa mujer es... No sé cómo describirla. Es bastante particular.
―Creo que alguien se ha enamorado.
―Por supuesto que no, idiota.
―A mí me parece que te ha causado una gran impresión.
―Bueno, eso desde que cambió la llanta de mi coche.
―Se me hace que tendrás a tu amante muy cerca de ti, sobre todo para mantenerla vigilada.
―Ella no es ese tipo de mujer, ayer me dejo claro que no está interesada en nadie y por lo que entreví, lleva un tiempo sin intentar algo y no parece ser el tipo de mujer que cambia de idea fácilmente.
―Que interesante ― expresó Ana al escuchar el tono de voz desilusionado de Genoveva.
― ¿Qué te parece interesante?
―Nada, nada. Solo llame para saber cómo estabas.
―Gracias, estoy bien ¿Y ustedes?
―De maravilla, nos hablamos luego. Hoy me toca hacer el desayuno, hasta luego.
―Hasta luego.
Mientras corría, Viviana sintió que alguien la miraba, pero luego de buscar con la mirada cada que pasaba por donde corría no vio a nadie, pero aun así la sensación que sintió fue extraña, pues le erizo toda la piel, al menos fue por unos momentos, luego lo que experimento, desapareció.
Genoveva dio un suspiro, extrañando por primera vez a su amiga o más bien a sus amigas, porque ahora la pareja de Ana, se había convertido automáticamente también en su amiga.
Después de que colgó con su amiga, se quitó la playera que usaba a modo de pijama y bajo a la cocina para prepararse un café sin leche. Desde que se mudara no había tenido la oportunidad de ir de compras, solo tenía lo que llevó de su antigua vivienda y lo peor de todo, es que lo suyo no era ir al supermercado, cuando iba, lo hacía con Ana, ella era quien le aconsejaba que era lo mejor y buscaban precios, pero ahora se sentía perdida, de hecho, no le gustaba mucho la idea de hacer las cosas sola, esa era la verdad y menos las compras.
Por eso, apenas terminar su café, se le ocurrió la grandiosa idea de ir a casa de Viviana, tocar a su puerta y pedirle que la acompañara al súper, de tener su número celular, le habría llamado, pero tras una semana conviviendo, no se lo había pedido, porque noto que no era una mujer fácil de sobrellevar, a pesar de que sabía que podía llegar a ser muy acomedida, tenía sus límites marcados y noto que el no dar su contacto era uno de ellos.
Tomó las llaves de su auto y se encaminó rumbo a la casa de la mujer por la cual se sentía totalmente atraída por su singular forma de ser, sabía que no era dulce, pero tampoco era como el papel de lija, Viviana se encontraba en algo intermedio y a Genoveva le atraía sin que ella quisiera admitirlo.
Viviana se encontraba en su casa, ya se había duchado, cambiado de ropa y desayunado. Poco después de eso, su hermana llegó a casa con sus hijos, los cuales de inmediato comenzaron a molestar a su tía, para que les contara cuentos o jugara con ellos, pero ese día Viviana no estaba de humor ese sábado, lo que más deseaba era estar sola y mirar alguna serie en la televisión, pero con la llegada de los dos diablillos, ahora sus planes se habían venido abajo.
―Alguien tiene cara de culo, el día de hoy ― le dijo Arely cuando vio el rostro de su hermana mayor entrar a la cocina con sus dos sobrinos de cuatro y dos años colgados de sus piernas.
―No sé qué le pasa ― repuso du madre ―. Hace días que tiene esa cara.
Viviana solo puso los ojos en blanco, aún más fastidiada por lo que su madre y hermana decían. Se sentó junto a la mesa de la cocina, con las dos garrapatas de sus sobrinos, mientras observaba como su madre y hermana, preparaban el almuerzo y postre.
―Nada, no me pasa nada.
Acaba de decir esto cuando, alguien toco el timbre de la puerta, como ella era la única libre, era la que debía ir a ver quién era, pero al ponerse de pie, aun sus sobrinos seguían colgados de ella.
―Una carrera a ver quién llega primero a la puerta ― les dijo a sus sobrinos para que la soltaran.
Viviana consiguió que la soltaran y le brindaran grandes sonrisas y que sus ojos brillaran llenas de felicidad, de que su tía había hecho un pequeño juego con ellos. Contó hasta tres y les dio ventaja para que corrieran por delante de ella.
― ¡Ganamos! ― gritaron sus sobrinos tocando la puerta, mirando a su tía y ellos brincaban como chapulines ―. ¿Que nos vas a dar?
―No sabía que había prometido darles algo ― les dijo y volvieron a tocar el timbre ―. Esperen un momento, voy a ver quién es.
Sus sobrinos se escondieron detrás de ella en cuanto abrió la puerta, Viviana casi se infarta el ver quien era la persona que estaba delante de ella, era a la que menos se le apetecía ver y que por su culpa se encontraba en un estado de fastidio, en el cual, ni siquiera ella se soportaba. Por otro lado, la desconcertaba el cómo es que había dad con su casa, ella nunca le había dicho en donde exactamente vivía, pero conociendo lo poco que ya sabía de ella, seguramente la había espiado y eso la fastidiaba aún más.
Genoveva, había aguardado con el corazón latiéndole rápidamente, cuando escuchó las risas y voces de niños poco antes de que le abrieran la puerta. Sintió algo de decepción, al pensar que quizá Viviana le había mentido sobre su vida y que en realidad era una mujer hetero con esposo y niños. Estuvo tentada a darse la vuelta, retirarse antes de que le abrieran la puerta, pero necesitaba afrontar la verdad, verla con sus propios ojos y así, aprender a no creer todo lo que le decían.
La puerta por fin se abrió y a pesar de la desazón que comenzaba sentir, no pudo evitar que sus ojos vagaran rapidamente por la figura de Viviana, que ese día llevaba sandalias, pantalones rectos de mezclilla, una blusa en color negra y el cabello recogido en una cola de caballo. Después de observar esto, se dió cuenta de las dos criaturas que se escondían detrás de ella, asomando sus cabezas y la miraban con curiosidad. Genoveva no pudo evitar encontrar un parecido en ellos con Viviana.
― ¿Cómo sabes en donde vivo? ¿Me estas espiando? ― fue lo primero que le dijo Viviana antes de decir otra cosa.
―Qué manera tan peculiar de saludar.
―Eres tú la que debes saludar, has sido tú la que has venido a mi casa.
Genoveva no pudo evitar reírse, todo lo que acontecía con Viviana era muy singular, nada era normal u ordinario.
― ¡Hola! ¡Buenos días!
Viviana pensó que para nada eran buenos días, ahora eran horrorosas gracias a ella.
―Buenos días ― respondió cruzando de brazos.
Genoveva iba a abrir la boca, cuando aparecieron dos mujeres detrás de Viviana.
― ¿Que ocurre Vivi? ― le preguntó la mujer mayor mirando a Genoveva.
― ¿Es tu novia? ― quiso saber Arely mirando descaradamente a la mujer que estaba de pie en la entrada de la casa.
―No ― respondió Viviana rapidamente dedicándole a su hermana una mirada envenenada.
En ese momento, los dos niños que se escondían detrás de Viviana, la abandonaron para correr hacia la otra mujer y el más pequeño le tendía los brazos para que lo tomara en brazos. Al ver la escena, Genoveva sintió un gran alivio, uno que ni siquiera sabía porque, pero le alegraba saber que aquellos niños no eran de Viviana y que de verdad era lesbiana y no tenía pareja.
―Disculpe las molestias ― dijo Genoveva a las dos mujeres recién llegadas ―. Soy Genoveva, profesora de literatura en la misma universidad que Viviana.
―Mucho gusto ― manifestó la madre de Viviana acercándose y extendiendo su mano para saludarla ―. Soy Francis.
―Sí, de Francisca ― la chincho Viviana.
―Porque eres tan grosera y no has hecho pasar a la visita ― le riño.
―No, se preocupe yo solo venía a preguntare a Viviana si le gustaría acompañarme a comprar y me mostrara un poco la ciudad. Me acabo de mudar y no conozco mucho.
Para Viviana le fue imposible no mostrar su gesto de desagrado ante aquello, ahora que su madre y hermana había escuchado no la dejarían negarse. Maldijo la mala suerte de aquel día, el cual se estaba poniendo peor.
―Por supuesto que te acompañara, sirve y se distrae, porque trae un genio de los mil demonios ― expresó Arely.
― ¿Y a ti quien te preguntó?
Genoveva tenía unas inmensas ganas de reírse de la situación, pero sabía que aquello solo serviría para poner más de mal humor a Viviana, que se le quedo mirando seria.
―Creo que no podre acompañarte, tengo cosas que hacer ― declaro.
―No tienes nada que hacer, así que ve y acompáñala ― le ordenó su madre.
―No se preocupe, si Viviana no puede, no hay problema ― intervino Genoveva viendo como la boca de su colega se volvía una fina línea, demostrando en aquel gesto su disgusto.
―Mi hermana ira, lo que pasa es que es muy floja para salir.
Viviana entorno los ojos y se alejó de la puerta para ir en busca de su cartera.
―Parece antipática, pero es de buen corazón ― continuó Arely.
Poco después, Viviana volvió a aparecer.
―Nos vemos al rato ― les dijo a su madre y a su hermana.
―Espero lleguen para el almuerzo ― dijo Francis ―. Estas invitada tu tambien ― se dirigió a Genoveva.
―Muchas gracias.
― ¡Tía, no se te olvide traernos algo! ― le gritaron los dos chiquillos cuando su tía bajaba las escalerillas.
―Por supuesto que no ― les respondió de manera amable y dedicándoles una sonrisa.
Genoveva se dio cuenta, de que a sus sobrinos le mostro una cara que no enseñaba a todo el mundo, una en el que su semblante se suavizo y era dulce.
Subieron al auto y ninguna dijo nada, Genoveva se puso en marcha y esperaba que a Viviana se le pasara el disgusto de que la hubieran obligado a ir de compras con ella.
―Detén el auto ― le pidió Viviana a Genoveva cuando se introducían al tráfico.
Genoveva sin decir nada más hizo caso, se orilló y detuvo el auto apenas encontró un lugar.
―Yo ... ― iba a comenzar a disculparse con Viviana cuando lo que escuchó la dejo aún más perpleja.
― ¿Quién diantres te enseñó a conducir? ― inquirió mirándola.
―Nadie, realmente.
―O sea que, de la noche a la mañana, tomaste el auto y decidiste que eras conductora.
―Bueno, alguien solo me enseñó lo básico.
― ¿Pero no te enseñó las reglas de vialidad?
―No ― respondió avergonzada.
―Baja del auto, yo conduciré. No quiero que me mates en un accidente de auto y de paso, aprendes a conducir y venir al supermercado sola.
Genoveva, sintiéndose avergonzada, bajo del lado del conductor y le cedió su lugar a Viviana, que se hizo detrás del volante. Se pusieron en marcha de nuevo y mientras conducía, la profesora de literatura le indicaba que hacer y qué no hacer mientras conducía, mientras que Genoveva prestaba mucha atención y pese a lo avergonzada que se sintió, le estaba gustando la compañía malhumorada de Viviana.
―En un semáforo, siempre trata de detenerte detrás de la línea amarilla, porque así no estorbas a quien vaya a dar la vuelta y evitas accidentes, para eso está esa línea.
Después de que hubo dado todas las explicaciones e indicaciones, lo que quedaba de vieja fue en silencio, hasta que llegaron al supermercado.
―Aquí suelo venir con mi madre ― dijo Viviana cuando aparcó el auto ―. Hay de todo y a buen precio, además de que todo es fresco y de calidad.
―Gracias y perdón por molestarte de nuevo.
Viviana escuchó el tono algo sentimental en la voz de Genoveva y no pudo evitar sentirse afectada y culpable por cómo se había comportado.
―No te preocupes y no me hagas caso. A veces ni yo misma me entiendo ― dijo, aunque sabía que se conocía mejor que nadie y si trataba de evitarla, era para que esa manera loca suya de enamorarse de las mujeres, no le sucediera lo mismo con Genoveva.
Salieron del auto y Viviana le entrego las llaves, luego de ponerle seguro.
―La verdad es que no me gusta hacer las compras sola ― confesó cuando se dirigían hacia el supermercado ―. A donde residía antes, iba con mi amiga Ana a hacer los mandados, porque me da miedo recaer en la bebida.
Genoveva miró a Viviana a la espera de que la observara de manera acusadora, pero continuó caminando sin mirarla.
― ¿Recién lo acabas de dejar?
―No, lo deje hace tres años. Aun así, me da miedo.
― ¿Has probado una copa de nuevo?
―No, nada desde que lo deje.
―Entonces, eso habla bien de ti. Todo depende de nuestra fuerza de voluntad y las ganas que tengamos en superarnos a nosotros mismos.
Genoveva sintió alegría, más allá de Ana, nadie le había dicho eso, incluso cuando se negaba a aceptar una copa le insistían a que bebiera, que no le haría daño, ni le afectaría, pero en su interior, ella sabía que a veces no era tan fuerte y temía que, si probaba de nuevo el alcohol, una copa se convertiría en dos y luego en tres, hasta terminar de nuevo ebria.
― ¿Bebes? ― quiso saber Genoveva.
―Para tu suerte, no. Tampoco me he embriagado nunca. No suelo beber, lo máximo que puedo llegar a beber es una copa y nada más. Y no me gusta la cerveza.
―Que rara eres ― se le escapo decirle y se tapó la boca con las manos. Viviana la miró con una fingida cara de horror e indignación y luego se rio.
―Lo sé.
Una vez dentro, Genoveva cogió un carrito y caminaron por los pasillos.
― ¿Has hecho una lista? ― le pregunto Viviana.
―No.
―Algo me dice que eres desorganizada.

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