Capítulo II

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                                                                                            I

Desde ese día todas las tardes iba a entrenar al gimnasio del instituto. Me aceptaron como miembro del equipo aunque aún estaba lejos de convertirme en titular. Kuroko se encargaba de guiarme y apoyar mi entrenamiento −cuando no desaparecía de repente. Mi rutina había pasado de un completo aburrimiento a tener algo por lo que levantarme con ánimos de la cama, pero a veces terminaba frustrado. Mi actitud era un tira y afloja y se debía, al cien por cien, al chico de piel morena, a Aomine. Me encantaba entrenar, pero esas ganas chocaban con la pared que le rodeaba. No tenía forma de alcanzarle. Mis días de genio habían acabado.

Pero como rendirme no iba conmigo, seguía practicando después de los entrenamientos, lleno de moratones y agujetas, unas veces en el propio gimnasio del instituto y otras en un parque cerca de casa.

En una ocasión, mientras me cambiaba en los vestuarios, escuché un grito que venía de la pista. Habría jurado que estaba solo. Me asomé semidesnudo por la rendija de la puerta y vi a Kuroko de pie y a un Aomine encogido de miedo en el suelo, suplicando por su vida. Tenía intención de aparecer, pero rápidamente Aomine tomó la mano que le había tendido Kuroko y ambos empezaron a hablar enérgicamente−al modo en que Kuroko mostraba 'energía'. Creo que fue esa la vez en la que más me confundieron mis sentimientos ¿Qué era lo que me apretaba el pecho? No sabía describirlo, pero quise decirle a Kuroko que yo era el único que podía tener la atención de Aomine; él era lo que yo estaba persiguiendo, mi meta inalcanzable.

Aunque, que le admirase no era una buena razón para estar... celoso, ¿verdad?

Di un portazo y les saludé a gritos. Tenía que dejar de pensar.

−¡Holaaaaaaa!−saludé a gritos.

Ambos dieron un respingo.

−¡Kise! ¿Es que tú también quieres matarme de un susto?−gruñó Aomine, y luego se quedó perplejo.

−Ah, Kise...−dijo aparentemente con poco interés−estás a medio vestir...

Me miré y tenía razón, solo llevaba puesta la ropa interior.

−Pff... ¡HAHAHA!−Aomine empezó a carcajearse.

Me estaba muriendo de la vergüenza, pero fingí que no me importaba y puse las manos en mi cintura con actitud altanera.

−Soy demasiado guapo para este mundo.

Aominé seguía riéndose.

Por mi parte, esbocé una sonrisa. Me encantó ver esa expresión en su cara, tan fresca y radiante como cuando jugaba con todas sus fuerzas en la cancha. Él era luz, aunque una demasiado brillante para mirarla detenidamente de cerca, al igual que el sol. Sentí que aumentaba la temperatura de mis mejillas mientras observaba como su estómago convulsionaba o se secaba las lágrimas de la comisura de los ojos. Decidí volver al vestuario y terminar de vestirme.

Salimos a comprar helado en un konbini de camino a casa. Antes de que empezáramos a comer, Kuroko recordó que tenía cosas que hacer−ayudar a sus padres, explicó− y se marchó a toda prisa dejándome a Aomine y a mí en la entrada de la tienda.

−¿Por qué no comemos en ese parque?−sugerí.

−Suena bien−me pasó el brazo por los hombros.

Al principio me quedé petrificado por el súbito roce. Era la primera vez en ser tan cercano fuera de los entrenamientos, pero esa emoción, ese supuesto privilegio desapareció al recordar que Kuroko recibía ese trato constantemente.

El sueño que he encontradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora