Capítulo III

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                                                                                               I

Los siguientes meses fueron los más desagradables de mi vida. Nunca había estado tan irritado ni había tenido tan mal humor; luego ese enfado se transformaba en desesperación para dar paso a un vacío que intentaba llenar con revistas de modelos guapos, culebrones y bolsas de patatas fritas con sabor a jamón que sabían a todo menos a jamón. Me presenté en los siguientes entrenamientos con una coraza en torno a mis pedazos rotos y, en contra de mi voluntad, me esforcé por convertirme en el compañero más enérgico, dinámico y eficiente de todo el equipo en un intento de olvidarme de lo sucedido aunque, en ocasiones, me daba la impresión que mi papel estaba sobreactuado, y es que me percataba de las constantes miradas recelosas de Kuroko, pero fingía no darme cuenta o sino el hechizo terminaría por desvanecerse.

Veía escasamente a Aomine y cuando se mostraba hacía todo lo posible por evitarle. No era difícil ya que el formaba parte del grupo principal y yo iba por detrás; por una vez me alegré de no ser titular. Además, la atención que me ponía Midorima hacía más a mena las tardes en el gimnasio. Desconocía que el supiera algo sobre el tema, el por qué había terminado tan destrozado en el suelo de la azotea−y con un aspecto muy humillante, qué vergüenza−, pero no le di demasiadas vueltas y aproveché esos momentos para conocerle mejor: era un auténtico tirano, no tenía sentido del humor y creía más en ese estúpido horóscopo de Oha Asa que en la mujer que presentaba el Tiempo (así que si llovía de repente sería cosa de una fuerza cósmica).

Akashi se dio cuenta del distanciamiento (Akashi se daba cuenta de todo, parecía que nos leía la mente con la mirada) porque me obligó a practicar con los titulares. Al principio no supe qué tramaba, pero más que ayudarme con Aomine lo que perseguía era la destitución de Haizaki. Fue en ese momento cuando saqué partido a una habilidad que desgraciadamente compartía con ese cretino, sin embargo, quedó prohibido al final que copiase las habilidades de mis compañeros, y eso que era lo más divertido.

Era de esperar que esta nueva rutina me obligase a interactuar más con él, pero no por ello enfrió el ambiente. No podía ser más artificial nuestro comportamiento y en mi interior peleaban dos sentimientos completamente opuestos: le odiaba por haberme hundido, y además de una manera muy cruel, y al mismo tiempo deseaba cubrirle el rostro de besos para eliminar la marca que le había dejado en la frente; luego recordaba lo primero y se me quitaban las ganas. Pues así una y otra vez hasta que mi mente colapsaba. Me quería tirar de los pelos.

Al menos a alguien le iba bien, pues Kuroko parecía estar progresando gracias a los entrenamientos de Akashi. Estaba seguro que llegaría a ser titular, nadie se lo merecía más.

Durante un entrenamiento Aomine y yo formamos pareja y no pude odiar y maldecir más al capitán en aquel momento. Su mirada azulina me evadía indiscretamente unas veces y otras me perforaba la retina cuando fijaba sin piedad lo que me pareció indiferencia y repulsión.

Repulsión.

Aomine jugueteaba con el balón y rió socarronamente.

−¿Has vuelto a salvar a alguna otra damisela en apuros?

No sabía qué contestar. Adopté una postura defensiva ante su pregunta y me crucé de brazos.

−¿Qué pasa? ¿Te ha comido la lengua el gato? ¡Ah! Quizás haya sido alguna de las furcias de tus amigas, ¿no?−sonrió de lado. Su rostro reflejaba únicamente el desprecio.

Abrí los ojos ampliamente.

−¡Serás cabrón!−grité.

Contraje el brazo para asestarle un puñetazo. No iba a permitir que insultase a aquellas chicas que consideraba mis amigas, ni aunque fuera él.

El sueño que he encontradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora