El sol de la mañana se cuela perezoso entre las cortinas de mi habitación. Me estiro con desgano y mis huesos truenan como un tractor oxidado. Anoche tuve un sueño extraño, quizás producto de la cena pesada, y aún sigue danzando en mi mente aturdida.
En él, despertaba en una casa que no reconocía. Las paredes estaban desnudas y el polvo lo cubría todo. Caminé por los pasillos desconocidos buscando una salida hasta que en un rincón divisé un espejo de cuerpo entero. Al acercarme pegué un respingo pues no era mi reflejo el que aparecía sino el de un completo desconocido.
Tenía el rostro demacrado y la mirada perdida de quien ha visto cosas que el hombre no debería. Retrocedí asustado pero al darme vuelta el extraño ya estaba detrás mío, como salido de la nada. Intercambiamos una mirada cargada de significados ocultos y desperté bañado en sudor.
El recuerdo aún me eriza la piel. Decido preparar un café bien cargado para espantar los fantasmas nocturnos y me dirijo a la cocina tambaleante. Al pasar frente al espejo del pasillo pego un salto al ver de reojo una silueta en su interior. Pero al enfocar la vista sólo me encuentro a mí mismo, ojeroso y desaliñado.
Río por lo bajo de mi propia estupidez y continúo mi camino. En la cocina enciendo la pava eléctrica y saco la cafetera italiana, reliquia familiar heredada de mi abuelo. Mientras espero que el agua hierva reviso el correo y encuentro una carta del estudio jurídico "Martínez, López y Socio".
La abro con desgano pensando en alguna factura impaga y para mi sorpresa se trata de una herencia. Al parecer un tío lejano que ni recordaba ha fallecido dejándome su vieja casona en las afueras de la ciudad. Releo la carta varias veces pensando que debe ser alguna broma macabra pero todo parece en orden.
La noticia me revuelve el estómago aún más que la cena de anoche. Nunca tuve trato con ese pariente y la idea de heredar una ruinas perdidas en el campo no me entusiasma. Pero al menos servirá para distraerme unos días lejos de la rutina. Llamo al estudio para coordinar la visita y me encuentro de pronto haciendo las valijas.
Al día siguiente tomo un micro de larga distancia rumbo a la nada. Durante el trayecto interminable veo pasar paisajes que parecen congelados en el tiempo. Finalmente divisamos entre la neblina una vieja construcción que se yergue solitaria en medio de la nada. Bajo con mis bultos y el escribano que me recibe se presenta como el Dr. Martínez.
Revisa los papeles con parsimonia mientras yo pateo piedras imaginando cómo será el interior. Finalmente termina el papeleo y me entrega un manojo de llaves oxidadas. Me desea suerte y se aleja en su automóvil dejándome solo frente a la ruina. Inspiro hondo y me dispongo a descubrir mis nuevas posesiones.
Las cerraduras chirrían como quejándose y la puerta se abre de par en par dejando ver un oscuro túnel. Enciendo mi linterna temblorosa y avanzo con cuidado por el vestíbulo cubierto de telarañas. Pronto llego a un amplio salón lleno de muebles tapados y objetos cubiertos de polvo. Soplo una fina capa revelando un espejo de cuerpo entero en un rincón.
Al mirarme pego un respingo, pues en el vidrio aparece de nuevo el rostro demacrado del extraño de mi sueño. Me doy vuelta de un salto pero esta vez no hay nadie. Río nervioso pensando que la soledad ya me está afectando y decido explorar el resto de la casa. Camino de habitación en habitación sin encontrar nada fuera de lo común, sólo muebles viejos y recuerdos pasados.
Cuando cae la noche enciendo un fuego en la chimenea para combatir el frío. Ceno una lata de conserva y me dispongo a dormir en el suelo sobre un colchón polvoriento. Antes de quedarme dormido juro ver de reojo un rostro espiando entre las sombras. Cierro los ojos con fuerza y al amanecer todo parece haber sido una pesadilla.
Los días pasan monótonos mientras limpio y acomodo la vieja casona. Cada rincón guarda historias de otros tiempos que susurran a mi alrededor. Una noche, agotado, me dejo caer en el salón principal. Al despertar algo me dice que no estoy solo y al girarme ahí está de nuevo el desconocido del espejo, mirándome fijamente desde el reflejo.
Me pongo de pie de un salto dispuesto a enfrentarlo pero al acercarme sólo me encuentro a mí mismo, ojeroso y desaliñado. Río nervioso pensando que la soledad me está volviendo loco. Decido que es hora de abandonar este lugar, sea cual sea el misterio que acecha entre sus paredes. Recojo mis cosas y parto al amanecer dejando atrás la casa y su espejo errante.