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–Gojo Satoru
Tiraste las hojas al piso en un arrebato de furia. Gritaste, en un descargo de ira Esa pequeña vibración en tu oído volvió, todo se nubló a tu alrededor por unos segundos. Tu seño fruncido y tus puños apretados intentaban calmarse, pero tus venas sobresalían sobre tu antebrazo y tú cuello.–¡No! ¡No! – gritaste, dando golpes a la mesa.
Derrepente, esa vibración en tu oído desapareció, y te diste cuenta de todo el desastre a tu alrededor. Hojas tiradas, la mesa desordenada, sillas en el piso y un vaso roto, tu vaso favorito.
Te encogiste al tamaño de una hormiga, estabas colapsada por el estrés de tener todo sobre tus hombros, del estrés de que nunca te tomarán en cuenta en las reuniones de profesores, de que te tuvieran como el eslabón débil, cómo la oveja negra.
Tiraste las hojas a la basura, de alguna manera trataste de ordenar la mesa con las pocas fuerzas que te quedaban, levantaste las sillas y limpiaste los restos de vidrio en el piso.
Fatigada, tirada en el sillón, pensante, tratando de mejorar el día, planeando clases para los alumnos de hechicería, tratando de controlar la situación.
El timbre sonó junto con unos golpes en la puerta.
–No estoy de humor para estupideces. – murmuraste, con las manos tapándote los ojos.–No pienso abrir...– pensaste.
–¿_____? – preguntó, detrás de la puerta. –¿Estás aquí? – dió dos golpes más, suavemente.
Tras un suspiro, giraste el picaporte y te encontraste con la inminente imagen de Gojo, con aquella sonrisa soberbia de siempre.
–Abre la puerta, no muerdo. – dijo, apoyando su mano en el marco.
–Tsk..– lo dejaste pasar, con cero ganas de escuchar las estúpidas bromas que tenía para decirte, con la estúpida manera de tratar de darte ánimos, y con la estúpida manera que tiene de alardear de todo lo que le sale bien, porque es Satoru Gojo, el hechicero más poderoso de todo el maldito planeta. –¿Qué pasó?– preguntaste sirviendote agua en un vaso que no era tu favorito.
–Mmh, nada. – respondió, sentandose en el sillón.
–Entonces no vengas a molestarme. – replicaste de manera pesimista.
–Andas explotada, ¿No? – te congelaste por un momento.
Tal vez escuchó tu ataque de ira.
Tal vez él ya sabía de tus llantos por la noche.
Tal vez escuchó como caminabas entre los vidrios rotos.
Tal vez llevaba más tiempo en la puerta del que pensabas.
–Algo así. – contestaste, tomando un sorbo de agua fría.
