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–Satoru Gojō . . . . . .
+18(?
Nunca lloraste por la muerte de nadie, ni una sola lágrima, ni un suspiro, nada.
Nunca pediste un tiempo de duelo en la academia de hechicería cada vez que un compañero tuyo moría, o incluso tu propia familia.
Bueno, eso fué después de que él muriera.
Tenías una sonrisa tan maravillosa, espléndida, que brillaba a kilómetros de distancia, de esas que enamoraba a cualquiera, de esas que hipnotizaban.
Tu sonrisa era acompañada por aquellos ojos azules, un azul profundo, como el mismísimo océano y sus profundidades, tan complejo y a la vez tan simple, una ventana sin descubrir, un mundo sin explorar. Eran tan brillantes, resaltaban entre la multitud, estaban llenos de vida, esperanzas, amor, pasión, sentimientos y emociones.
Pero eso era antes.
Desde que él murió, ya nada era igual.
Tu sonrisa ya no brillaba, tus ojos tampoco.
Ya no hipnotizaban.
Tus ojos ya no eran alegres, ahora la profundidad del color de tus ojos ya no resaltaba, la profundidad vacía del océano carecía de amor, pasión, esperanzas, sentimientos y emociones.
Cada vez te emocionaba menos exorcizar maldiciones, cada vez eras más indiferente con las personas.
Y era un cambio notable.
En especial para Gojō.
Él te vio caer, poco a poco, vió como te hundías en tu propia miserias, pero no iba a dejar que eso pasara para siempre, no quería que llegaras al fondo, no quería perderte. . . . . . Escuchaste pasos detrás tuyo, supusiste que era alguno de tus alumnos, pero era aquél albino con esos ojos azul cielo, te tocó la espalda mientras admirabas el paisaje del atardecer.
–¡Hola ______! – saludó, con esa sonrisa arrogante de siempre, nada nuevo.
–Hola Gojō, ¿Qué tal? – preguntaste por educación, porque lo último que querías en ese momento, era hablar con él.
–Bien, bien, ¿Y tú? – replicó él ante ver tu inexpresion – ¿Siempre tienes esa cara?
–Sí, siempre fué mi cara. – respondiste con ironía.
Que tipo más molesto. Tenías ganas de decirle "¿Siempre haces preguntas tan estúpidas? Maldito imbécil." Pero tú sentido común y mínima decencia humano no dejaron que tu lengua se soltara.
–_______, ¿No quieres ir a caminar? Estoy libre. – invitó
–No. – contestaste fríamente, realmente no querías hablar con él.
