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—Tienes que confiar en mí —dijo Ana entre risas, sus palabras teñidas de un tono travieso y arrastradas por el efecto del alcohol. Mientras hablaba, empujaba a Louis hacia el interior de una habitación apenas iluminada—. Recuerda, dejé un frasco de pastillas en el bolsillo de tu chaqueta y una botella de agua en la pequeña heladera junto a la cama. Solo necesitas una dosis.
—Detente, detente. ¿Qué demonios tienes en mente? —protestó él, intentando recuperar el equilibrio mientras su voz tambaleante dejaba en claro que también había bebido más de la cuenta.
Ana lo miró con una sonrisa cómplice antes de detenerse, obligándolo a frenar también.
—¿Confías en mí? —preguntó con un tono que combinaba seriedad y picardía.
Louis entrecerró los ojos, como si intentara enfocar mejor a su amiga, cuya figura se movía en un vaivén ligero ante su visión nublada.
—Con mi vida —murmuró, a pesar de su evidente confusión.
—Entonces entra en esa habitación —dijo Ana, dándole un pequeño empujón—. Te prometo que será la mejor noche de tu vida.
Antes de que pudiera responder, lo empujó de nuevo, esta vez con más fuerza, hasta que cruzó el umbral. En un movimiento rápido, cerró la puerta detrás de él y giró la llave, guardándola en el bolsillo de su pantalón mientras una sonrisa misteriosa se dibujaba en su rostro.
Louis, ahora solo, apoyó la frente contra la puerta, respirando hondo para calmarse. Los efectos de las copas que Ana le había ofrecido no ayudaban a que sus pensamientos fueran claros.
"Ok, llegaste, bebiste con Ana, luego te dio un frasco con algo que dijo que era una droga nueva y después volviste a beber. Ahora estás aquí."
—¿Vas a seguir murmurando para ti mismo o finalmente dirás algo en voz alta?
El sonido grave de aquella voz conocida hizo que un escalofrío le recorriera la espalda. Louis sintió cómo el alcohol que corría por sus venas parecía evaporarse de golpe. Se giró lentamente, sus ojos buscando al dueño de esas palabras, y lo encontró: una figura masculina, apenas iluminada por la luz de la luna que entraba a través de una ventana. En una mano sostenía un cigarrillo cuya brasa parpadeaba débilmente.
—¿Y bien? —El hombre, acomodado despreocupadamente en un sofá, lo miraba con una mezcla de diversión y expectativa mientras se recostaba con indolencia, ocupando gran parte del mueble.