3: Regalices rojos

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El sábado de aquella ajetreada semana Chiara se despertó en la cama de Verónica después de haber dormido bastante poco durante la noche. Menos mal que solo tengo trabajo por la mañana y ya me vuelvo a casa, pensó mientras se frotaba los ojos queriendo deshacerse del sueño que tenía.

Alcanzó el móvil para quitar la alarma y dejó un par de besos en el hombro desnudo de su acompañante para compensar por haberla despertado también. Eran las ocho de la mañana así que probablemente la rubia se dormiría en cuanto ella se marchara, pero eso no quería decir que fuese igual de molesto el ruido del despertador.

Verónica se dio la vuelta y se acercó al cuerpo de Chiara, enredando sus piernas y deslizando sus labios por su cuello.

– ¿Cuánto tiempo tienes? – preguntó unos segundos después, más despejada.

– No lo suficiente para lo que creo que quieres hacer.

La rubia sonrió porque a pesar de su respuesta las manos de Chiara comenzaron a acariciar su cuerpo.

– Esta tarde te vuelves a Madrid, merezco una despedida en condiciones.

– Pensaba que eso es lo que habíamos estado haciendo toda la noche.

– No, eso era celebrar el estreno de tu canción, son cosas distintas – empezó a profundizar sus besos humedeciendo la piel de la cantante.

– Vero, como no aparezca a tiempo te las vas a tener que ver con Ruslana.

– Mide medio metro, no me da miedo. Estoy dispuesta a arriesgarme – susurró sobre sus labios.

– Se nota que nunca la has visto enfadada – se rio Chiara apartando las manos del cuerpo de la chica y separándose.

La morena alcanzó su camiseta de la mesilla donde acabó la noche anterior y se la puso antes de salir del todo de la cama.

– Si me doy prisa en la ducha me puedo quedar a desayunar, ¿te apetece?

– Uy, ¿me va a conceder el privilegio de desayunar contigo? Qué honor – bromeó la rubia que estaba acostumbrada a que la cantante nunca tuviera tiempo de quedarse.

Chiara se hizo la loca, pero sabía que ese mini reproche escondido en las palabras de la chica era más que merecido. Muchas veces alegaba tener mucha más prisa de la que tenía para no alargar demasiado su estancia en aquella casa.

Hacía mucho tiempo que habían empezado una relación que se basaba exclusivamente en el sexo y ambas lo tenían muy claro, pero aun así Chiara procuraba marcar mucho los límites para no confundirse, ni ella misma ni a la otra chica, a pesar de que Verónica sabía perfectamente que algún que otro desayuno después de pasar la noche juntas era toda la intimidad que la cantante estaba dispuesta a ofrecerle. También es cierto que Chiara intentaba hacerlo sin ser borde con ella, le tenía muchísimo cariño a la rubia.

Después de tanto tiempo, Verónica era plenamente consciente del rechazo de la cantante a cualquier atisbo de cercanía fuera de la cama y tampoco le pedía más. A veces aún pensaba que la morena seguía sin fiarse de ella, pues ese había sido uno de los impedimentos al principio de su relación, pero con el paso de los meses había logrado entender que, conociéndola, lo que tenía con Chiara, aunque pudiera no parecer mucho, significaba que había traspasado casi todas las barreras de protección con las que solía andar la cantante.

No le preocupaba pues ella tampoco iba buscando otro tipo de relación con la morena, primero porque sabía que sería imposible, y segundo porque siempre había pensado que estar con Chiara sería como estar a medias con alguien y eso no era algo que ella quisiera. Tampoco le había salido del todo mal el trato a la rubia, pues había ganado la oportunidad de tener sexo ocasional sin compromisos ni dramas con una tía que estaba buenísima y con la que se entendía a la perfección. Tampoco era tonta la chica como para negarse a eso solo por no tener acceso a su corazón.

Cuando nadie nos mireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora