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Mati por tercera vez consecutiva no dijo nada, solamente se puso detrás mío, indicando que iba a seguirme.

Entramos a mi casa, se notaba que él dudaba con cada paso que daba, como si fuera que lo iba a secuestrar y re vender en alguna página ilegal.

¿Es esa la impresión que doy?

— ¿Querés algo? ¿Café? ¿Agua? — Matías me miró profundamente, asustándome — ¿Pasa algo?

— ¿Estamos solos?

Negué.

Al final todos los miembros de mi familia decidieron fallarme el único día que necesitaba de su presencia en la casa, casualmente todos tenían cosas que hacer afuera e iban a volver pasadas las ocho de la noche. Y como no estaba en mis planes quedarme a solas con Mati, llamé a Juani, quién no sabía que el mencionado anteriormente nos estaría acompañando.

— ¿Tenés mate? — Preguntó de la nada. Miré a Mati sonriendo. Él se había acomodado en el sofá, colocó una de las almohadas sobre sus piernas y posicionó sus codos sobre ella. Noté que no había traído nada más que su presencia y lo que parecía ser una caja de cigarrillos.

— ¿Dulce?

— Siempre.

En lo que preparaba el mate, mi mente comenzó a pensar en la situación en la que me encontraba. Estaba nerviosa. Era la primera vez que estaba a solas con Matías en un lugar que no sea en la clase o quizá incluso aquella vez en el baño, pero excluyendo todas esas veces, era la primera vez.

Aún recuerdo la vez en la que conocí a Matías Recalt, hace ya ocho años atrás. Aún estábamos en el colegio.

Entré al salón sintiéndome completamente extraña a lo que se encontraba a mi alrededor, todo era nuevo. Incluso las personas. No conocía a nadie. Tomar la decisión de mudarme de colegio había sido fácil pero a la vez difícil. Quería un nuevo entorno, nuevas oportunidades y principalmente un lugar dónde me sintiera a gusto.

¿Pero qué pasaba si aquel lugar al que iba era incluso peor? ¿Sería capaz de soportarlo?

Dicen que sólo hay dos opciones siempre que intentas algo nuevo a lo largo de tu vida: O es la mejor cosa que puede ocurrirte en toda tu existencia o es el peor error que alguna vez pudiste haber cometido.

Y no solamente me había cambiado de colegio, sino también me había mudado de ciudad. De Bahía blanca a la increíble Buenos Aires. Las oportunidades podían ser interminables... pero también las desgracias podrían estar presentes. Siempre me aterró el cambio, lo nuevo, salir de la rutina. Siempre quise cambiar pero no quería realmente modificar mi rutina. Estaba conforme con lo que hacía y con la forma en la que actuaba, pero quería cambiarla.

Y ahora estoy acá. En una ciudad nueva, con nuevos individuos y hasta un nuevo corte de cabello. Lo último no era realmente vital, pero quería cambiar, quería cambiarme.

— ¿Vos sos...?

Una voz resonó en el pasillo.

Ah, cierto. La clase había empezado hace cinco minutos pero estaba frente a la puerta intentando tomar valor para entrar. Quizá tardé más de lo pensando.

— María.

El hombre frente a mí abrió los ojos de golpe, dándose cuenta de la situación.

— ¿Sos la nueva? — Asentí — ¿Por qué no entraste aún?

— Acabo de llegar.— Soy una mentirosa. Llegué hace media hora, pero estuve en el baño replanteándome la existencia entera.

— Vení, te acompaño.— Agradecí al ¿profesor? ¿director? y respiré hondo. Realmente lo estaba haciendo.


Parpadeé. Mati me estaba tocando el hombro.

— ¿Estás bien? — Se notaba ligera curiosidad en su mirada.

— Sí, todo bien.

Dudando, volvió al sofá, esperando ansiosamente a que fuera con el mate.

— ¿Por dónde empezamos? — No respondió. Se sirvió el mate y lo degustó. Hizo un gesto leve de disgusto pero no dijo nada, solamente bajó la guampa sobre la mesa y volvió a acomodarse en el sofá.

No parecía para nada interesado en estudiar. Se mantuvo en silencio por varios minutos, sin ejecutar ningún tipo de sonido.

— ¿Qué?

Lo miré confundida. — ¿Qué?

— ¿No querés preguntarme nada vos? Siempre te me quedas mirando como si lo quisieras hacer.— Sus ojos de nuevo se encontraban fijos en los míos. Subió ambas piernas sobre el sofá, quitándose el calzado y tomando otra almohada.

Negué.

— ¿Nada, nada? ¿Segura?

— Segura.

Agarré los cuadernos y el bolígrafo que había preparado ya horas antes y lo puse sobre la mesita, al lado del mate que Matías había rechazado totalmente. Al menos a Juani le gustaba el mate que hacía yo.

— Yo sí tengo algo que preguntar.

— ¿Qué cosa?

El silencio reinó el ambiente. Matías colocó una de las almohadas sobre sus piernas, recostándose ligeramente en ella, aún mirándome.

— ¿Yo te gusto a vos?

¿Será una broma? No me gustan las bromas.

Pero él estaba serio, completamente serio.

— ¿Cómo me vas a gustar? No nos conocemos casi nosotros.— Era verdad.

— Obvio, nena. Pero hay varias formas de gustar, ¿sabés?

No sabía a qué quería llegar, pero me moría de curiosidad por hacerlo. ¿Me estaba probando acaso?

— ¿Cómo así? ¿A qué te referís, Recalt?

— Por ejemplo... — Bajó la mirada por primera vez desde que llegó, apuntó al lugar vacío que estaba al lado de sus pies en el sofá, dubitativa me senté —. Vos a mí me gustas. No de forma romántica, pero me gustas.

— ¿Qué significa eso, Matías? No...

— Ya sé, "no me entendés". Déjame ponértelo en palabras claras, ya si no comprendés es porque vos no querés hacerlo —. Crucé las piernas, copiando la posición de Matías y tomando una de las almohadas que él tenía en brazos

— Matías, ¿podés dejarte de boludeces? No estoy para esto.

— Te tengo ganas.

Virgen ; Matías Recalt Donde viven las historias. Descúbrelo ahora