3. El fatídico día de la invitación.

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Una boda. ¿Quién se casará?

Abro la invitación; es linda. ¿Será que Emma al fin se comprometió con Jordan? Decido dejar las invitaciones en la mesa ya que no he desayunado y voy algo apurado para el trabajo.

Mientras me como las tostadas y la tortilla, termino de ponerme los zapatos. La curiosidad me gana, y desato el pequeño y delicado lazo que tiene la tarjeta en mis manos. Por alguna razón, mi corazón comienza a latir rápido cuando veo el nombre en la tarjeta. ¿Keyla se casará? ¿Con quién? ¿Con ese hombre con el que se fue de su casa? ¿Siguen juntos?

No me agrada él. No quiero que Key se case con él.

Maldigo mentalmente mientras le escribo un mensaje a Emma preguntándole qué rayos pasa. Busco las llaves de mi auto por todos lados y no las encuentro. El estrés comienza a apoderarse de mí, haciéndome sentir como si estuviera en medio de un torbellino de emociones. Cada pensamiento que tengo sobre Key y su boda me hace sentir más y más ansioso. Ya voy con más de diez minutos de retraso. ¡Maldita sea! Tomaré el maldito autobús.

Salgo de la casa con la cabeza un poco aturdido, sin las llaves del auto, estresado y pensando que nada más podría salirme mal esta mañana. Pero el destino parece estar jugando en mi contra desde el momento en que vi el nombre de Key en esa invitación. El simple pensamiento de ella casándose con otro hombre me hace sentir como si estuviera perdiendo el control de mi propia vida.

Sin embargo, me equivoco con respecto a que nada más podría salir mal porque un trueno suena, haciéndome saber que lloverá. La lluvia cae con fuerza, empapándome en cuestión de segundos. Comienzo a correr, pero no creo poder llegar a la para del autobús a tiempo. Tomaré mejor un taxi.

Espero y espero, y...

No pasa un maldito taxi.

Maldición, la lluvia comienza a caer con más fuerza, y me desespero. Mi ropa empapada se adhiere a mi piel, y el frío cala hasta los huesos. Al fin veo que se acerca un taxi, pero este no quiere que me suba porque estoy empapado.

Maldito día de mierda

La lluvia se calma, pero mi estado de ánimo sigue oscuro y tormentoso. Regreso a mi casa, con el peso del mundo sobre mis hombros. Me cambio de ropa con manos temblorosas, tratando de contener la frustración que bulle dentro de mí. Y para mi sorpresa, encuentro las llaves en la tostadora, como si estuvieran burlándose de mí. Suelto una risita nerviosa, llena de estrés y ansiedad.

Tomar las llaves en mis manos es como recuperar un pequeño sentido de control sobre mi vida, pero el daño ya está hecho. Ahora, con casi toda la mañana de retraso, creo que llegaré a la hora del almuerzo. Pero el tiempo perdido en la mañana y el caos emocional que siento dentro de mí y no entiendo la razón de que este allí, no pueden ser recuperados con simples llaves encontradas en la tostadora.

Llego al trabajo tarde y con una mala racha. Nolan me mira y entrecierra la mirada.

—Te ves de la mierda, amigo —dice, dándome un golpecito en la espalda—. Vino el señor Walmart y dijo algo sobre que lo desalojaron de su negocio.

Masajeo mi sien y asiento.

—¿Sabes qué? Siéntate aquí, te traeré un café y además iré a tu audiencia de hoy por ti.

—No, es importante. Si no consigo la indemnización para Sara, ella no tendrá nada.

Nolan me mira con los ojos entrecerrados.

—Amigo, ganaré ese caso y conseguiré una indemnización, e incluso una maldita pensión vitalicia. Si ahora mismo tú vas a esa audiencia, cagarás el caso porque te ves hecho polvo. Te conozco, amigo. Llevo años conociéndote.

Siempre Fuiste Tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora