LOS SIETEMAS

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ANECDOTA 1: Mi nombre es Julio y trabajo en un gimnasio de Puerto Vallarta

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ANECDOTA 1: Mi nombre es Julio y trabajo en un gimnasio de Puerto Vallarta. Estoy sumamente contento de encontrarme con esta comunidad pues el maldito nombre no sale de mi cabeza. Hace seis meses, fui con mi novia al cine. Celebrábamos dos años de relación. Hicimos lo típico: cenamos en el centro comercial y después fuimos a ver una película. Apenas salimos de la sesión, caminamos por los pasillos para ver las vitrinas. Mi novia me dijo que iría a comprar un bolso y me pidió que la esperara cerca de un puesto de revistas. Sospechaba que me tenía preparada alguna sorpresa, así que acepté y fui a hojear algunas revistas en una banca. Le dije que la esperaría y ella se fue diciendo que no tardaría mucho. Apenas se fue, me dirigí al baño que quedaba exactamente frente al pasillo del puesto de revistas. Había unas cinco personas en este lugar que es bastante amplio. Sin embargo, todos los urinarios estaban ocupados, por lo que fui a un inodoro en un gabinete. Fue algo rápido y ni siquiera llegué a cerrar la puerta. Tomé el celular de mi cinturón y lo puse sobre una repisa de madera. Lo más extraño es que ni siquiera estuve dos minutos dentro del baño. Escuché risas en el baño y conversaciones. Apenas terminé de orinar, salí. No sé si pueda describirlo, pero había algo extraño en el baño. No suelo fijarme mucho en los detalles. Sin embargo, sentí que algo había cambiado. Empezando por las luces que estaban amarillas y no blancas. Eran muy amarillas. Una franja verde bastante gruesa cruzaba la pared y los espejos eran más pequeños. No había nadie en el interior. Ni siquiera los niños que estaban riéndose hacia unos pocos segundos. Me lavé las manos y creí que me estaba quedando loco. Para mí, el agua parecía bastante caliente y gruesa. Un poco repugnante, para ser sincero. Busqué papel y no encontré. Salí sacudiendo las manos para secármelas con el aire. Fuera del baño, creí que me iba a desmayar. Pensé que había ido por la puerta equivocada o entrado a otro corredor. Bueno, al menos eso fue de lo que intenté convencerme. El centro comercial parecía más una bodega. Aún era un centro comercial, conceptualmente, pero mucho más viejo y desgastado. La luz era débil y las tiendas parecían atestadas de productos. Todo muy desaliñado. Caminé con premura hasta una zona más abierta y ahí tuve la certeza de que no me encontraba más en un lugar conocido. Nada se parecía a lo que había visto en algún lugar de mi ciudad o en la televisión. Empezando por los pequeños detalles que me asustaron. Había acuarios del tamaño de botes de basura esparcidos por todo el lugar. Dentro de estos acuarios pude identificar una especie de tela, algo así como un trozo de manta color purpura que se movía en el agua. Las personas iban hasta estos acuarios, ponían las dos manos encima y empezaban a reír. Y era una risa fea, como si tosieran con el pecho lleno de flemas. Me quedé congelado, observando estos acuarios. Las personas iban en grupos de dos o tres, apoyándose y riéndose. Moví la cabeza para todas partes buscando a mi novia. Lo único que quería era comprender lo que estaba sucediendo y ver un rostro familiar. Las personas pasaban a mi lado y me ignoraban. Parecían personas normales, pero no del todo. Se parecían mucho entre sí. No eran idénticas, como los gemelos. No sé cómo explicar. Es como cuando viajas a un país diferente donde las personas tienen rasgos comunes, pero también características particulares.  ¡Ah!, y el puesto de revistas ya no estaba allí. En su lugar, un sujeto vendía artesanías o algo así. Tenía una mesa grande de madera rustica repleta de objetos negros que parecían hechos de metal. Estos objetos tenían formas extrañas: ganchos, herraduras y engranes. Me acerqué y me preguntó si iba a comprar o intercambiar. No le respondí. Una niña, de más o menos siete años, se acercó y tomó una pieza de hierro que parecía una cuchara negra y se la mostró a su madre. La madre se acercó y sacó su billetera para pagar. La niña apuntó la cuchara en mi dirección y entonces pude ver bien su rostro. Era normal, pero también tenía algo inusual. No sé si eran las cejas o la distancia entre sus ojos. Sentí un temor inexplicable. La mirada de la niña transmitía una maldad enorme. El hombre le respondió: No, no, él no va a comprar, lo puedes llevar. Creo que ni siquiera es de Sietemás. La madre me miró con disgusto. Tomó la cuchara de la niña, la puso de nuevo sobre la mesa y apartó a la niña de mí, como si yo fuera un enfermo contagioso. Empecé a sentirme mal y me senté en un banco de madera parecido a los bancos normales del centro comercial, excepto que estos eran mucho más bajos y para una sola persona. Vi otros bancos como este en ese lugar. Un sonido fuerte empezó a escucharse y todo el mundo dejó lo que estaba haciendo para mirar hacia arriba. Era un sonido alto y grave como esas bocinas de los barcos que vemos en las películas. Después que el sonido se detuvo, todos siguieron con sus cosas. Pensé en mi novia y en mi madre. Aquello solo podía ser un sueño. Rápidamente me levanté y me sentía tan mal que tuve que apoyarme sobre una vitrina que, lo digo con toda honestidad, vendía palomas vivas. ¡Palomas! Una decena de palomas merodeaban allí, intentaban volar y se estrellaban contra el cristal de la vitrina. Las personas empezaron a mirarme y apuntarme. Susurraban. Decidí llamar a mi novia. Puse la mano en el cinto y mi celular ya no estaba allí. Había olvidado el aparato en el baño. Volví por el mismo pasillo y entré rápidamente al baño. Había tres hombres sentados en el suelo del baño. Uno de ellos bajo el lavabo. Hablaban de algo que ni siquiera quería saber. Pasé por encima de ellos y entré al baño. Mi celular aún estaba allí. Aseguré la puerta, me senté en el inodoro e intenté llamar a mi novia, pero resultó imposible. El celular simplemente había dejado de funcionar. Escuché la risa de los niños nuevamente. Me quedé allí durante unos diez minutos, hasta que alguien golpeó la puerta. Era el hombre del puesto de revistas. Dijo que me había visto entrar en el baño y que mi novia ya me esperaba en la banca. Preguntó si me pasaba algo malo. El baño tenía luces claras y el centro comercial estaba normal. Mi novia no me creyó una sola palabra, pero notó que estaba realmente nervioso. Fue el peor día de mi vida. Arruiné nuestra celebración con un malestar estomacal horas después. Desde entonces no he vuelto al centro comercial y estoy pensando seriamente en ir a terapia. Creí que me había vuelto loco hasta que vi esta comunidad con el mismo nombre. Sietemás. Dios quiera y no exista en la Tierra un lugar como ese.

MIX TERROR DEL AÑO 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora