I - Compromiso.

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La fresca brisa del amanecer se colaba sin permiso entre las cortinas de aquel joven de finos cabellos dorados, quien dormía plácidamente entre los suaves doseles de su cama. Sus labios, ligeramente entreabiertos, eran de un suave tono carmín que combinaba con la palidez de su rostro en un tierno contraste.

Aquellos bellos rubíes en sus cuencas se abrieron por sí solos ante la entrada de su mayordomo, el cual sin previo aviso corrió los doseles para posteriormente darle los buenos días, encandilando la vista del rubio quien sólo pudo quejarse vagamente mientras se incorporaba rascando su ojo y bostezando, esperando por su sirviente para cambiarse y salir de su habitación.

Los pasos del príncipe eran firmes, resonando a lo largo de los amplios pasillos del palacio, mientras se dirigía hacia el comedor donde lo estaría esperando su padre. Generalmente, esto no era algo muy común para él; solía comer solo pero ése día particularmente había una excepción. Dudaba del motivo por el cual le pidió asistir con él, suponía que tendría que hablar de algún importante tema con respecto a su reinado. Debía mentalizarse bien.

Al llegar, el viento que entraba por los amplios ventanales agitó la capa del heredero, el cual muy lentamente y dudando de si tenía o no opción se acercó a su asiento frente al rey al extremo de una larga mesa rectangular.

«La misma normalidad de siempre»

—Lucifer —le nombró el mayor, dirigiéndole por cortesía una sonrisa leve—. Qué gusto verte, muchacho.

—Buen día, padre —Pronunció el aludido en tono jovial, sentándose, esperando que la comida fuese traída al sitio por el cocinero real—. Es raro que decidas acompañarme a la hora de la comida, ¿hay algo en lo particular que te inquiete?

—Mi querido chico, ¿no crees que hay tiempo de sobra? Disfrutemos antes de la comid...

—Ve al grano —interrumpió Lucifer, frunciendo levemente el ceño y golpeando con su índice inquietamente la mesa, mientras los platos eran servidos—, por favor. No tengo tiempo suficiente para un desayuno largo, padre, ¿qué necesitas ahora?

Notó, quizás, que había sido muy imprudente al interrumpir de forma tan irrespetuosa. Su impaciencia siempre lo había llevado a meterse en problemas, sobre todo con su padre, pero aún seguía siendo el consentido del rey y la reina. O... Eso era lo que se suponía que era. Sus ojos carmesíes chocaron con los del anciano frente a él. La gélida mirada de su padre no contrastaba en nada con su sonrisa solidaria, sólo le daba un aspecto espeluznante que al rubio le ponía los pelos de punta. Cerró su mano en un puño, mientras que su padre probaba un bocado del desayuno dejándolo en suspenso hasta que decidió volver a hablar. El príncipe tomó un tenedor.

—Bueno, Lucifer, vas a casarte con Lilith. Actualmente ya estás comprometido, en dos años será tu coronación y tu boda. —Dijo sin más. La sangre de Lucifer se enfrió por completo, si era posible palidecer más; sin duda lo había hecho. Abrió los ojos como platos y regresó el cubierto al plato sin probar bocado, perdiendo el poco apetito que tenía.

—¿Qué?

—Lo que escuchaste, querido mío —contestó sonriendo en dirección a su hijo, pero evitando el contacto visual que el menor buscaba desesperadamente mientras esperaba que fuera una horrible broma. El monarca llevó a su boca un trozo de pan, degustando éste como si del manjar más delicioso se tratase; pero era más que evidente que era una excusa para rehuir del mirar de su descendiente.

Lucifer sentía que había perdido su libertad a pesar de que realmente nunca la tuvo; viviendo como un ave enjaulada y asistiendo a contados eventos sólo por cubrir el lugar de sus padres. Cumpliendo con sus deberes como único heredero, esforzándose por destacar, por ser digno del trono en un futuro. Aún así, en ése momento deseó haberse comprometido voluntariamente por su propia voluntad. De todas las personas con las que pudo haber tenido un matrimonio arreglado, ¿tenía que ser esa mujer? ¿Lilith, la misma que se había encargado de ridiculizarlo en frente de la corte y de humillarlo de la peor forma una vez estuvieron a solas en el vestíbulo? No podía ser posible aquello. Sabía que no tenía oportunidades de negociarlo, y mucho menos de negarse; pero aún así no quería aceptarlo.

Es... ¿Es ésto acaso alguna especie de broma atrasada del día de los inocentes, padre?

¡En lo más mínimo! Bueno, hijo mío, fue un honor desayunar contigo pero he de irme ahora. Disfruta tu agradable jornada el día de hoy.

Sin más, el rey se levantó de su silla y se marchó sin terminar su plato, acompañado con un leve ondular de su gruesa capa. Lucifer estaba prácticamente atónito aún. Se llevó las manos a la cabeza, gesto que solía hacer al frustrarse, bajando la mirada para observar su propia de comida. Había perdido por completo el poco apetito que antes tenía. Giró su vista hacia la sirvienta más cercana, señaló el desayuno y con la voz ligeramente entrecortada por los sucesos ocurridos, ordenó.

No lo tires, dáselo a algún ciudadano o animal callejero.

Se levantó de su silla. La sirvienta asintió y tomó las "sobras", que en realidad eran la comida sin tocar del príncipe y el plato casi completo del rey. El primero se dirigió a su recámara, con intenciones de únicamente sentarse a escribir en un intento de olvidarse de todo lo que tenía por hacer. Sentía ganas de gritar, llorar y romper todo a su alrededor, pero temía ser juzgado o regañado por hacerlo. Él no era ese tipo de persona, no iba a serlo. Él no dejaba que la ira tomara control de su cuerpo.

El resto del día transcurrió más rápido de lo esperado, el rubio no recordaba cierto compromiso que tenía pendiente en su agenda. Debía asistir a una al parecer importante velada entre la alta sociedad, lo habían invitado con dos meses de anticipación y ya era demasiado tarde para formar una excusa. Se trataba de una familia importante en la nobleza, así que por su parte debía de cuidar su reputación y aceptar las invitaciones. ¿Qué diría el pueblo de él si nunca se presentara en ningún sitio? Pensarían que es un engreído, que no quiere estar en el mismo lugar que otros de más baja clase. Y no, eso no era así.

Suspiró, bajando la mirada para mirar sus manos y acariciarse las mejillas. Bufó suavemente, frunciendo el ceño en su frustración mientras buscaba acercar su único peluche; un patito amarillo al cual abrazó en un intento bastante bueno de tranquilizarse a sí mismo. Bueno... Al menos aquel vaile le podría ser de ayuda para distraerse. Tal vez, incluso, podría llegar a divertirse de algún modo. Había decidido asistir así que ya debía de prepararse, pues ya eran las cinco.

Se encargó de vestirse como un príncipe digno de tomar el trono. Aquel traje de un rojo vivo, la rosa blanca en el hojal, hebillas de oro decorando sus botas y su elegante sombrero de copa. Aquellas vestimentas hacían juego con su larga capa, la cual caía desde sus hombros y casi llegaba a arrastrarse -producto de su baja estatura- pero sin llegar a hacerlo; ya que estaba hecha a su medida. Cada una de sus prendas había sido fabricada especialmente para ser llevada por él, con la talla exacta que requerían para cubrir su cuerpo. Y es por eso que lucía tan bien, incluso atractivo en ellas.

Se observó en su espejo, lucía perfecto. El rojo siempre le favoreció, pero particularmente ese traje le sentaba como anillo al dedo, resaltando su figura y sus rasgos faciales. Combinaba con su color de ojos y las marcas de sus mejillas. Adoró su apariencia para esa noche, y estuvo durante un largo rato posando mientras observaba su reflejo, siendo consciente de lo bien que se veía.

—Así, ¡así! ¡Muy bien, Lucifer, te ves tan genial como las perras costosas de los mejores cabarets! —Se halagó, lanzándole un beso al espejo.

Cuando finalmente partió en su carruaje decorado exclusivamente con patos de hule, se encontró mirando las calles de su reino desde la ventana. El aire azotaba su rostro, sin ser lo suficientemente fuerte como para despeinarlo, pero resultando agradable y haciéndole sonreír. Los minutos pasaron... Y finalmente llegaron a su destino.


Próximo: Velada.

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⏰ Última actualización: Feb 12 ⏰

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