Las grandes gotas de agua golpeaban con fuerza las ventanas del local, cada impacto resonando en el silencio casi espectral del lugar. La visibilidad de la calle era nula, un velo gris y pesado cubría la ciudad bajo la implacable tormenta. Apenas algunas almas valientes o desesperadas se aventuraban a cruzar las calles desiertas, su silueta deformada por el constante azote de la lluvia. El clima inestable había empujado a todos a refugiarse en sus casas, dejando al pequeño negocio más vacío que de costumbre.
Rodrigo, sentado detrás del mostrador, tecleaba rápidamente en su celular, respondiendo a los mensajes de su amigo Tomás. Estaba tan absorto en la conversación que ni siquiera notó el suave tintineo que anunciaba la llegada de un cliente, ni los pasos ligeros ni los estornudos apagados de quien se movía entre los estantes. El día había sido particularmente monótono; apenas dos chicos habían pasado por allí para comprar cigarrillos, y ahora Rodrigo luchaba contra el aburrimiento, deseando que las horas volaran para terminar su turno.
Con una sonrisa entretenida, leyó el mensaje de Tomás, quien no dejaba de contarle lo fascinado que estaba con un chico que había conocido en una fiesta. Mientras mordisqueaba despreocupadamente el chicle, Rodrigo tecleó una respuesta rápida, esperando que el tiempo pasara más rápido en aquella tiendita familiar donde sus padres lo obligaban a trabajar en sus ratos libres. La lluvia continuaba golpeando sin tregua las ventanas, llenando el aire con una sensación de claustrofobia húmeda.
Estaba a punto de enviar otro mensaje cuando, de repente, sintió la presencia de alguien. El sobresalto casi lo hizo caer de la silla. Frente a él, parado en silencio, había un niño, tan pálido que por un momento Rodrigo pensó que se trataba de un espectro. El pequeño se veía casi fantasmal, con la piel blanca como el papel y el cabello negro, mojado, pegado a su frente. Vestía una camisa corta y una bermuda verde empapadas por la tormenta. A sus pies, una mochila húmeda con el diseño de Ben 10 descansaba como si también hubiera sido arrastrada por el temporal.
—¿Vienes solo? —preguntó Rodrigo, dejando el celular de lado, preocupado por la situación del niño.
—Tengo que llegar a casa, ¿puedes cobrarme esto? —respondió el pequeño, frotándose los ojos cansados, sin levantar mucho la voz.
Dos paquetes de pasta se deslizaron sobre la cinta, y Rodrigo los cobró rápidamente, pero antes de entregarle la bolsa, su mirada se detuvo en el rostro empapado del niño. Tomó una toalla limpia que tenía a la mano y, con suavidad, comenzó a secarle el rostro. El niño se tensó ligeramente al sentir el toque inesperado, pero no dijo nada, observando a Rodrigo con ojos apagados.
—¿Vives lejos? —preguntó Rodrigo, mientras se quitaba su propio suéter, un buso rosado que parecía inmenso comparado con el frágil cuerpo del niño.
El pequeño lo miró con confusión, sin entender del todo lo que estaba sucediendo.
—Un poco —murmuró, apenas audible.
Antes de que el niño pudiera protestar, Rodrigo se acercó y le puso el suéter, pasando con cuidado las mangas por sus pequeños brazos. El calor de la prenda envolvió al niño de inmediato, su cuerpo tembloroso comenzando a relajarse bajo la tela cálida. Rodrigo no podía permitir que aquel niño saliera de nuevo bajo la implacable lluvia, mucho menos con lo enfermo que parecía estar comenzando a ponerse.
El gran suéter le quedaba holgado, colgando sobre su cuerpo mojado como una especie de capa protectora. El niño sonrió, sus ojitos apagados brillando brevemente con gratitud.
—Gracias —dijo, casi en un susurro, su rostro enrojecido por la vergüenza.
Rodrigo negó con la cabeza, esbozando una sonrisa tranquila.
—Debes irte, la lluvia se va a poner peor.
El niño asintió en silencio, sosteniendo con fuerza la bolsa de pasta. Miró a Rodrigo una última vez, como si quisiera grabar en su memoria el gesto amable del adolescente que lo había abrigado. Luego, salió corriendo por la puerta, desapareciendo rápidamente en la cortina de agua. Su pequeña figura se perdió entre la tormenta, pero una cosa era segura: la sonrisa en su rostro seguía intacta, calentando su corazón en medio de la fría y oscura tormenta.
Tiendida, pero remasterizada:)