Rodrigo quería morirse. No lo soportaba. Apenas estaba a la mitad de su turno, y ya sus párpados se cerraban solos. "Nota mental: no salir de joda," pensó mientras trataba de mantenerse despierto. Para colmo, Tomás no paraba de darle malos consejos a través del chat, lo que solo empeoraba su ya miserable estado de ánimo. A los dieciséis, lo último que necesitaba era drama en su vida. Agradecía, al menos, que la vida fuera una sola y no tuviera que lidiar con dos.
Pensamientos típicos de un adolescente agotado, supongo.
Estaba tan enfrascado en su conversación que casi no escuchó los gritos que lo hicieron saltar del susto.
—¡No huyas, cobarde! —gritó una voz aguda y desesperada desde fuera.
Rodrigo, aún con los reflejos embotados por el sueño, giró la cabeza hacia el ventanal y vio algo volando por el aire. Entre la confusión, distinguió lo que parecía una maleta rosa cayendo justo frente a la tiendita. Luego, una figura conocida: Iván, el chico de la mochila de Ben 10, corriendo como si le fuera la vida en ello, solo para tropezar brutalmente con la maleta ajena y caer de bruces en el asfalto.
Rodrigo hizo una mueca, sintiendo el golpe seco casi como si fuera suyo.
Por un segundo, pensó quedarse en su silla y seguir observando desde la distancia, pero el sonido de los sollozos de Iván lo sacó de su letargo. Se levantó de un salto, dejando escapar un suspiro resignado mientras se dirigía hacia la puerta.
La campanita tintineó cuando salió, y lo primero que vio fue a Iván en el suelo, llorando desconsolado. Tenía la nariz cubierta de sangre, y a su lado, una niña pequeña de cabello castaño intentaba calmarlo.
—Perdón, Ivu, no quería que te cayeras —decía la niña, con los ojos llenos de lágrimas y la voz temblorosa.
Rodrigo se acercó rápidamente, levantando a Iván con cuidado. —¿Estás bien? —preguntó preocupado, tratando de llevar al niño adentro de la tienda, pero fue detenido por la pequeña que le jalaba el brazo a su hermano.
—¡No se lleve a mi hermano! —lloriqueó la niña, su vocecita temblando de miedo mientras intentaba retener a Iván.
Rodrigo casi se ríe. La niña era adorablemente protectora, aunque no entendía que él solo intentaba ayudar.
—No te preocupes, voy a cuidar a Iván. Vamos —dijo abriendo la puerta y animando a ambos a entrar.
La niña, al ver que el desconocido sabía el nombre de su hermano, dudó por un segundo, pero finalmente decidió confiar en él. Tomó ambas mochilas y los siguió hacia el interior de la tiendita, mientras el sonido de la campanita se mezclaba con los sollozos de Iván.
Rodrigo acomodó al niño en una butaca mientras iba por pañuelos y curitas. Iván no dejaba de cubrirse el rostro con ambas manos, claramente avergonzado, mientras su hermana lo abrazaba. El pequeño estaba lastimado, pero lo que más parecía dolerle era que Rodrigo lo viera en ese estado.
Cuando Rodrigo regresó, se agachó junto a Iván y comenzó a limpiar con cuidado los raspones en sus rodillas. Cada quejido del niño resonaba en la tienda, pero Rodrigo trataba de ser lo más delicado posible. Tras poner las curitas de dibujitos, se dispuso a limpiar la nariz ensangrentada.
—Iván, voy a limpiarte la cara —avisó con suavidad, esperando que el niño apartara sus manos.
Iván, sin embargo, negó con la cabeza, sus mejillas enrojecidas de vergüenza.
Rodrigo suspiró, resignado, y tomó las pequeñas manos de Iván, apartándolas para poder ver su rostro. Los ojos negros y brillosos del chico evitaron su mirada, mientras sus mejillas se teñían aún más de rojo.
Con calma, Rodrigo limpió la sangre seca y colocó una curita sobre un raspón en la barbilla de Iván.
—¡Listo! Ya estás —dijo con una sonrisa.
—¡Gracias, señor! —exclamó la niña, corriendo hacia él y abrazándolo con fuerza.
Rodrigo soltó una carcajada, sorprendido por el entusiasmo de la pequeña. Iván, por su parte, observaba todo desde la butaca, apretando los puños en silencio, claramente incómodo con la situación.
—No es nada, solo no le arrojes maletas a tu hermano de nuevo —bromeó Rodrigo, mirando a la niña.
La pequeña se sonrojó y asintió rápidamente, mientras en su mente intentaba convencerse de que, gracias a Rodrigo, quizá su mamá no la regañaría tanto por lo sucedido.
La niña comenzó a mirar alrededor, y de pronto sus ojos se iluminaron cuando vio las estanterías. Rebuscó emocionada en sus bolsillos antes de dirigirse de nuevo a Rodrigo.
—¡Señor! ¿Podría venderme unas galletas de limón? —preguntó alegremente, extendiendo algunas monedas.
Rodrigo sonrió de reojo, observando a Iván, cuya cara seguía encendida de furia contenida. Algo estaba molestando al niño, eso era claro.
—Por supuesto —respondió Rodrigo, dirigiéndose al mostrador. Sin embargo, cuando buscó las galletas, se dio cuenta de que el estante estaba vacío. Se habían acabado.
—Espérenme un segundo —pidió mientras se adentraba en la pequeña bodega detrás del mostrador. En la oscuridad, Rodrigo buscó una caja de galletas de limón para reabastecer el estante. Pero mientras lo hacía, escuchó susurros y, acto seguido, el sonido de la campana de la puerta.
Salió apresurado de la bodega, cerrando la puerta tras él, pero cuando llegó al mostrador, Iván ya no estaba. La butaca estaba vacía.
Había algo en la forma en que todo había sucedido que lo dejó desconcertado. Observó por la ventana, pero Iván y su hermana ya habían desaparecido.
Rodrigo frunció el ceño, sintiendo una inquietud extraña en el pecho. Algo estaba claro: Iván había salido corriendo, y lo había hecho furioso.
Feliz hallowen, ¿de que se van a disfrazar?Comenten que no muerdo<3