CAPITULO 1. DESCUBRIMIENTO.

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"Aún sigo aquí” Es la frase que me acompaña desde que tengo consciencia del recuerdo y a lo largo de mi vida cuando lo necesito porque las cosas no van bien, automáticamente llevo las manos al pecho y me digo aún sigo aquí, recupero el aliento y continúo, es como si desde dentro alguien me recordara que no he estado sola nunca. 
No soy persona que cree mucho en esquemas sociales, ni pronósticos científicos de hombres y mucho menos del tiempo, siempre he roto con todos como si la divinidad estuviese en comunión cómplice con mis pensamientos y deseos. Desde pequeña he tenido experiencias increíbles en el manejo del tiempo, con la naturaleza y sus seres, con las almas de las personas dentro y fuera de este mundo y sobre todo con los animales.  En la infancia lo hacía de forma natural, con el crecimiento no lo supe explicar, lo asumí como un hecho natural y le resté importancia. Desde que me he adentrado en el mundo de la espiritualidad, mediante la meditación y los testimonios de otros, entiendo mejor el orden y equilibrio divino del universo como un TODO en sincronía perfecta que se ve afectada por nuestras ansiedades y egolatría, puedo asombrarme y agradecer por esa bendición de mantener recuerdos y conexiones con mi alma.

Tengo mayores y felices recuerdos de mi infancia que de la adolescencia, incluso conservo memorias de cosas que sucedieron cuando clínicamente no se reconoce que un niño pequeño pueda tener conciencia. Donde nací tenía todo para crecer en armonía y equilibro, fue en el campo, estaba rodeada de árboles, flores y algunos animales como perros, gatos, gallinas, puercos.  Las flores me contaban historias y podía sentir cuando un árbol estaba enfermo y sufriendo. En casa había frutas de todo tipo, teníamos una mata de anoncillos que no paría y otra que sí, yo podía sentir como la que no daba frutos miraba a la otra con tristeza pero sin envidia, nunca le conté eso a nadie de mi familia, sentía que no había necesidad de que nadie más que yo compartiera la libertad de mi mundo y guardé el secreto, desde entonces me sabía diferente.  Recuerdo el día en que el perro que acompañó en mi infancia siendo ya viejo vino y se echó delante de mi columpio, yo paré de mecerme, él me miró y me dijo que quería irse ya y yo le dije, está bien, esa tarde se fue sin sufrimientos y en silencio;  las palabras de puedes irte en paz las he usado en muchas ocasiones con mis seres más amados y con algunas personas enfermas que ni siquiera saben que están a punto de abandonar el cuerpo, es como si algo dentro de ellos se comunicara conmigo cuando me miran y sin palabras se despiden, yo desde el silencio de mi alma les digo vete en paz.
A pesar de vivir siempre rodeada de personas nada me gustaba y gusta más que la soledad y el silencio, siempre he sentido la profunda convicción de que no pertenezco a éste mundo y aunque he desarrollado afición y dones en los que tengo méritos y reconocimiento social,  muchas veces me siento perdida, fracturada, resentida como si no encontrara el principal propósito de mi estancia y en reiteradas ocasiones mi alma anhela y pide regresar a casa… pero confío en el plan divino  del universo y todo se irá develando en el camino donde cada día siento con más fuerza el oficio de servir, nada me complace más que poder ayudar a otros seres, cada día practico más el desapego por el ego profesional, por el aferrarme a una pareja y como no tengo hijos, siempre supe que no había venido a concebir me concentro entonces con vivir el momento.
Cuando era pequeña en las noches y las luces se apagaban, mientras todos dormían, yo podía ver seres de otras dimensiones entrar y salir de mi casa, nunca me hablaron pero tampoco hicieron sentir temor, era otra de las cosas que sabía que no eran para compartir con los adultos, incluso sentía sus presencias antes de llegar, muchas veces me decía, hoy no puedo dormir porque van a venir y así sucedía; los veía durante horas caminar y conversar entre ellos, asomarse a las camas de mis padres y hermanos y mirarlos,  ellos sabían que yo los estaba observando pero no les importaba. En otras ocasiones le hablaba a mi mamá de personas que no estaban en casa, una vez le hablé de un tío que vivía fuera del pueblo, le dije que mi tío estaba allí, ella me respondió pero si tu tío no ha llegado, ni dijo si venía, yo con mucha naturalidad dije que sí que ya lo había visto y dado un beso, un rato después llega mi tío, mientras todos se sorprendían de su llegada, yo ni lo saludé porque ya lo había hecho.
  La primera vez que escuché hablar a los mayores sobre la muerte, sentí sus miedo como algo muy profundo y doloroso;  alarmada me paralicé, yo estaba jugando, podía hacer muchas cosas al mismo tiempo como jugar y prestar atención a las conversaciones de los adultos que me encantaba porque buscaba razones para sus formas de pensar y actuar; entonces  fue como si se detuviera el tiempo y  la voz interior que siempre me hablaba me calmó, lo hizo mostrando un camino infinito y a mí en el cuerpo de otra niña de piel negra, de repente el camino se corta y  comienza otro nuevo, pude verme mí en mi cuerpo de niña actual, y allí con esa edad  entendí que la muerte no era el fin, que ya había tenido otras vidas, entonces volví a mi juego y  crecí sin el miedo a la muerte.

DE REGRESO A CASADonde viven las historias. Descúbrelo ahora