Prólogo

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Los valles alejados de la ciudad eran poco atractivos en ese entonces, pueblos olvidados por la monarquía y aristocracia, tanta nimiedad acerca de ellos y quiénes los habitan, que los mismos habitantes creían que no tenía nada de especial aquellos lugares.

Era obvio, pues el cansancio y la monotonía hacía de las suyas, los mantenía con la comisura de los labios rozándoles la mandíbula; aunque unos pocos con rostros felices, tal vez perdidos en sus fantasías.

Cada uno lidiaba con su día a día como quisiera.

Cualquiera que fuera a esos pueblos que el ánimo escasea diría que no hay nada que hacer ahí. Y existían negocios que le daban la razón, pues los pocos que habían se mantenían solo vendiendo licor y los demás solo se encontraban vacíos o de algún vagabundo que los habitaba.

Pero aun así, existían ingenuos que apostaban por estos puebluchos.

—¡Damas y Caballeros, atención por favor! —una rubia gritó a través de un megáfono. Captando la atención de algunas mujeres que pasaban por alrededor. —Acérquense, sin temor.  —sonrió a la par que una voz masculina sonaba detrás suyo.

— Vamos, muchachos, acérquense. No querrán perderse de algo que no pasa todos los días —ahora tanto hombres como mujeres formaban una media luna, miraban perspicaces alrededor de los dos vendedores. El hombre no desperdició ni un minuto más y alzó una botella de lo que asemejaba mucho a las botellas del leche. —Déjenme presentarles, esta maravillosa poción que en tan solo minutos ¡no! —negó asombrado —Hasta segundos, podrá otorgarte de una inimaginable fuerza. Una fuerza que podría ser comparada con la de un león —todos los presentes lo miraron aún más desconfiados, pero la seguridad del pelinegro no mostraba quiebre —No me miren de esa manera compañeros, les aseguro que funciona. —sin previo aviso dejó una botella sellada frente suyo, encima de una mesa improvisada con dos cestas sucias que se utilizaban para transportar frutas y verduras. —Por ello les dejaré que alguno de ustedes pruebe de esta increíble pócima.

Todos los presentes se miraban entre sí, esperando de alguna persona que se arriesgara a probarla. El temor de que el vendedor fuera un lunático, no eran altas; pero tampoco nulas. Aún así la espera no tardó en terminar; pues una voz delgada resonó detrás de la multitud, que inmediatamente volteó, encontrando con un chico de tez morena sonriendo.

—Yo lo haré —encogió los hombres y se hizo paso a través de la muchedumbre que aún los miraba con mucha curiosidad de lo que sería de su impulso curioso.

—Claro. —el vendedor le tendió la bebida y este la cogió con la intención de abrirla rápidamente; pero por más que ejercía fuerza en la tapa de esta, sus esfuerzos eran en vano. Los pueblerinos al ver aquello, empezaron a cuchichear, hasta algunos a suspirar con cierta diversión.

El pelinegro cogió la botella del moreno y la abrió un poco aburrido, volviendo a ofrecer la bebida y esta vez si cumpliendo su cometido, tomar la misteriosa poción. Casi todos los espectadores, por no decir todos, contaron lo que fueron tres subes y bajas de su manzana de edén. Al terminar, simplemente el chico de rulos se limpió los labios con su manga recogida y miró a todos esperando una reacción.

La cual sin previo aviso llegó como una corriente de energía en el muchacho, haciéndolo voltear como si de un concurso de baile se tratara y soltar un corto grito que evidenciaba su regocijo.

—Me siento tan lleno de energía — pasó sus manos por sus delgados brazos asombrado de sí mismo —Nunca me sentí tan fuerte — soltó lo que sería un pensamiento hablado. El vendedor detrás suyo solo miraba con orgullo los resultados.

—¡Si claro! — escucharon una voz burlona y sumamente gruesa detrás de la muchedumbre. Y cuándo todos los presentes dirigieron su mirada a donde provenía la voz se encontraron con un hombre de tez negra que doblaba en musculatura a cualquier promedio del lugar. 

Wayfaring Strangers | MclennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora