CAPITULO 3. [Reescrito]

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Otro día más desde que regresó al pasado, habían transcurrido dos días. Durante este tiempo, había experimentado una terrible sensación de hambre, pero se resistía a ir a la pizzería por miedo.

Cada vez que pensaba en ese lugar, una oleada de recuerdos negativos invadía su mente, creando una explosión de emociones encontradas, como si fuera una pintura mal terminada. Sentía miedo, asco, tristeza y pánico, y todas estas emociones lo llevaban a las lágrimas.

En ese momento, se encontraba llorando mientras abrazaba a su amigo. No sabía qué pensar; todo era tan confuso. Según los recuerdos que tenía de Michael, el adolescente era desagradable, pero ahora lo trataba bien hasta cierto punto, lo cual lo frustraba porque no sabía qué esperar de él.

Además, sus recuerdos se volvían cada vez más confusos y borrosos. La mayoría eran sangrientos, tristes o aterradores. Sin embargo, un recuerdo en particular lo asustó: Elizabeth acercándose a un escenario entre gritos.

Esa imagen lo intrigó mucho, pero no podía concentrarse debido al hambre, el cansancio, el miedo y la confusión. Todo esto lo abrumaba.

Y volvió a llorar, como lo había hecho constantemente en esos dos míseros días que parecían una eternidad de tortura autoinfligida por los recuerdos y los sueños fragmentados.

Una tortura llamada vida.

Una vida que creyó haber terminado pero que en realidad se reinició.

Y eso lo hacía sentir horrible.

Llorar era su única vía de escape ante el monstruo más grande al que se enfrentaba: este doloroso reinicio no deseado.

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Los minutos de llanto se convirtieron en horas, y cuando ya no pudo soportar más el hambre, se levantó. Agarró a Fredbear, lo abrazó y salió de su habitación fingiendo una seguridad falsa para bajar a la planta baja.

Sabía que tenía que comer algo. Al salir afuera, observó a los vecinos, quienes no le saludaron, y él decidió no molestarse en saludar a los niños del vecindario sabiendo que lo odiaban.

Salir iba a ser difícil, pero sentía las miradas de todos sobre él, esa mirada juzgadora, esa opresión y ese sentimiento de incomodidad que lo hacían llorar. Un pánico que no sentía desde hacía años, un pánico que creía superado al morir, pero que ahora volvía a experimentar y era mil veces peor.

Tanta incomodidad lo llevó a correr hacia la pizzería. Al llegar e ingresar, se encontró con los animatrónicos, intentó ignorarlos y ocultar su miedo. Sin embargo, al ver esos ojos sin vida que pronto cobrarían vida si no evitaba ciertas cosas, al ver esos dientes que terminaron con su vida en días pasados y causaron lo que supuestamente sería el fin de su sufrimiento pero en realidad abrió otro, no pudo evitar temblar y llorar.

Las miradas que atrajo no ayudaron. Su miedo se mezcló con el sentimiento de incomodidad y opresión en el pecho, haciéndolo sentir aún peor.

Prefería seguir llorando solo, sufriendo en silencio con sus pensamientos. Realmente no sabía cómo reaccionar al consuelo. Recordaba cómo su madre solía consolarlo hace tanto tiempo, pero eso ya era menos que un recuerdo; solo algo que sabía pero ya no sentía.

Pero alguien le preguntó algo. Algo que casi nunca escuchaba, algo que pensó que era una palabra que solo escucharía unas cuantas veces en el pasado y nunca más volvería a oír. —¿Estás bien?— Y eso fue gracioso porque no lo estaba y era evidente. Lo que no era evidente es quién fue el que dijo esas palabras. Por la voz supo que era un niño o una niña. Miró hacia arriba tratando de limpiar sus lágrimas y aparentar estar bien, aunque sabía que todos habían visto cómo estaba.

Cambiando las cosas, ¿¡Los dos juntos!?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora