Capítulo XXX

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Daphne

Me limpié las lágrimas lo mejor que pude cuando oí los toques de mi madre en la puerta. Habían pasado tres días desde que regresó y me había esforzado, de verdad lo había intentado, pero no podía hacer otra cosa que no fuera llorar en mi habitación oscura. El cuchillo en mi pecho seguía retorciéndose cada vez que recordaba a Rick entrando a aquella consulta.

Me puse en pie y abrí la puerta con una gran sonrisa. El rostro de mi madre me dejó ver que además de su preocupación, no se creía mi actuación.

—Daph, cariño, ¿no vas a decirme que te pasa? —Preguntó.

—No me pasa nada mamá —mentí—, ya te lo he dicho.

Se sentó en mi cama y dio unas palmaditas a su lado en el colchón. Me senté a su lado y no aparté la vista del suelo.

—Daphne, soy tu madre, por favor, dime que te sucede, no soporto verte así. —Pidió en un susurro.

—Levanté la mirada y vi las lágrimas en sus ojos. —No…no es nada.

—Lo mismo decía Brassil y al final —la voz se le quebró—, la perdí. No quiero perderte a ti también.

Viéndola así de desconsolada la abracé. Era un asco de persona. Desde que había vuelto se había esforzado por cubrir el espacio de tiempo que había entre nosotras y yo lo único que hice fue concentrarme en mi, como si fuera la única que lo pasaba mal; cuando no era verdad.

—Mamá, te juro que estoy bien, solo perdí mi trabajo y sabes que es lo único que me recuerda a papá. —Murmuré.

Se separó un poco y acunó mi rostro en sus manos.

—Daph, papá está aquí —puso su mano en el centro de mi pecho—, y aquí —tocó suavemente mi frente con su dedo—, no necesitas un trabajo para recordarlo.

—No recuerdo cómo era su rostro. —Dije con la voz quebradiza.

—Ay, Daph —me abrazó—, yo también lo extraño, no sabes cuánto.

Rompí a llorar hundiendo mi cabeza en su cuello. Dejando salir todo el dolor.

—Llora, llora todo lo que necesites, saca todo el dolor de tu corazón. —Murmuró acariciando mi cabello.

¿Quién es la reina de papá? —Dijo mirándome con sus preciosos ojos miel.

¡Yooo! —Grité corriendo hasta sus brazos.

Me levantó por los aires y me dio varias vueltas. Ambos reíamos.

Mi preciosa reina. —Me dio un beso largo en la frente y me abrazó.

—Papá. —Dije con voz rota. —Te extraño.

Siempre estaré contigo, mi pequeña reinita.

«Mi pequeña reinita»

***

Me cepillé los dientes lo más rápido que pude y al final terminé con una mancha de pasta de dientes en la preciosa camiseta. La cambié por un jersey marrón claro y me puse las botas altas. El invierno ya había comenzado y mi madre y yo íbamos a recoger a Stacey al aeropuerto. Stacey era mi hermana pequeña, a penas tenía seis años. Lo que tal vez no me emocionaba tanto era la presencia de Arthur, el nuevo esposo de mi madre. No es que no me agradara, o sea no lo conocía y tal. Además si hacía feliz a mi madre ya tenía puntos de más. Era sólo que se me haría raro. Puesto que ellos eran una familia y yo sobraba.

—Uff, pero que frío hace Dios mío. —Chillé cuando salimos de la calefacción de mi casa.

Mi madre rio y enredó su brazo con el mío. Se veía espectacular con pantalones y su camisa blanca. A juzgar por su comodidad yo diría que su abrigo acolchado cubría más que el mío. Debería haberme puesto otro jersey encima del que llevaba puesto.

Mírame en las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora