Capítulo XXXVI

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Daphne

Dejé que mi cuerpo agotado cayera en la cama. Estaba muy cansada, agotada tanto mental como físicamente. Por un lado estaba todo lo que respecta a Rick y el secreto de mi familia y por otro el terrible dolor de cabeza que me azotaba desde que llegué a casa.

Sobre Rick, me había sentido muy bien con él en la tarde, hasta que la realidad golpeó y me recordó que tenía novia e incluso una hija. Era doloroso pensar en ello, porque a pesar de todo yo seguía queriendo estar en el lugar de Marina. Quería despertar al lado de Rick cada mañana, oler su perfume o admirar su belleza al dormir, quería cocinar juntos y hacernos bromas secretas, quería ser la madre de su hija, quería ser quien le diera felicidad.

No saben lo horriblemente hiriente que es querer tener algo y por más que te esfuerces nunca llegará a ti, nunca será tuyo.

Esa noche me dormí pensando en todo lo que pasaba con Rick y buscando soluciones para resolverlo, pero el sueño me cubrió con su manto antes de siquiera poder encontrar la primera.

Me coloqué las zapatillas y fui directamente al baño. Me di una ducha y me lavé los dientes. Cepillé mi cabello y me puse un vestido azul oscuro. Para cuando llegué abajo mi familia estaba desayunando y riendo animadamente.

Stacey se veía bien al igual que Arthur, pero mi madre a pesar de estar riendo se veía preocupada, agitada.

—Buenos días. —Saludé.

—Buenos días. —Repitieron los tres al unísono.

Me senté en la mesa, junto a mi madre. Ella me escudriñó sutilmente sin darse cuenta de que la estaba viendo. Me serví un poco de jugo de manzana y hablé con Stacey sobre como se sentía. Al parecer era más fuerte de lo que yo pensaba.

Después de desayunar y de despedirme de mi familia salí a dar un paseo. Necesitaba relajarme antes de ir donde Hemsworth y desentrañar el oscuro secreto de mi familia que me mantenía ajena a la verdad.

Metí las manos en los bolsillos de mi abrigo y ralenticé mi paso. Disfruté del sonido de la nieve hundiéndose bajo mis pies, el aire frío y el murmullo de la sociedad. A lo lejos había una pareja con una niña pequeña de al menos unos cinco años. Ellos la alzaban de sus brazos y la hacían saltar sobre algunas lomas de nieve.

—¡Buu! —Dijo alguien asustandome.

Pegué un brinco y me di la vuelta para encontrarme con unos ojos azules. Las ondas caían sobre su frente lentamente hasta llegar a sus cejas abundantes. Sonreí sin poder evitarlo.

—¡Serás pesado! —Le di un golpe en el hombro.

—Ven acá, doctora. —Sus brazos me abrazaron y pegaron a su cuerpo.

—Sentí mis mejillas calentarse. —¿Desde cuándo eres tan cariñoso, Gruñón?

—Desde que soy consciente del tiempo.

Incliné mi cabeza a un lado y lo miré expectante, a lo que él negó con su cabeza y me dio un beso en la frente. Ese gesto tan insignificante provocó que la jaula que encerraba a mis mariposas se abriera y el aleteo surgiera.

Me colocó a su lado, con una mano todavía alrededor de mi cintura y comenzamos a caminar. Recorrimos las calles de la ciudad, mirando el paisaje de vez en cuando o mirándonos.

Mírame en las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora