❝⸻¿Qué... qué diablos era... esa cosa? ⸻logró articular Felix, no sin dificultad. Le costaba respirar y los párpados le pesaban.
El chico rió, sin darse la vuelta.
⸻«Diablos» ⸻repitió, como si la palabra le resultara curiosa. El aparato que llevaba...
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Se sentó en el marco de la ventana, pasó primero las piernas, apoyando los pies sobre la cama sin importarle que sus zapatillas estuvieran algo sucias. No pudo evitar pensar que una ventana de ese tamaño resultaría bastante incómoda como acceso a la escalera si algún día se encontraban en una emergencia real. Luego pasó el resto del cuerpo y aterrizó sentado sobre el colchón.
El cuarto de invitados, que llevaba ocupando hace un mes y había comenzado a considerar un poco como suyo, estaba justo como lo había dejado: cama desordenada, la mochila tirada debajo del escritorio, prendas de ropa en el suelo, una hilera de cómics y mangas, junto a los cartuchos de su Nintendo en un estante. Y por supuesto, fotos de su madre aquí y allá. En la mesita de noche, en la pared, en la estantería, en el escritorio. Su abuela las tenía por casi toda la casa, como si hubiera sabido desde antes que iba a perder a su hija.
«No, no» pensó Felix, sacudiendo la cabeza, «no la hemos perdido. Está desaparecida y yo la encontraré, cueste lo que cueste».
Ese último pensamiento fue el impulso final que necesitaba para levantarse de la cama. Caminó hacia la puerta. Del otro lado, oía el murmullo indescifrable de una conversación entre su padre y su abuela. Se preguntó si hablarían sobre él o sobre su madre, o si solo discutirían temas triviales, fingiendo que nada había sucedido. Si eso intentaban, ignorar su discusión de la noche anterior y actuar como personas “normales”, no podrían hacerlo por mucho más tiempo.
Felix giró la llave en la cerradura y apoyó su mano, temblorosa, sobre el picaporte. En cuanto abrió la puerta, los rostros de su padre y su abuela se giraron en su dirección, transformando sus expresiones neutrales en unas de sorpresa en cuanto notaron las heridas en sus mejillas y la dureza de su mirada.
——¿Felix? ——llamó su padre, en tono inseguro, mientras abandonaba su silla, dejando su tostada a medio comer sobre la mesa——. ¿Qué te ha pasado?
——Nada ——respondió él, alejándose de la caricia preocupada del hombre y cruzándose de brazos——, solo me atacó un Kuri.
Su abuela se ahogó con el té y, tosiendo, bajó la delicada tacita de porcelana hasta apoyarla de nuevo en el plato que le hacía juego. Estaba claro que sabía de qué hablaba. Tal vez por eso mismo, el señor Lee volteó a verla de inmediato, aunque sin molestarse en ayudarla.
——¿De qué está hablando, Sung-hee? ——exigió, ahora con voz tensa, apoyando ambas manos en el respaldo de una silla——. ¿Está hablando de...?
——Un demonio ——interrumpió Felix a su espalda. Tuvo que hacer un esfuerzo para reprimir una sonrisita de satisfacción al ver que las miradas de ambos regresaban, perplejas, hacia él——. Demonio Kuri: cuerpo deforme de araña, ojos llenos de dientes, escupe veneno corrosivo... ——se detuvo, su cuerpo se estremeció al recordar los efectos del veneno sobre aquel pobre hombre en el callejón.
