❝⸻¿Qué... qué diablos era... esa cosa? ⸻logró articular Felix, no sin dificultad. Le costaba respirar y los párpados le pesaban.
El chico rió, sin darse la vuelta.
⸻«Diablos» ⸻repitió, como si la palabra le resultara curiosa. El aparato que llevaba...
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Felix suspiró, viendo la foto enmarcada en la mesita de noche: una joven que debía tener su edad, con el cabello oscuro y corto, vestida totalmente de negro. Jamás hubiera adivinado que aquella era su madre, a quien solo conocía con sus largas trenzas y vestidos floreados; una mujer dulce, muy alejada de esa chica con expresión dura y fría. En casa no tenían fotos de ella de joven o de niña, nada de su vida antes de conocer a su padre, como si antes de ello no hubiera existido. En cambio, en la casa de su abuela las fotos estaban por todas partes. Felix nunca había estado allí antes, así que cuando llegaron, no pudo evitar sentirse algo abrumado.
——¿Quién es ella? ——había preguntado un día, asombrado por una de las fotos en la pared de la entrada: la misma joven con ropa oscura, sosteniendo un extraño objeto, que parecía una antigua pluma de cristal.
——Es tu madre, querido ——respondió su abuela, con una melancólica sonrisa——. En esa foto, tenía un par de años menos que tú.
Felix estuvo a punto de preguntar por la pluma, pero su padre lo interrumpió, pidiéndole que fuera a dejar su equipaje en el cuarto de huéspedes. De hecho, tenía la sensación de que el hombre quería evitar cualquier tipo de conversación sobre el pasado de su esposa, como si se tratara de un secreto mortal. Sus sospechas no hacían más que crecer cada día que pasaba. Veía a su padre hacerle gestos de advertencia a su abuela cuando esta parecía estar a punto de decirle algo importante, los oía a ambos hablar en susurros y callarse repentinamente cuando él se acercaba. Había intentado preguntarle a su abuela al respecto en una ocasión, cuando estaban solos, pero ella se había limitado a negar con la cabeza.
——Tu padre cree que aún no estás listo, Felix ——le dijo.
Eso no lo había dejado precisamente tranquilo.
Empezaba a creer que ellos sabían algo sobre la desaparición de su madre, pero no querían decirlo. Algo importante, algo que Felix ni siquiera se atrevía a pensar...
No podía ser eso.
Pero entonces, ¿qué ocultaban?
Felix tomó la foto de la mesita con ambas manos y la examinó, no por primera vez, como si en ella pudiera encontrar las respuestas que su familia no quería darle. Una vez más, no servía de nada, solo agrandaba más la duda en su cabeza. Aún le costaba creer que aquella joven fuera su madre. El rostro era idéntico, claro, aunque sin las arrugas alrededor de los ojos ni las líneas en las comisuras de los labios, pero por lo demás no se parecía en nada a su madre. No era solo su ropa o su corte de pelo, sino su postura, la expresión de su rostro: parecía ruda, como si fuera absolutamente capaz de despedazar a un tipo de ser necesario. Esa no podía ser la misma mujer a la que había tenido que pedirle que dejara de cortar sus sandwiches en forma de estrella porque ya era demasiado mayor para eso.
