Capítulo 1

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POV Ona

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POV Ona

Nada me habría hecho adivinar esta situación hace apenas dos horas cuando salimos de Barcelona. Y ahí estaba entonces, con un calentón mayúsculo recostada en el asiento trasero sobre las piernas de Alexia.

Teníamos que estar en Madrid a mediodía para una nueva concentración de la selección española. En apenas una semana nos jugábamos la clasificación para los juegos olímpicos frente a Holanda y Alexia también debía acudir a pesar de todo. Había sido convocada pese a estar en proceso de recuperación tras la artroscopia reciente en su rodilla. Sería examinada por los médicos de la Federación y decidirían si continuaba su recuperación allí con el equipo nacional. Todo el staff sabía que su presencia era necesaria para el grupo. Probablemente no formara parte del once inicial en el próximo partido, pero el equipo necesitaba sentir su liderazgo. La seleccionadora lo sabía. Todos lo sabíamos porque todos lo sentíamos así. Era la capitana indiscutible, dentro y fuera del campo. La presencia que nos forzaba a superarnos y dar lo mejor de nosotras mismas.

En ese momento no tenía la certeza de quedarse durante toda la concentración. Dudaba si regresaría a Barcelona tras el análisis médico, aunque sus sensaciones eran buenas y había empezado a golpear el balón sobre césped en los últimos días. Se mostraba animada y optimista, pero había preferido llevar su coche a Madrid por si regresaba antes de lo previsto.

Las demás compañeras tomaron el Ave esa misma mañana. Irene, Mariona y yo decidimos acompañar a Alexia, quien condujo su coche hasta la primera estación de servicio.

Irene, quien hasta ese momento compartía el asiento trasero conmigo, se había ofrecido a relevarla al volante de su flamante Cupra tras aquella parada en la ruta. Alexia accedió sin resistencia.

Yo no había llegado a salir del coche, estaba agotada tras una noche de desvelos. Trataba de descansar ahora apoyada en mi respaldo. Lo había conseguido un par de veces desde que salimos, pero la postura no era la más cómoda para lograr mantener el sueño más de unos pocos minutos.

Cuando regresaron mis tres compañeras cargadas de refrescos, abrí los ojos tras las gafas de sol, ya innecesarias por la presencia de nubes. Me las quité mientras Alexia se acomodaba a mi lado y se abrochaba el cinturón de seguridad. Venía con el pelo suelto y apenas maquillaje. Lucía tan guapa como siempre. Tal vez más. No sé, es difícil valorar cuando se sobrepasan ciertos grados. Quizá se me antojaba especialmente atractiva en esa jornada de viaje por el hecho de verla diferente al día a día de los entrenamientos. Aunque en los entrenamientos también estaba atractiva. Maldita reina, siempre lo estaba. Me ofreció su refresco y alcancé la botella, dando un sorbo que me sentó realmente bien.

En el asiento del copiloto, justo delante de mi posición, Mariona trataba de conectar su cuenta de spotify con el equipo de sonido del coche, quería que escucháramos un podcast en concreto. Así lo iba explicando mientras Irene arrancaba e íbamos dejando atrás la estación de servicio.

Alexia había recogido el refresco y acomodaba ahora sobre su costado la manta que hasta entonces reposaba entre su plaza y la mía como delimitando ambos espacios. Parecía suave y cálida, apetecible en ese momento en que empezaba a refrescar.

Sin querer pensarlo demasiado, me aflojé el cinturón de seguridad y me recosté sobre sus piernas simulando pereza y despreocupación. Realmente temía que me ordenara que volviera a enderezarme alegando posiciones correctas en un vehículo. Qué sé yo, se trataba de la perfectísima Alexia. Pero no lo hizo. En su lugar, me acomodó la cabeza en su regazo haciendo que se esfumaran mis inseguridades y miedos. Me cubrió parcialmente con la manta desplazándola desde su costado hasta donde alcanzaba, llegando a cubrirme desde los hombros hasta debajo de la cadera. Yo me acomodé algo mejor y apoyó su mano derecha sobre mi cintura bajo la manta. Ahora sí podía asegurar que me sentía a gusto.

Mariona había conseguido encontrar el podcast que buscaba y comentaba su contenido con Irene de tanto en tanto. Alexia no parecía tener ganas de participar en la conversación. Contestaba brevemente cuando se dirigían hacia nosotras, pero sonaba adormecida y cansada. Finalmente, Irene y Mariona desistieron de buscar réplica en la fila trasera y siguieron a lo suyo. Cuando quedó clara esa dinámica, Alexia se recostó un poco más perdiendo rigidez en su asiento y sus dedos empezaron a moverse por mi cintura bajo la manta. Me acariciaba ligeramente, trazando pequeños círculos sobre mi camiseta.

Hasta ese momento yo hacía esfuerzos por mantener los ojos abiertos, pero el cosquilleo de sus dedos era tan placentero que dejé caer los párpados y perdí la visión del asiento delantero. Ya era incapaz de procesar cualquier otra cosa, para mí solo existía esa presión delicada en mi cintura.

No sé cuánto tiempo pasaría hasta que sus movimientos se extendieron algo más en su recorrido, alcanzando un trozo de mi piel a la altura mi cadera. Me estremecí un breve instante y Alexia se detuvo. Sus dedos quedaron inmóviles. Sin duda había notado mi estremecimiento y había optado por detenerse. Entré en pánico, no quería que se detuviera. Dudé sobre qué hacer y busqué confianza en el recuerdo de haberme atrevido minutos atrás a recostarme sobre sus piernas. Aquello había salido bien.

Sin llegar a abrir los ojos ni cambiar de postura, colé mi mano hasta la suya y la arrastré suavemente por la zona, indicando que siguiera. Ella retomó entonces las caricias al tiempo que se escurría algo más en el asiento, acercando su cabeza a la mía.

Pude adivinar su boca a escasos centímetros de mi cara, la sentía respirar en mi cuello. Cada espiración suya era una caricia delicada de aire tibio. Esa percepción acaparaba el foco de mis sentidos combinada con el tacto directo sobre mi cadera, esas yemas se deslizaban lentamente hacia mi abdomen. Me retorcí ligeramente en un gesto inevitable que hubiera preferido reprimir. Al darme cuenta de que se me había escapado un pequeño gemido, me quedé inmóvil, conteniendo la respiración y esperando que esta vez no se hubiera dado cuenta. Pero todo indicaba que sí. Ella también se quedó quieta unos instantes, por lo que mi tensión fue en aumento. Dudaba si moverme o decir algo cuando sentí el roce de sus labios sobre mi oreja. 

-Hueles tan bien... -Susurró tan bajito que apenas pude oírlo. Noté la punta de su nariz que empezaba a recorrerme el cuello lentamente. -...Tan bien que te comería -continuó susurrando. Su aliento cálido me hizo estremecerme al colarse en mis oídos y me volví a retorcerme de placer, esta vez rozando mi mejilla con la suya hasta tenerla de frente mientras abría los ojos despacio. La vi unos instantes observándome seria hasta que comenzó a esbozar una sonrisa. -Ñam, ñam. - Concluyó divertida mientras daba dos bocados al aire que pudieran haber sido para mí.

En ese momento supe que estaba haciendo el payaso y mi ensoñación se desvanecía. Alexia volvió a incorporarse, acomodando su espalda en el asiento y su cabeza en el lateral del vehículo, alejándose de mi cara. Aún con los ojos cerrados, mantuvo unos segundos la sonrisa dibujada en su boca hasta que se fue diluyendo en un gesto tranquilo y adormecido. Yo seguía observándola en silencio.

"Ojalá, Alexia..." Pensé. "Ojalá me comieras entera".

El ruido monótono del motor se mezclaba con las voces graves que salían de los altavoces del coche. Podía sentir la vibración de la carretera que se transmitía a través de las piernas de Alexia. Decidí dejarme acunar por ese leve traqueteo y dejé que se cerraran mis ojos. No volvería a abrirlos hasta llegar a nuestro destino.

Una proximidad inesperadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora