CAPÍTULO DOS
Habían transcurrido dos años desde la fatídica muerte de la joven artista Lang Wonying, la idol más famosa de su generación y a la que su devota legión de fans todavía no había logrado olvidar. Es más, parecía como si su popularidad se hubiese incrementado tras el desafortunado desenlace que tomó su vida a tan temprana edad, con dieciocho años apenas cumplidos.
Su muerte siempre había despertado un sinfín de preguntas sin resolver que habían dado pie a todo tipo de especulaciones, rumores y teorías de diversa índole. La versión oficial determinaba que la causa del deceso había sido muerte natural, pero obviamente, ningún fanático en su sano juicio podía dar por cierta tal afirmación. Pronto los rumores de suicido, ingesta accidental de medicamentos para la depresión o sobredosis por abuso de sustancias ilícitas, fueron tomando protagonismo y dejando obsoleta la teoría oficial de las causas naturales.
Pese a todo, había gente que seguía sin creer que Wonying hubiera muerto por cualquiera de esas otras razones. Gente que no creía ni en suicidios, ni en accidentes, ni mucho menos, en historias de drogadicción. Debido a los enigmas y contradicciones que rodeaban el asunto, muchos fans estaban convencidos de que a su amada idol la habían matado de manera premeditada. Todo era muy extraño. Había rumores de citas que, según fuentes anónimas, involucraban a alguien muy poderoso que decidió que era mejor quitarla de en medio.
Sin pruebas, la teoría del asesinato nunca pasó de ser nada más que una habladuría que poco a poco, alimentada por el misterio, se había terminado convirtiendo en una especie de leyenda urbana. Lo único cierto era que la artista había muerto, pero en su lugar, había nacido el mito.
No obstante, de entre todos sus millones de fans había uno que no se dejaba influenciar por rumores ni murmuraciones, y que era plenamente conocedor de lo que había pasado realmente desde el principio. Alguien que sabía de primera mano que a Wonying, en efecto, la habían asesinado: Milluki Zoldyck siempre supo la verdad. La supo incluso desde antes de que la muerte de la idol se hubiera materializado, y lo sabía porque la persona que había recibido el millonario encargo de acabar con la vida de Lang Wonying vivía bajo su mismo techo y compartía con él lazos de sangre e idéntico apellido.