Capítulo O2

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Dios mío. Jamás volveré a quejarme de la comida recalentada.

Wakala. No puedo creerlo, ¿a esto le llaman almuerzo?

Hago una mueca, trastornado. Juego con los palillos en mis dedos, revolviendo la viscosidad a la que aquí Ilaman sopa. Mirar la ensalada me hace querer llorar, y ni hablar de lo aguachento que se ve mi "jugo de piña", que probablemente sea agua con saliva de alguna cocinera.

Supongo que lo único decente podría ser el pollo frito, que claramente lleva frito media década. Pero, al menos sabe a pollo, y tiene sal, así que es lo único que mordisqueo con insistencia.

Primero muerto que probar la sopa. Y no deseo contagiarme de algo con el supuesto jugo, así que tendré que llenar mi estómago a base del pollo y cinco litros de agua de la llave de la ducha.

Uhm, sí. Todavía debo conocer el resto de la prisión.

Con eso en mente, continúo mis intentos de hincarle el diente al pedazo de pollo frito. Bastante ocupado como para prestar real atención a los murmullos y miradas, de todo tipo, dirigidas a mí.

¿Y cómo no? Tremendo tonto que soy, me senté justo al medio del comedor. ¡Era la única mesa sola! Y no es que tenga problemas sociales, ¿pero cómo me sentaría con más gente? ¿Qué se supone que les diré?

"Hola, soy nuevo aquí. Maté a unas cien personas, ¿a cuántas has matado tú?"

No funciona para mí.

Gimo de gusto cuando al fin logro morder un pedazo del pollo y masticarlo hasta tragar. No está tan mal, aunque dicen que con hambre todo es rico. Y yo no como hace unos tres días, a excepción de la barrita de cereal que me dio mi abogado antes del juicio.

Saboreo la comida en mi boca y analizo una segunda vez el lugar, ya que la primera sólo busqué una mesa vacía mientras ponía cara amenazante. Que sepa defenderme no me salva del terror constante que todos estos hombres provocan en mí, no soy un angelito pero no hay maldad real en mí, no disfruto causando daño. Muchos de aquí sí lo hacen, y eso me mantiene alerta.

Observo las escaleras a la segunda planta del comedor, que son pasillos rodeando la habitación y dejando un espacio en medio con un tragaluz, que es justo donde estoy. Hay reos apoyados en las barandillas charlando, otros haciendo la fila para recoger sus bandejas con comida y algunos comiendo con tranquilidad.

Una mesa en específico llama mi atención.

Está en la segunda planta, justo en medio de la habitación, pegada a la barandilla. De hecho, está claro que desde ahí puedes ver todo lo que ocurre en el comedor.

Me resulta... curioso. La manera en que todos rodean la mesa al pasar por el lado, como si temieran acercarse demasiado. Allí alcanzo a ver a unos cuatro hombres, dos de ellos ríen y charlan animadamente, otro parece estar dibujando mientras lucha por masticar la supuesta lechuga y el otro… nunca lo sabré. Me da la espalda, por lo que no puedo ver su rostro. Es fuerte, musculoso, y varios calientes y siniestros tatuajes se asoman por la piel expuesta de su camiseta pegada al increíblemente fuerte cuerpo. En su cabeza sobresale hebras azabaches gruesas revueltas y algo húmedas, como si se hubiera duchado hace poco.

Bufo. De seguro se trate de los más rudos de la prisión o algo por el estilo. He visto varias películas de gente en la cárcel, sólo espero que la realidad sea diferente y no me obliguen a mamar una polla con tal de no rebanarme el cuello.

Literal, terminé de pensar en eso y la mala suerte, que me ha tomado de la mano desde que era un bebé, aparece. Encargándose de que el pequeño espacio de paz que conseguí se vea afectado.

dandelions › jikook. [Pausada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora