• Capítulo 2 •

509 48 21
                                    

Apenas logro contener mi enojo para actuar racionalmente. Mentiría si dijera que mis piernas no flaquearon en cuanto escuché su voz, o que mi reacción instintiva no fue dar media vuelta y correr para evitar el peso de mis actos. Pero tenía tan solo dos opciones: mostrarme débil y vulnerable o permanecer fuerte y buscar una solución a esta situación en la que me había metido por mi cuenta.

La cuestión aquí es que lo que exige no está en mi poder decidir. No puedo simplemente casarme con el enemigo de mi familia. Además, siempre he tenido una diana en mi espalda gracias a su padre. Aceptar ese matrimonio sería igual a firmar mi certificado de defunción.

—No va a pasar. No sé exactamente qué tramas, pero tú y yo no somos algo que vaya a suceder.

Su pulgar se dirige a mis labios, con el frío calculador de la muerte en sus ojos y la tibieza del pecado que cometimos hace un rato en sus manos. Sus ojos azules, apenas descubiertos tras la máscara que siempre lleva consigo, lucen mucho más vivos y calculadores esta noche. Escucho a Massimo forcejear con uno de los hombres que lo mantienen sujeto e instintivamente intento mirar en su dirección, pero los dedos de Hades lo impiden.

—Mis disculpas, creo que no me expliqué apropiadamente. No estoy preguntando ni pidiendo tu opinión; te estoy informando lo que va a suceder a partir de este momento. No hay más opciones sobre la mesa.

—Primero muerta que…

—No pongas esa opción sobre la mesa, porque podría tomarla. Solo eres un peón en el tablero, Atenea. De ti depende si te conviertes en una reina o si serás otra pieza sacrificada para ganar el juego.

—No soy un peón ni tampoco una reina. Soy el maldito rey que va a poner tu juego de cabezas, Hades. Reza a Dios para que no sea tu nombre el que deba pronunciar en el altar, porque serás un hombre muerto.

Sus manos abandonan mi piel y la seriedad reemplaza la sonrisa sarcástica que poseía.

—No hagas amenazas que no puedas sostener —su mirada se dirige al hombre que nos interceptó, como si pudieran comunicarse solo con ella—. De momento, mantén nuestros encuentros de medianoche en privado. Pero infórmale a tu padre que tengo una generosa oferta.

—No has hecho una oferta aún —analizó sus palabras—, a menos que me haya perdido de algo.

—No es a ti a quien pretendo convencer; tu papel aquí es lucir un bonito vestido blanco y decir “acepto”.

—Presionando no obtendrás lo que quieres de mí.

—No soy de la clase de hombres que te llevarán flores, Atenea. Soy de ese tipo que cortará la garganta de todo aquel que se interponga en su camino o no conozca su maldito lugar. La próxima vez que te vea —señala hacia Massimo con una expresión de aburrimiento, que logro captar aún con la máscara que lleva—, mantén a tu perro en su lugar.

—¿Es aquí donde caigo rendida a tus pies? —inquiero, burlesca.

Sus ojos se encienden ante mi nulo nivel de intimidación por sus palabras.

—Tómalo como una advertencia, pequeña. Hombre que te toque, hombre que muere, tenlo siempre presente. Comenzando por ese imbécil al que llamas novio.

—No soy tu jodida propiedad. Quizás en algún momento podrás tener un estúpido papel que me haga tu esposa si tus planes resultan, pero es solo eso, un papel.

—Mientras más te resistas, más duro golpearé, hasta que entiendas que esto no se trata de amor. Desprecio este matrimonio, tanto como tú, pero no mancharás el nombre del Diablo en vano.

—Cuando tu lengua estaba enterrada en lo más profundo de mí, no se notaba que me despreciabas tanto. Ni cuando te tocabas frente a mí, porque el deseo de introducirte en mi interior era tan fuerte que te hacia perder el control —sonrío con descaro, como si provocar a este hombre no fuese la peor idea en estos momentos—. Tienes una manera un tanto peculiar de mostrarme tu desprecio.

Envuelve su mano alrededor de mi cuello, robándome por un instante el aire. Pese al esfuerzo que supone respirar, no le doy la satisfacción de verme suplicar.

—Voy a romperte, tómalo como un hecho —susurra.

—Voy a destruirte, tómalo como una promesa —respondo.

Tira de mi cabello hacia atrás e invade mi boca con un beso arrollador que me lleva casi a la inconsciencia por la ausencia de oxígeno. Por un segundo, me permito olvidar quién es él, saborear este beso como solía hacerlo. La rabia se funde con el deseo, volviéndose denso y tomando el control de mi mente por un momento. Mi cuerpo se inclina aún más contra el suyo, presionando mi pecho contra su cuerpo. La necesidad de más hace que clave mis uñas en la piel de sus brazos, y él entierre sus manos en mi suave carne.

—Sabes al maldito pecado, Atenea —susurra, respirando entrecortado.

—Espero que te guste, porque es el último sabor que probarás, Hades —afirmo, recuperando el precioso oxígeno que robó a mis pulmones.

Respira pesadamente, mientras toma un poco de distancia, dedicándome una mirada que claramente dice «me gustaría verte intentarlo».

—Tú a cambio de una tregua. Esa es mi propuesta —esas fueron sus últimas palabras antes de alejarse entre las sombras junto a sus hombres.

Massimo finalmente logra liberarse cuando los hombres de Hades se marchan y la frustración comienza a asfixiarme. La realidad me aplasta como si fuese tan solo una piedra en el camino de este hombre. Desconozco qué desea lograr, pero sugerir una tregua definitivamente me pone en desventaja, porque mi padre no dudará ni un segundo en tomar su oferta. Porque siempre ha sido la organización y luego yo, no existe competencia cuando se trata del poder para Claus Petrou.

Estoy realmente jodida, porque si decide exponerme, no seré más que la burla dentro de la organización y jamás podré ocupar el puesto que por derecho me pertenece. Y si no lo hace, solo necesitará mencionar su oferta para tenerme a su disposición por órdenes de mi propio padre.

Mis hombres se reagrupan, insistentes en revisar los alrededores una y otra vez, buscando señales de dónde pudo haberse ido mi desconocido enmascarado. Pero sé que es una pérdida de tiempo.

Nadie se atreve a hacer la pregunta que flota en el aire, cuya presencia es tan notoria como si fuera otra persona presente. Nadie, excepto Massimo, quien se dirige hacia mí con pasos apresurados.

—¿Quién se supone que es ese sujeto, Atenea? ¿Es cierto que has estado revolcándote con él como si fueses una cualquiera? —reclama, con cara de asco.
Sus ojos escrutadores me recorren de arriba a abajo, juzgándome. Sus palabras son pequeños dardos cargados de veneno, que se clavan justo en mi estómago, amenazando con devolver todo el alcohol que consumí hoy.

—¿Qué te molesta exactamente, Massimo? ¿El hecho de que me estuviese revolcando con él o que a ti no te toque con deseo desde hace tanto? —la ira habla por mí, y no dudo ni por un segundo en continuar descargando lo que llevo dentro desde hace tanto tiempo—. No olvides ni por un maldito segundo tu lugar. Si estuviste junto a mí durante tanto tiempo, fue por el cariño que te tenía desde que éramos niños. Mi padre me obliga a mantenerte cerca —hago una pausa para que el mensaje le quede claro—, pero eso no significa que no me deshaga de ti si te conviertes en un estorbo o si no entiendes quién manda aquí.
Soy yo, al menos por ahora. Soy yo quien manda en este juego, y que me condenen si permito que el hijo de Caesar me arrebate ese control.

No soy un daño colateral, no soy un peón. Mi nombre es Atenea Petrou, y no bajo la cabeza ante nadie.

Mafias, secretos y obsesiones.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora