Decidido.

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Advertencia de contenido: el capítulo contiene menciones a intentos de suicidio y depresión. Se recomienda la discreción del lector/a.


Chuya Nakahara tenía la sospecha de que algo andaba mal. Aunque por fuera todo se veía bien, demasiado, incluso. Y era esa perfección lo que lo hacía sospechar.

Estaba seguro de que Dazai no volvería a dejarlo. El castaño se había encargado de hacerlo sentir seguro una vez más a su lado, no solo con palabras, sino con actos. Había comenzado a trabajar en una pequeña organización de la que Chuya había escuchado hablar -una Agencia de Detectives-, pero todos los días, sin falta, regresaba a la que ahora era la casa de ambos. Incluso si el trabajo de Chuya se alargaba y llegaba a altas horas de la madrugada, encontraba a Dazai dormido en el sofá, con algún libro caído a su lado, indicando que había esperado por él hasta que el cansancio lo vencía.

Su relación había evolucionado, también. Era extraño ya no trabajar juntos, pero de alguna manera les hacía bien. A Chuya le gustaba ver la ilusión con la que Dazai le contaba sus aburridas anécdotas en el trabajo (que, a decir verdad, nunca escuchaba. Simplemente se perdía en los brillantes ojos castaños y el melodioso tono de voz de Dazai), y a Dazai le gustaba que su único vínculo con la mafia ahora fuera el pelirrojo con el que despertaba todos los días.

Chuya era consciente de que el cambio había mejorado mucho la salud mental de Dazai. Seguía con esas tontas bromas sobre querer morirse, pero llevaba meses sin un intento serio de suicidio. Incluso en aquellos días malos, Dazai simplemente se quedaba en cama y dejaba que Chuya cuidara de él, en lugar de atentar contra sí. Era un paso demasiado grande como para pasar desapercibido.

No solo eso: hablaba con ilusión de sus compañeros de trabajo, algo que nunca hizo con nadie de la mafia exceptuando a Odasaku. Le gustaba escuchar a Dazai reír a carcajadas mientras contaba alguna manera en la que molestó al tal Kunikida, y Chuya estaba demasiado ocupado embelesado con el sonido como para sentir lástima por el nuevo compañero de Dazai.

Sin embargo, había cosas que no habían cambiado en Dazai. Y la principal de ellas era su pereza. Incluso cuando llegaba tarde al trabajo y se retiraba a su hora puntual, después de no haber hecho nada más que holgazanear escondido en la pila de papeles de su escritorio, cuando regresaba a casa no hacía más que dormir. Era hasta que Chuya regresaba a casa y preparaba algo de comer que llevaba algo a su estómago y, si algo se atravesó y Chuya no podía regresar esa noche, Dazai se iba a dormir con el estómago vacío.

Por eso estaba tan extrañado con su actitud. La noche anterior Dazai le pidió tener una cita, a lo que aceptó, sin dudarlo un momento. Dazai disfrutaba de detalles románticos como esos, y a él le gustaba hacer feliz a Dazai. Pero lo extraño fue cuando el castaño sonrió y le dijo que haría la reservación en el restaurante, entonces. Chuya sospechó, porque a Dazai le gustaban las citas sencillas en casa, donde podía besarlo todo el día sin el temor a que nadie los criticara.

También supo que algo andaba fuera de lugar cuando Dazai se levantó antes que él y lo despertó, diciéndole que ese día les esperaba una jornada especial. Chuya simplemente frunció el ceño al escuchar el itinerario del día: tener un desayuno romántico en el balcón (aunque Chuya cocinó, Dazai sirvió como su ayudante, lo que nunca antes había sucedido), luego salir a dar un paseo, luego ir a la zona comercial a pasar el rato, buscar algún lugar donde comer, ir a la librería a comprar una antología de poemas que Dazai sabía que Chuya moría de ganas por leer pero no tenía tiempo para ir a comprar, todo para finalizar con la cena en el restaurante que le prometió la noche anterior.

Le sorprendió aun más que, efectivamente, cumplieran con todas esas cosas. Era casi como si Dazai hubiera guardado energía toda su vida para ese día en específico, porque Chuya llevaba seis años de conocerlo y nunca lo había visto tan activo.

Chuya compró ropa formal para Dazai y él (porque, aunque Dazai conservaba los ahorros de la mafia, se negaba a ocupar ese dinero, y a Chuya le sobraba lo suficiente como para mantener sus caprichos y los de su pareja), y después se dirigieron al restaurante. Chuya se sorprendió de ver que Dazai conocía un lugar tan elegante del que él no tenía ni idea.

También le sorprendió lo agradable que fue la velada. Estaba enamorado de Dazai, pero sentía que a veces sus vidas no eran del todo compatibles. No era solo que ya no trabajaran juntos, sino que ya no eran los mismos niños de quince años que podían encontrar diversión en cualquier nimiedad. Ahora sus pláticas no tenían la misma sinceridad, pues Chuya no podía contarle cosas de la mafia a Dazai y, sinceramente, creía que era mejor así por su salud mental. Además, tenían suerte de poder dormir apenas un par de horas juntos. Sin olvidar que comían juntos una o dos veces por semana.

Pero esa noche todos esos pequeños detalles se esfumaron y, por un momento, volvió a sentirse como un adolescente enamorado, las molestas mariposas en su estómago incluidas. No sabía qué intenciones tenía Dazai, pero estaba funcionando. Sentía que estaba más enamorado de él que nunca, y esa era una declaración impactante, tratándose de su primer amor, su más grande amor y, en resumen, el amor de su vida.

Después de la cena, Dazai le sugirió dar un paseo por las cada vez más vacías calles en Yokohama. Caminaron sin rumbo aparente por largos minutos, con sus manos entrelazadas, teniendo pequeñas pláticas triviales de vez en cuando, pero disfrutando también del cómodo silencio que llegaba a colocarse sobre ellos.

Llegaron a un pequeño mirador que les otorgaba una vista privilegiada de Yokohama, adornada en medio de la oscuridad con las luces citadinas, y Chuya se separó un momento de Dazai para admirar la vista, mientras el castaño se quedaba detrás. Aunque parecía perdido en la vista de la ciudad, en realidad su mente no dejaba de preguntarse qué tenía planeado Dazai con todas sus acciones del día. Era tan romántico que parecía sospechoso.

—Chuya —Dazai llamó al pelirrojo, quien de inmediato volteó al escuchar su voz. Estaba preparado para saber qué traía entre manos, o eso creyó. Daza miró con atención cómo los ojos azules se abrían con sorpresa, alternando entre ver su rostro y la pequeña caja negra con el anillo esperando en ella—. Creo que estoy enamorado de ti.

Chuya no podía hablar. No estaba preparado para algo como eso, y sentía ganas de golpear a Dazai por jugar tan sucio. Eran demasiadas emociones para poder procesarlas correctamente. Nunca le preguntó si quería ser su novio, entonces, ¿Por qué ahora le estaba preguntando si quería ser su esposo? ¿No se estaba saltando demasiados pasos?

Apretó los labios con fuerza al ver cómo los ojos castaños brillaban, con las lágrimas amenazando con salir de ellos. Inevitablemente se cubrió el rostro con las manos, sintiendo su propio llanto comenzar. De nuevo, odiaba ser tan sensible, pues sentía que con esa reacción arruinaba el momento, sin saber que el castaño no había podido recibir mejor respuesta. Finalmente, obtuvo la reacción que tanto esperaba de Chuya al declararle su amor. Le llevó seis años, pero valió la pena.

—¿En serio? —Preguntó Chuya, con la voz temblorosa, que no terminaba de creerse toda la situación. Dazai asintió con lentitud, mientras una gran sonrisa aparecía en sus labios, y Chuya inevitablemente lanzó sus brazos hacia su cuello, abrazándolo con fuerza y diciéndole al oído—: Qué sorpresa.

Answer. (Soukoku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora