Capítulo X

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La reina observó a Katherine con atención. La dama de compañía había vuelto a su papel de lealtad y discreción, pero algo en su mirada delataba más. La reina se preguntó qué secretos ocultaba.

—Katherine —dijo la reina con suavidad—, ¿qué es lo que no me dices?, ¿por qué no confías en mí completamente?

Katherine bajó la mirada, sus dedos jugueteando con el dobladillo de su vestido.

—Majestad, solo quiero ser su dama. No tengo experiencia en relaciones amorosas ni entre mujeres. No sé si… si podría gustarle de esa forma.

La reina se sorprendió.

—¿No tienes experiencia?

Katherine sonrió.

—Si tengo, si he tenido relaciones con mujeres, si eso deseaba saber —la reina se ruborizó.

La reina se acercó a ella.

—Katherine, ¿qué es lo que realmente deseas?
—Estr aquí, con usted.

La reina sonrió.

Así, entre silencios y desconocimientos, las dos mujeres compartieron un secreto más. Y las paredes de la biblioteca, mudas testigos de su dilema, aguardaban el desenlace de esta historia impredecible.

La reina se retiró a su alcoba, el corazón aún latiendo con la intensidad del beso compartido. Katherine la acompañó hasta la puerta, sus ojos verdes reflejando una mezcla de deseo y preocupación. La reina le sonrió con gratitud.

—Gracias, Katherine —dijo la reina—. Necesito descansar. Mañana comienza nuestra gira por el reino. Debo ser vista como la reina que soy.

Katherine asintió.
—Descanse, majestad. Yo velaré por su seguridad y su bienestar.

La reina se adentró en la alcoba, las cortinas de terciopelo cerrándose tras ella. El fuego en la chimenea proyectaba sombras danzantes en las paredes. Pero su mente no podía dejar de pensar en el beso compartido con Katherine. ¿Qué significaba?

Katherine, por su parte, se retiró a su propia habitación. Se sentó junto a la ventana, la luna iluminando su rostro. El deseo y el deber se entrelazaban en su interior. No podía permitirse distracciones. No podía arriesgarlo todo por un anhelo prohibido.

Así, entre sueños y deberes, las dos mujeres se encontraron en un abismo incierto.

El sol se alzaba en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados. La reina, con su corona de oro y su capa de terciopelo, subió en la carroza. A su lado, los guardias formaban una imponente escolta. Detrás de ella, las damas de compañía, incluida Cecilia, esperaban con nerviosismo.

El viaje hacia las ciudades del reino sería largo, ocho meses de travesía por caminos polvorientos y bosques frondosos. La reina debía visitar a sus súbditos, escuchar sus preocupaciones y mostrar su presencia como gobernante. Pero también había otras razones: alianzas políticas, acuerdos comerciales y la necesidad de mantener la paz en el reino.

Cecilia, con su cabello rubio y sus ojos brillantes, buscaba la forma de acercarse a la reina. Sus palabras eran dulces, sus gestos cuidadosos. Pero Katherine, la dama de compañía, estaba atenta. Sabía que Cecilia era una interesada, que buscaba ganarse el favor de la reina para beneficio propio.

María, la otra dama, también estaba alerta. Había escuchado rumores sobre Cecilia y sus intenciones. No podía permitir que la joven se acercara demasiado a la reina. El reino estaba en juego, y no podían arriesgarlo todo por un deseo prohibido.

Así, entre viajes e intrigas, la comitiva partió. Los caballos relinchaban, los estandartes ondeaban al viento. La reina miró atrás, hacia el castillo que dejaba atrás. ¿Qué secretos aguardaban en las ciudades? ¿Qué desafíos enfrentaría en su camino?

LA REINA FEADonde viven las historias. Descúbrelo ahora