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Brookline, 1968
Tres semanas antes

Lo llevaron en silencio a la pequeña habitación. Ivan ya había pasado antes por
eso, solo que la última vez había sido en Victorwood, en los Hamptons, y había
ido por voluntad propia. Este era su tercer "retiro". Comenzaba a volverse molesto.
Bajó la cabeza y miró fijamente el suelo para brindar la actuación de su vida.
¿Estaba arrepentido? Ni siquiera un poco, pero quería salir de ese lugar. El Hospital
Brookline. Podía ser un loquero, pero sonaba tan pretencioso y estúpido como los
centros de retiro. No quería saber nada de esto.

—Necesito ver a mis padres —dijo.
Hablar hizo que le sujetaran los brazos con
más fuerza.

Uno de los auxiliares sacó un bozal para que Ivan lo viera y su sorpresa
no fue fingida—. Oigan, oigan, eso no es necesario. Solo quiero hablar con mi mamá.
Tienen que entender, ha habido algún tipo de error. Si solo pudiera hablar con ella…

—Claro, chico. Seguro. Un error —el auxiliar soltó una risita. Era más alto y más
fuerte que Ivan y resistirse era inútil—. No queremos lastimarte, Iv. Estamos tratando de ayudarte.

—Pero mi madre…

—Ya hemos oído eso antes. Miles de veces.

El auxiliar tenía una voz agradable. Suave. Amable. Siempre era así: voces dulces
que decían cosas dulces pero ocultaban intenciones oscuras y malvadas. Esas voces
querían cambiarlo. A veces, sentía la tentación de permitirles que lo hicieran.

—Necesito ver a mis padres —repitió con calma. Era difícil no sonar aterrado
cuando lo estaban arrastrando a una celda en un lugar que no conocía. Una celda en
un manicomio—. Por favor, solo déjenme hablar con ellos. Sé que suena ridículo,
pero realmente creo que puedo hacerlos entender.

—Eso se acabó —dijo el auxiliar—. Ahora nosotros vamos a cuidar de ti. Tus
padres vendrán a buscarte cuando te sientas mejor.

—El director Crawford es el mejor —añadió el otro hombre. Su voz era igual de
cálida pero sus ojos eran fríos y miraban a Ivan sin verlo. Como si no estuviera ahí,
o como si fuera una partícula de suciedad.

—Realmente es el mejor —repitió el auxiliar más alto de forma mecánica.

Al oír eso, Ivan comenzó a forcejear. Ya había escuchado eso antes acerca de
otros médicos, otros «especialistas». Era un código. Todo era un código; todo lo que
decían esas personas en los «centros de retiro» y en los hospitales. Nunca decían lo
que realmente pensaban, que era que Ivan no saldría de allí, no sería libre, hasta que
se convirtiera en una persona completamente diferente. El auxiliar más alto y fuerte,
que estaba a su derecha, maldijo en voz baja mientras se esforzaba por sujetar el
brazo de Ivan y buscar algo que él no alcanzaba ver.

La habitación estaba fría, helada por la lluvia de primavera que caía afuera, y las
luces eran demasiado brillantes, pálidas y descoloridas, como el resto del cuarto.
Nunca se había sentido tan lejos del exterior. Quizás solo había poco más de un metro
entre él y la pared y después algunos centímetros de ladrillo, pero era como si el aire
libre estuviera detrás de un kilómetro y medio de hormigón.

—La elección es tuya —dijo el auxiliar y resopló—. Tú eliges cómo te tratamos, Iv.

El sabía que eso no era verdad, así que forcejeó con más fuerza, lanzándose de un
lado al otro mientras intentaba golpear a uno de los auxiliares con la frente y soltarse.
Sus voces se volvieron distantes casi en el mismo momento en que la aguja le pinchó
el brazo. Le dolió más que otras veces cuando le penetró la vena.

—Solo quiero verlos —decía Ivan mientras se desplomaba lentamente sobre el
linóleo—. Puedo hacerlos entender.

—Claro que sí. Pero ahora deberías descansar. Tus padres volverán a visitarte antes de que te des cuenta.

Palabras de consuelo. Tonterías. Los detalles de la habitación se volvieron
borrosos. La cama, la ventana y el escritorio se transformaron en masas amorfas
iguales, todas de color gris blancuzco. Se abandonó completamente a la oscuridad. La
sensación de entumecimiento que lo invadía era casi un alivio para el nudo de miedo
y traición que le retorcía las tripas.
Mamá y Butch ya debían estar en la carretera de regreso a Boston. Ya se habían
ido, se habían ido. Siempre había logrado liberarse de esas situaciones gracias a su
labia, y sabía que podría hacerlo otra vez si tan solo tuviese un minuto a solas con su
madre.

"Estará bien aquí, ¿no es así?", había preguntado ella. El Cadillac subía
tranquilamente por la colina hacia el hospital mientras la lluvia golpeaba las
ventanillas de forma incesante y rítmica, como los diminutos tambores de unos soldaditos de juguete. "No se parece en nada a Victorwood… Quizás esto sea demasiado extremo".
"¿Cuántas veces más, Laura? Es un fenómeno. Es violento. Es un maldito…".
"No lo digas".
En ese momento le había parecido que se trataba de un sueño, pero ahora todavía
más. Al principio había estado seguro de que solo lo estaban llevando de vuelta a
Victorwood, un hogar para muchachos rebeldes como él. Los que trabajaban allí eran
unos imbéciles, fáciles de manipular y ni bien se había cansado del lugar solo habían
hecho falta unas cuantas llamadas llorosas para lograr que su madre apareciera
corriendo por el impecable camino de entrada con los ojos llenos de lágrimas para
tomarlo entre sus brazos. Pero esta vez no lo estaban llevando a Victorwood. En alguna parte habían girado y cambiado de rumbo. Eso de "La próxima vez habrá consecuencias reales" que a Butch tanto le gustaba decir finalmente se había hecho realidad.

Maldición. No debería haber permitido que lo atraparan con Goncho de esa forma.
Butch finalmente había cumplido sus amenazas. El largo viaje en auto hasta el
hospital, hasta Brookline, tan enfadados, había sido castigo suficiente. Durante todo
el trayecto Ivan pensó que en realidad no iban a hacerlo. No iban a internarlo de verdad.

Y ahora aquí estaba, perdiendo la consciencia, lejos de casa, mientras dos extraños lo arrojaban sobre un delgado colchón. Y sus últimos pensamientos lúcidos fueron: Lo hicieron. Esta vez realmente lo hicieron. Me encerraron y no van a volver.

𖦹 𝙀𝙎𝘾𝘼𝙋𝙀 𝙁𝙊𝙍 𝘼𝙎𝙔𝙇𝙐𝙈 ʀᴏᴅʀɪᴠᴀɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora