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El Presidio del Fin del Mundo

Cuando fue nuestra luna de miel, salimos sin rumbo fijo. Hicimos un viaje espectacular, pasando por diez provincias y recorriendo casi 10000 km. 

Una de las paradas fue la mítica Ushuaia, la ciudad más austral del mundo. El viaje fue épico: subir al Ferry para cruzar el estrecho de Magallanes, manejar con vientos tan fuertes que te movían el auto o con tormentas de arena tan densas que no veías ni siquiera el capo... Pero valió cada segundo. Porque ese lugar lo tiene todo: mar, montañas, glaciares, cascadas, bosques… Es maravilloso.

Después de sacar una foto con el cartel de la entrada posando junto al azulcito, fuimos a visitar los lugares de rigor: Bahía Lapataia, caminamos por el bosque de lengas, escalamos el glaciar Martial mientras caía una ligera aguanieve sobre nosotros y visitamos el museo del Presidio. Como llegamos tarde, nos informaron que las visitas guiadas ya habían terminado, pero igual podíamos entrar. 

El ala correspondiente al Presidio cuenta con celdas donde hay estatuas de los presos más célebres junto con sus historias. Están el escritor Ricardo Rojas (radical condenado al exilio luego de la caída de Hipólito Yrigoyen), el famoso Petiso Orejudo (que con solo 16 años se dedicaba a matar a niños pequeños), Mateo Banks (considerado el primer multi homicida del país). Hasta dicen que el mismísimo Gardel estuvo preso allí, aunque eso es un mito que se sostiene en el tiempo. Después de sacar muchas fotos, pasamos al hall central y desde allí fuimos al pabellón transformado en regalería. 

Ya estábamos listo para irnos cuando notamos que uno de los pabellones estaba cerrado. Parecía abandonada. Apoyé mi cara contra el vidrio para ver mejor y la puerta se abrió. El primer instinto fue cerrarla e irnos, pero como dice el refrán la curiosidad mató al gato. 

Al entrar, la puerta se cerró detrás nuestro, al igual que en las películas de terror. Caminábamos entre penumbras. Solo se escuchaba el latido acelerado de nuestros corazones y el eco sordo de nuestros pasos. Sabíamos que era una mala idea, que debíamos irnos. Pero estábamos hipnotizados. A medida que avanzábamos, la temperatura descendía más y más. De repente escuchamos un ruido como de cadenas y se nos heló la sangre.

No deberían estar aquí – al darnos vuelta vemos a un guardia que nos apunta con la linterna.

Perdón – dije recuperando el aliento – Solo sentimos curiosidad. Pero ya nos vamos…

No, no. Por favor. No es mi intención echarlos. Solo que esta parte del edificio es un poco inestable y no se permite a los turistas pasar, para evitar accidentes. ¿Me entienden? – tenía una voz muy acogedora para un lugar como ese – Comprendo su curiosidad. A mí también me encanta este pabellón. Me hace sentir que soy parte de la historia. No quise asustarlos. Me llamo José García – nos presentamos y le contamos que estábamos en nuestra luna de miel. Él sonrió – En ese caso voy a brindarles un tour especial.

Mientras caminábamos nos contó que al principio, la cárcel funcionó como un presidio militar en la Isla de los Estados y luego fue trasladado a Ushuaia por razones humanitarias y para lograr la expansión de la ciudad. Además, nos dijo que en ese pabellón iban los presos que no tenían más esperanza de vida.

La historia oficial dice que lo dejaron tal cual porque querían mostrarlo en su forma original. Pero yo sé la verdad: tienen miedo.

¿Miedo a qué?

Su sonrisa hizo que se nos helara la sangre aún más.

Muchos afirman que al tener tantos muertos entre sus paredes, este pabellón está embrujado – mientras hablaba comenzaron a escucharse quejidos.

Creo… que es hora de irnos.

¿Tan rápido? Se van a perder el final de la historia – siguió sonriendo mientras los quejidos aumentaban – Pienso que es un error tener miedo de este lugar. Solo son almas en pena que están cumpliendo su condena. Yo pasé cuarenta años como guardia. Vi a muchos morir aquí. Y cuando llegó mi hora, fui sentenciado a pasar la eternidad cuidando de esas mismas almas. Tal vez mi condena parezca exagerada, pero Dios sabe cómo disfrutaba lastimando a esos malditos.

A través de las puertas de las celdas comenzaron a salir espectros arrastrando grilletes. Él soltó una carcajada que desfiguró su rostro. Mi esposa hundió su cabeza en mi pecho. Yo quería salir corriendo y arrastrarla conmigo, pero estaba petrificado. Solo pude quedarme quieto y ver como uno de esos antiguos presos me tomaba de los brazos. En ese momento una luz potente me encegueció. Cuando recuperé la vista, nos encontrábamos de nuevo en la sala principal. No sé cómo pasó. Al mirar la puerta vimos una placa que rezaba: Sala en memoria de Don José García, por sus 40 años de servicio. Salimos de allí y jamás volvimos a hablar del tema.

Desde ese día mi alma atormentada no volvió a ser la misma… Era como si no fuera yo mismo…

Hoy me toca volver al Presidio del Fin del Mundo. Después de descuartizar a mi esposa, dispararles a mis hijos, degollar a mi madre y ahorcarme en el patio, solo me queda esperar otra eternidad condenado al pabellón abandonado. No pude evitarlo. Un asesino siempre será un asesino. Solo espero que Don José se acuerde de mí.

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⏰ Última actualización: Feb 19 ⏰

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