III. Suerte

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Nueva semana, nuevos problemas, nuevos encargos. Al menos ya casi terminaba el accesorio del cliente anónimo, y en un día o dos solo sería cuestión de entregarlo a la persona que se lo trajo. También tenía la semana libre de su otro trabajo, así que tenía bastante más libertad.

Su idea el día de hoy era buscar un repuesto de un tornillo que por algún motivo faltaba en el objeto que estaba reparando. Se le hacía extraño que el dueño de algo tan preciado y que pudo pagarle 150 dólares por un arreglo hubiese perdido un tornillo, una parte que suele ser bastante importante en la conservación de esa clase de cosas. Probablemente eso explicaba porque necesitaba mantenimiento.

Le pidió a Leon un aventón al lugar, quedaba en la ruta que realizaba usualmente al dirigirse a su trabajo y como no había dormido bien por culpa del insomnio le salía excelente.

En poco tiempo Streber bajó del auto, caminando en dirección a la ferretería. Era un trayecto no muy largo, en el que pasaba por varias tiendas de insumos relacionados. Iba prestando atención a sus alrededores como solía hacerlo para distraer su mente, cosa que no funcionaría muy bien. Esta rara costumbre le hizo ver a Kevin metido en una tienda de repuestos informáticos. Quería voltear su mirada y seguir caminando con tranquilidad pero por algún motivo lo seguía viendo, no sabía si era lo mal que se sentía al no poder dirigirle la palabra, lo agradable que le parecía que a pesar de lo anterior siguiera siendo tan paciente, o lo mucho que le llamaba la atención el físico de este, en especial esa tez Canela. Estaba pensando mucho las cosas, sonrojándose un poco sin quererlo realmente.

Un golpe en su hombro lo obligó a reaccionar. Una disculpa salió de su boca por instinto y se concentró otra vez en el tornillo que le hacía falta. Miró al frente de nuevo, ya estaba en la ferretería.

El martes ocurrió algo parecido. Estaba en un centro comercial dando una vuelta con el fin de distraerse y ahí estaba de nuevo. La conocida cara del de rizos aparecía otra vez. Ahora notando su presencia. Al caer en la cuenta de esto se hizo el que no vio nada, perdiéndose entre la cantidad abrumadora de gente en el lugar. No estaba dispuesto a si quiera interactuar con él hoy.

El miércoles por seguridad o tal vez solo ansiedad, optó por quedarse en su departamento empacando el pedido finalmente terminado, que había retrasado un poco por no poder trabajar bien gracias a la falta de sueño. De todos modos el cliente misterioso estaba bien con ello y no reprochó de ningún modo. Por fin quedaría libre de ese agobiante guante, solo pensaba en finalmente concentrarse en sus otros trabajos pendientes, que eran bastante más sencillos.

Al final del día un repartidor llegó a su departamento para recibir el pedido, que sería devuelto a su dueño tras dos semanas en el taller. Por lo menos ese día todo había salido bien.

Deseaba poder decir lo mismo del resto de la semana. Todos los benditos días había tenido que salir, y todos los benditos días el mismo patrón del lunes se repetía uno y otra vez.

El domingo llegó finalmente. En vez de estar en su casa relajándose un poco aislado de todos, estaba en la heladería de siempre, de nuevo en compañia de Leon. El alemán le había pedido que le hiciera compañía un rato para hablar a cambio de un helado, este accedió, ya fuese o no con el helado incluido, después de todo era su amigo, y si quería hablar de algo abrumándole, no le diría que no.

Se encontraban sentados en una mesa, cada uno con un vaso al frente. Streber revolvía con la cuchara, sin ninguna clase de fin, liberando un poco de la tensión y el estrés acumulado.

— Entonces, ¿de que quieres hablar? —Leon lanzó la pregunta después de un rato, ya bastante intrigado por todo esto.

— ¿Cómo puedo hablarle a alguien de nuevo si lo siento físicamente imposible? —Directo, conciso y al grano.

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