Llegó sin avisar. Nadie se esperaba que lo hiciera, tan sólo yo. Yo pensaba que lo haría, lo sabía, aunque la gente dijera lo contrario.
Recuerdo perfectamente aquel día. Recuerdo asomarme a la ventana de mi habitación, apoyarme en el alféizar y mirar el cielo gris de aquella mañana de invierno. Recuerdo el olor de la humedad de la lluvia. El ruido de las gotas al caer por mi ventana. Recuerdo la lluvia caer. Recuerdo observar las gotas de agua que estaballan en los cristales, ensimismada con aquel goteo que me resultaba tan placentero. Me gustaba seguirlas hasta que se deshacían al final del cristal, cuando sabían que su largo viaje llegaba a su fin.
Esas simples gotas de agua me hacían recordar demasiadas cosas hasta conseguir ponerme nostálgica. Tenía demasiados pensamientos en mi mente que siempre intentaba apartar, pero que al mirar la lluvia no podía evitar repasar una y otra vez. Aun así, no podía evitar dejar de observar aquel curioso fenómeno natural. La lluvia, quiero decir. Al fin y al cabo, somos como gotas de agua:buscamos nuestro propio camino intentando abrirnos paso entre nuestros semejantes, buscando escapar y llegar cuanto antes a nuestro destino. Por el camino nos cruzamos con otras gotas, a veces incluso mezclándonos entre ellas, pero al mar, llegaremos siempre en soledad.
Recuerdo mirar el parque. Los árboles parecían llorar al deslizarse la lluvia por sus ramas y recuerdo ver cómo se zarandeaban con el viento frío de tormenta. Recuerdo el lago, apenas un pequeño círculo en mitad del espeso bosque.
Recuerdo disfrutar del olor a desayuno que deambulaba por los pasillos del edificio, colándose por las pequeñas rendijas en la parte inferior de las puertas inundado las habitaciones, igual que recuerdo disfrutar de esos últimos cinco minutos en la cama antes de tener que abandonarla por el resto del día.
Recuerdo vestirme sin emoción alguna. Llevaba asistiendo a las clases en el internado demasiado tiempo, pero créeme, nunca te llegas a acostumbrar a ellas.
Mi compañera de habitación no se había levantado aún, así que decidí despertarla por mi cuenta. Como de costumbre, no me miró con muy buena cara. Acto seguido se encerró en el baño.
Azahara y yo hablábamos muy poco, por no decir nada. Ninguna de las dos tenía el placer de hacerlo. Llevábamos conviviendo juntas desde hacía demasiado tiempo, pero incluso a esas alturas seguíamos sin soportarnos. Por eso decidí dar la relación por acabada antes siquiera de empezar alguna.
En realidad estaba acostumbrada a no caerle demasiado bien a la gente. No era lo suficientemente atractiva para que los chicos se acercaran a hablar conmigo. Ni siquiera era "la amiga maja". Definitivamente no era maja en absoluto.
No, definitivamente Azahara no era la única persona en el internado que deseaba que me largara cuanto antes. Todo el mundo en el internado lo hacía. Yo misma me incluía en esa lista. Y todo por esos estúpidos dibujos.
Decidí abandonar la habitación cuanto antes, así que guardé precipitadamente los libros de las asignaturas correspondientes para aquel día en la mochila y levanté rápidamente del borde de la cama, lo que me provocó un leve mareo.
Me peiné con rapidez. Mi pelo comenzaba a rozar mis hombros y pensé que debería cortarlo más a menudo. Cortármelo. Yo sola. Cuando lo creía necesario cogía unas simples tijeras de recortes y observaba como largos mechones negros sembraban el suelo. No me importaba que mi pelo quedara irregular. Para mí el tiempo libre en el internado valía demasiado y no podía desperdiciarlo en tareas como aquella.
Me detuve un minuto antes de salir por la puerta y miré detenidamente la habitación. Las dos camas, paralelas entre sí mientras que la pequeña ventana al fondo del cuarto ocupaba el punto central de visión. Las paredes estaban pintadas de un tono gris oscuro y un enorme armario ocupaba la mitad del pasillo entre las camas y el baño. Una hoja de papel calló del techo. La recogí y miré hacia arriba. Montones de hojas iguales a aquella sembraban el cuarto sobre mi cabeza. Todas ellas pintadas con dibujos en su superficie. Sueños. Mis sueños.
Cada noche soñaba algo diferente, pero al despertar por la mañana no lograba averiguar su significado hasta que lo dibujaba. Entonces las imágenes regresaban a mi mente tomando forma y color.
Me fijé en uno de aquellos dibujos: un puente solitario en medio de un parque cubierto de niebla. Parecía sacado de una película de terror. Recuerdo que aquella mañana me había levantado como si algo hubiera agujereado mi pecho y una vez dibujado el sueño no pude evitar llevarme una gran decepción al no lograr encontrarle un significado lógico.
Los sueños empezaron cuando llegué por primera vez al internado. Por supuesto, no debía dibujar todos. De esa forma hubiera necesitado más de una habitación para cubrirla con mis sueños. Solo dibujaba los importantes. Los que me agujeraban el pecho.
La gente decían que yo era una especie de bruja. Que mis dibujos estaban malditos. Y aunque yo lo desmintiera numerosas veces, sabía que no estaban del todo equivocados.
Volví la vista a la hoja que sujetaba mi mano. Una figura oculta bajo la sombra de una farola averiada en un pequeño parque cerca de un lago.
Me descalcé subiéndome a la cama. Devolví aquel dibujo a su sitio en el techo, situándolo al lado de un viejo desván con montones de cajas viejas llenas de libros.
En cuanto hube bajado, me arrodillé en el suelo y cogí un folio de debajo de mi cama. Tomé un lápiz de la mesillas y lo deslicé por la superficie de la hoja de papel. Una vez terminado el dibujo, me subí de nuevo a la cama dispuesta a colgarlo junto con los demás.
Mis sospechas eran ciertas.
Era él.
Era la misma persona que llevaba dibujando durante dos semanas. Siempre el mismo rostro.
Lo miré con detenimiento una vez más, tratando de memorizar cada uno de sus rasgos. Debía de conocerle de algún modo, pero no era así. Me acordaría de aquella cara de ser cierto.
Llevaba demasiado tiempo rompiéndomr la cabeza con aquel chico.
¿Por qué no dejaba de soñar con aquella cara?
Miré el folio que estaba a su lado. Aquel sueño me había asustado de verdad. Soñaba cosas extrañas, pero nunca antes algo me había asustado tanto. Era el mismo chico, sus mismos rasgos duros y su mirada burlesca de ojos verdes. Estaba en un pasillo débilmente iluminado. A su lado izquierdo había una puerta cerrada, y detrás suya dos adolescentes de uniforme caminaban con unas mochilas al hombro, pero él ocupaba el plano principal. Conocía aquel lugar. Llevaba ocho años viviendo allí.
Llevaba ocho años en el mismo internado.
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La cuarta reliquia
Mystery / ThrillerLlegó sin avisar. Nadie se esperaba que lo fuera a hacer tan pronto. En realidad, nadie se esperaba que lo fuera a hacer en absoluto, tan sólo yo. Yo pensaba que lo haría, lo sabía, aunque la gente del internado dijera lo contrario. Escribid vuestra...