El comedor, como cada mañana, estaba repleto de gente. Repleto de las mismas caras durante ocho largos años. Algunas nuevas y otras viejas, pero siempre las mismas.
Ocho años aislada en aquella especie de centro psiquiátrico. Al menos eso era lo que yo pensaba: toda aquella gente estaba como una cabra. Aunque la verdad es que yo me incluía en ese grupo de gente chiflada. Meterme en aquella especie de reformatorio para psicóticos sin remedio es algo que nunca le perdonaré a mi padre. Eso y otras cosas.
La gente allí robaba coches y engañaba a sus padres metiendo droga debajo del edredón de sus inocentes habitaciones. Patético. Yo incendié mi propia casa.
A pesar de eso, por lo único que me juzgaban en aquel horrible lugar era por pintar dibujos absurdos y no por el hecho de ser una pirómana sin perjuicios.
Definitivamente, la gente allí estaba fuera de sus casillas.Bufet libre en el comedor, como cada mañana. Permanecí unos segundos bajo la puerta de la entrada y suspiré. Última semana. Me convencí a mí misma de que solo tenía que aguantar allí una semana más.
Pasé por delante de la cocina.-Buenos días, pequeña rarita.
Viniendo de Margaret, aquellas palabras no me molestaban. Me saludaba de la misma forma todas las mañanas. Los primeros días no me lo tomaba demasiado bien. "¿Es que no es lo que eres? Pues que sepas que rarita no es ningún insulto aunque algunos lo utilicen como tal. ¿De verdad quieres ser como esa panda de bichos raros? Adelante". Aquel día me alejé de ella lo más rápido que pude. En el fondo de mi ser, sabía que aquella desquiciada cocinera tenía razón.
En cierto modo no era como el resto, ni pretendía serlo. Los motivos por los que yo hice lo que hice eran... muy diferentes.Me senté en la mesa aislada al final del comedor. Había intentado sentarme varias veces con las otras chicas, pero nunca me sentiría a gusto con esa panda de delincuentes.
Mi padre me dejó en el internado cuando tenía diez años. La policía dictaminó que era necesario aislarme del resto del mundo. Así que, bueno, simplemente me trajo aquí. Según él, porque no podíamos permitirnos un internado de mejor calidad y, según él, por mi bien. Mi padre se alistó en el ejército y con el poco dinero que teníamos me metió en este internado para delincuentes. Desde lo de mi madre estábamos en la ruina. "No pienso dejar que muera más gente". La muerte de mi madre había sido la excusa perfecta para su alistamiento.
Después de eso, desde mi entrada en el internado, no le volví a ver. Ni siquiera se dignó a escribir una mísera carta. Yo desaparecí de su vida, al igual que mi madre.
No salía del internado desde entonces, aunque mi suerte estaba a punto de cambiar. Una vez cumplidos los dieciocho me largaría de allí de una vez por todas.
Quedaba solo un día para las vacaciones de Navidad. Entonces todo el mundo se iría a visitar a sus familias y yo no les vería nunca más, ya que cuando ellos volvieran, yo ya me habría marchado.
¿Que a dónde iría? No tenía ni idea. La cosa era pirarse de allí, ¿no?
Además, dejaría a esos pirados y podría llevar una vida medio normal.
Vale, eso sonaba demasiado aburrido.
Me tomé el desayuno mientras observaba a los demás charlar. Me entretenía hacer aquello. Me enteraba de cualquier cosa que pasara en el internado sin necesidad de que me lo contaran directamente.-¡Eh! ¿Se te ha perdido algo, rarita?
Sonreí mientras volvía la vista al plato.
-¿Tienes algún problema?
No respondí.
-¡Te estoy hablando a ti, marginada! ¿Me tomas por idiota?
Me levanté tranquilamente de la silla mientras cogía la bandeja con los restos del desayuno. Logan tenía mi edad, quizá un año menos. Él también se levantó mientras el resto de su mesa cuchicheaba. Spencer, Alex, Liam. Los conocía a todos.
Pasé por su lado sin inmutarme, esa vez mirándole fijamente a los ojos. Logan se irguió haciéndome frente. Era plenamente consciente de que me estaba enfrentándome a una panda de criminales creídos.
Por suerte, yo también lo era.
Tragué saliva.-¿Crees que puedes humillarme más que los demás, Logan? ¿Tal vez te crees superior a ellos? Pues déjame decirte algo: sí, soy una rarita, una marginada y una estrecha. Mi madre está muerta y mi padre me abandonó. Quemé mi casa por pura rabia y dibujo cosas bastante estúpidas. Algunos también me llaman bruja. Cállate si no es para decirme algo que los demás no sepan.
El comedor entero se fundió en un silencio absoluto. La gente se giró para mirarnos mientras susurraban.
-Por cierto, miro a quién me da la gana.
Abandoné el comedor tranquilamente mientras las voces de la gente recuperaban su tono habitual. Mi corazón parecía a punto de escapar de mi pecho. Nunca me había enfrentado a nadie de esa forma. Un sentimiento de culpa, pero a la vez de euforia me llenaba por dentro.
Tener que ir a clase me parecía ridículo. "Una semana más" pensé. Inspiré aire tratando de relajarme y estiré los músculos del cuello. De repente, me frené en seco. Debía comprobar aquello y solo tenía una semana para hacerlo. Debía ser ahora.
Cambié mi rumbo dando media vuelta. Al hacerlo choqué con el hombro de una chica.-¡Ten más cuidado!-gruñó.
No iba a entretenerme. Pedí disculpas y retomé el paso.
Avancé a través de infinitos pasillos hasta el ala superior izquierda abriéndome paso entre los estudiantes. Cualquiera que no llevara mucho tiempo en el internado se habría perdido por esos corredores antes incluso de haber comenzado a andar. Aquello era un laberinto.
Entré en mi habitación bruscamente. Como era de esperar, Azahara no estaba allí. Esa vez no me preocupé en descalzarme para subir a la cama. Tomé el dibujo y salí a toda prisa.
Sabía que me estaba jugando un buen castigo por llegar tarde a clase, pero estaba segura de que merecía la pena. Ya buscaría alguna excusa.
No quedaba nadie en el ala de las chicas. Todo el mundo estaba en clase. Todos menos yo. Otra aventura rebelde para añadir a la lista.
Miré el reloj. Tenía dos minutos hasta que la profesora entrara en el aula. Aceleré el paso tratando de que mis pasos no contrastaran con el silencio del edificio. Lo único que me faltaba era que además me pillaran deambulando en el ala de los chicos. Otra estúpida regla del internado.
Miré el reloj. Un minuto.
Contuve las ganas de correr. Me faltaba demasiado poco como para que me descubrieran. Eso lo fastidiaría todo.
Por fin crucé la última esquina. Había dos habitaciones en cada lado del pasillo. Al parecer, un pasillo cualquiera. Me centré en el número de una de ellas y acto seguido miré el dibujo que aún sujetaba con fuerza en la mano.
Mi corazón se heló por un momento. En mi trozo de papel, un muchacho permanecía quieto al lado de la puerta de una habitación. Unos ojos burlones. No me había fijado en el número de habitación hasta aquella mañana. Número 308. Los mismos símbolos se reflejaba en la placa de la puerta.Estaba realmente asustada. Había dibujado a un chico que no conocía en un sitio en el que tampoco había estado jamás. Ninguna chica podía pasear por el ala de los chicos. Aquello se estaba empezando a volver realmente extraño.
Me alejé de la puerta. Algo me decía que lo hiciera, que corriera y volviera a clase lo antes posible. Dejé de andar. Todo el pasillo estaba en absoluto silencio cuando una especie de murmullo empezó a retumbar a través de las paredes, como si montones de voces susurrantes hablaran al mismo tiempo sin llegar a un acuerdo. No llegaba a entenderlas.
Miré a mi alrededor asustada. Mi cabeza también parecía retumbar.
Me dispuse a salir corriendo de allí cuando un escalofrío me recorrió la nunca y descendió hasta mis tobillos. Cerré los ojos.
Pensé que me estaba volviendo loca. Intenté evadir esa sensación. Aquello no era real. Pero por alguna extraña razón no podía darme la vuelta. La razón me pedía a gritos que no lo hiciera.
Me intenté convencer de que no era más que otro de mis sueños. No quería ver lo que había detrás de mí. No necesitaba verlo. Solo quería despertar.
Algo me hizo abrir los ojos haciendo que me diera la vuelta sin pensar en nada.
Estaba completamente sola.
Todo lo que hacía unos segundos había estado a punto de hacer estallar mi cabeza, desapareció sin más, junto con el escalofrío de mi espalda.
Sonó una especie de graznido y tuve que un esfuerzo para concentrarme en la voz amortiguada que me llamaba.Recuerdo empujar la puerta de Marvela Umbridge, la directora. Recuerdo sentarme en la silla de aquel despacho que tantas veces había visitado igual que recuerdo sus enormes ojos curiosos mirándome sin cesar cuando él llegó sin avisar.
Recuerdo seguirle con la vista mientras cruzaba el umbral. Todavía recordaba su voz.
Recordaba aquel extraño ruido que provocaba con cada "s".
Me habló de lo sucedido en los últimos años.
Recuerdo asentir débilmente con la cabeza, demasiado estupefacta como para ejercer cualquier reacción lógica.
Recuerdo todo de aquel día.
Recuerdo volver a mirar a mi padre a los ojos.
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La cuarta reliquia
Mystery / ThrillerLlegó sin avisar. Nadie se esperaba que lo fuera a hacer tan pronto. En realidad, nadie se esperaba que lo fuera a hacer en absoluto, tan sólo yo. Yo pensaba que lo haría, lo sabía, aunque la gente del internado dijera lo contrario. Escribid vuestra...