Ya estoy en la plaza. (Enviar)

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Él la esperaba en la plaza, como cada vez que se reunían.. Estaba tumbado en el único tobogán sano de la plaza, mirando hacia arriba, hacia el cielo nocturno, estrellado, limpio de cualquier tipo de nube, adornado con las ramas de los árboles más altos. Vestía una remera negra con una campera azul liviana y unas zapatillas gastadas que siempre usaba porque eran sus favoritas.

"¡Hola!", se escuchó a lo lejos.

Ahí venía ella, vestida con unos jeans gastados que tenían un pequeño agujero en la rodilla derecha, y una camiseta a rayas, roja y blanca. Su piel era del color del café recién tostado, y sus ojos tenían un color como el del caramelo. Tan dulce como ella misma. Él se incorporó y la vio acercarse. La contemplaba, le gustaba su forma de caminar, creía que era la más hermosa del mundo en esos momentos.

Se sentaron juntos en el banco de madera delante del tobogán. La plaza estaba solitaria, al lado de la ruta. Solo un par de autos pasaban esporádicamente, provenientes de lugares desconocidos y con destinos inciertos.
El pueblo era muy grande, pero la zona comercial se desarrolló alrededor de la ruta provincial que pasa justo por el medio, después, el resto de calles, estaban sin pavimentar.
Era un lugar muy solitario por las noches, todo el mundo se quedaba en sus casas una vez el almacén más grande cerraba. Pero el vacío y la oscuridad no eran inquietantes, como en muchos pueblos del interior, la tranquilidad reina incluso en la penumbra, sin necesidad de cerraduras ni alarmas.

"Entonces, mi abuela estaba muy mal", empezó ella. "La fui a ver al hospital de Alta Gracia. Mi mamá estaba sentada junto a la ventana llorando, yo estaba sosteniendo su mano. Era suave, pero débil, no podía ni sostener un palillo si quisiera. Intentó hasta el último segundo contener lo que le quedaba de vida. Casi pude sentir cómo el calor de su mano se desvanecía, intentó hasta el último segundo seguir respirando, hasta que finalmente se fue".

Él la miró a los ojos buscando una lágrima en ellos, pero ella estaba muy tranquila.

"¿La recuerdas con tristeza?", preguntó.

"No", dijo firmemente. "Mi abuela me enseñó a aferrarme a la vida todo lo que pudiera. Cuando llegara mi momento, yo también haría lo mismo. Fue algo que me prometí a mí misma".

"No entiendo por qué me estás contando esto ahora, es muy triste", dijo él.

"Vos sabes por qué", dijo ella mientras miraba al suelo, con un poco de culpa. Pero no es momento de discutir esas cosas.

Habían estado separados un par de meses, él trabajaba mucho, estaba muy concentrado en hacer dinero para poder alquilar algún lugar con ella. Pero ese mismo trabajo también creó una brecha entre ellos, un vacío. Algo que de a poco estaban intentando borrar.

Se levantaron del banco y se dirigieron al único bar que había abierto a esa hora. ¿Qué hora era?, no tenía su celular encima, pero no era lo único que le llamó la atención, advirtió que había unos niños que estaban jugando a la pelota justo delante de donde estaban sentados.

El bar era en verdad una casa común y corriente, el living se había convertido en el salón principal, tenía un pequeño bar en donde se preparaban los desayunos a las mañanas y las bebidas a la noche. Juntos, habían trabajado en ese lugar, un muy caluroso verano.
"Recuerdo este lugar", dijo él. "El suelo de madera crujía con cada paso, apenas había espacio para pasar, las mesas estaban muy juntas. Había demasiada gente para un lugar tan pequeño, lo odiaba".

Ese verano había sido mozo, los borrachos con el aliento a cerveza, los gritos que daban intentando pedir más alcohol, la impaciencia de las demás personas que no entendían que era el único empleado atendiendo durante los superclásicos de Boca Vs River. Le decían "flaco, pibe, nene", en un tono despectivo, humillándolo.

Cita NocturnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora