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Días desde la desaparición de Alba: 6
Días hasta la graduación: 37

Lo último que le apetece hacer a Natalia, por descontado en este momento y quizá incluso durante el resto de su vida, es pasar la noche del viernes viendo como Álex Márquez se pone ciego de cerveza con el novio de Alba Reche.

No es que no le gusten las fiestas, los grupos de mucha gente gritona o los sábados por la noche que se desmadran un poco. Está bien documentado en las historias de Instagram de Álvaro que le divierten todas esas cosas. Una vez incluso estuvo a punto de morrearse con Mikel, del equipo de Trivial, en el jacuzzi de agua salada de los padres de él. Sacar todo sobresalientes y ser capaz de divertirse no son excluyentes.

Sin embargo, una fiesta llena del tipo de gente que es popular en Willowgrove no es la idea de diversión favorita de Natalia, sobre todo cuando la organiza Álex Márquez. Álex pertenece a esa variedad concreta de idiota afable tan común en Alabama: la clase de tío que insiste en que puede permitirse hacer bromas ofensivas porque "en realidad" no es racista/ sexista/ homofóbico/ transfóbico/ lo que sea, así que "en realidad" no lo dice en serio, pero ¿a que los chistes son divertidos? Humor negro. Por supuesto, los estudiantes lo eligieron rey del baile en lugar de Theo, que parece un tostón, pero por lo menos es decente.

La casa de Álex tiene uno de esos larguísimos caminos de entrada en curva al que solo le falta el aparcacoches. En la calle ve en hilera algunos vehículos que reconoce del aparcamiento del colegio: jeep, jeep, jeep, Range Rover, jeep, 4x4, 4x4, 4x4. Mete el Camry hecho polvo detrás de un Ford F-150 con suspensión elevada que quedaría mejor en el desierto de Australia.

Estoy aquí, le dice a Theo en un mensaje.
Espera cinco minutos; luego otros cinco, pero Theo no le contesta. Fantástico. Oye el jaleo de la fiesta en el jardín trasero, pero no quiere entrar sola.
Puede hacerlo. Se ha puesto sus botas bajas más grandotas, las negras con robusta suela de goma y tacones de siete centímetros. Álvaro las llama "botas matahombres". Puede hacer cualquier cosa con sus botas matahombres.

Cierra los ojos y repasa una docena de versiones alternativas de una Natalia valiente, hasta dar con una imagen de sí misma como reina despiadada con miles de metros de terciopelo rojo sangre a su alrededor, caminando con pasos contundentes por un palacio con un pelo increíble y un frasco de veneno en la mano. Eso bastará.
Abre la puerta, planta sus botas matahombres en el césped delantero de los Márquez, impecablemente cuidado, y de inmediato se le clava un tacón en el barro.
Se suelta tirando fuerte del pie y, con el rostro apenas sonrojado, continúa caminando.

El jardín trasero es enorme, tiene una cama elástica impresionante, y una cocina exterior de ladrillo rojo con una isla de mármol y parrilla de gas que probablemente cueste más que un semestre en Willowgrove, que no es barato. Incluso el césped parece caro. Al parecer, nadie va vestido en condiciones, sino que todos llevan camisetas empapadas, bañadores o shorts recortados. Se siente demasiado arreglada por el hecho de ir calzada.

Echa un vistazo a la enorme piscina, llena de chicas en bañador que gritan subidas a los hombros de los defensas del equipo, con intención de localizar a Theo entre la multitud.
Todas las personas con las que se cruza dejan de hacer lo que hacían al verla pasar. Yergue los hombros y mira hacia delante, igual que cuando se subió al escenario delante de todo el instituto y cantó con toda su alma Piensa en mí, de El fantasma de la ópera. Con la mirada alta y la barbilla hacia delante, finge que nadie saca el móvil para publicar un tweet mezquino en Twitter sobre esa anécdota.

—¡Natalia Lacunza! —grita alguien, y, Dios mío, confía en que sea Theo. Vuelve la cabeza...
Pues no, es Paul Thin, con el pelo moreno revuelto que gotea cloro por todas partes y esa desconcertante sonrisa ancha. Natalia tensa la mandíbula de forma automática.
El chico llega hasta ella en dos zancadas enormes, pletórico como un oso mojado. Lleva una porción de pizza.
—¡Natalia! ¡Has venido! ¡Qué locura!
Técnicamente, Paul es inofensivo, y no tendría razones para odiarlo más que a cualquier otro cabezahueca de Willowgrove si no se hubiera impuesto en el musical de primavera más importante de todos los años de instituto de Natalia. Siempre había pensado que el señor Guix estaría por encima de la manía de elegir a un bro del fútbol porque sí, pero al profe casi le dio un ataque al corazón cuando Paul consiguió cantar cuatro compases en la audición.

—Sí, a mí me sorprende tanto como a ti —contesta, y esquiva una gota de agua de la piscina.
Paul se ríe.
—Tía, echo de menos veros a todos en los ensayos.
—Aún podrías salir con nosotros —comenta Natalia.
—Bueno, me da la impresión de que en realidad no queréis —dice Paul. Natalia lo mira y parpadea, pero no dice nada—. Pero ¡qué guay! ¡Ahora que estás aquí! ¡Joder! ¿Has venido con alguien?

No hay respuesta fácil para esa pregunta, así que se limita a decir:
—Me ha invitado Theo.
—Ah, se trata de eso —dice Paul—. ¡Necesita más amigos!
Natalia echa un vistazo a la fiesta, en la que parece haber más de una cuarta parte de su curso y delegaciones considerables de las clases de segundo y tercero. Hay tantas personas en la piscina que es difícil saber dónde termina un trapecio desnudo y empieza el otro.

—¿Con estos amigos no basta?
Antes de que Paul pueda responder, ve a alguien por encima del hombro.
—¡Hey, Theo, mira quién está aquí!
Y de pronto ve a Theo, que se acerca desde la mesa de comida. En cuanto su mirada aterriza en la cara de Natalia, la baja con remordimiento hacia el bolsillo, donde debe estar el móvil.
—Hola, Natalia, eh, me alegro... Me alegro de que hayas podido venir —dice Theo.
Natalia suspira, no quiere perder más el tiempo.
—Hola. ¿Me dices dónde puedo encontrar agua?
Lo mira con insistencia hasta que él pilla la indirecta.

—Eh, ah, sí, claro, está dentro, por allí —responde, y se da la vuelta para acompañarla hasta la casa.
—¡Adiós, Natalia! —exclama Paul cuando se van—. ¡No te vayas antes de que empiecen las margaritas del revés!
—Por el amor de Dios, ¿puede saberse qué es una margarita del revés? —masculla Natalia mirando a Theo mientras este abre una de las imponentes puertas acristaladas.
—No quieras saberlo.

Dentro no hay nadie salvo un par de estudiantes de tercero enrollándose en un sillón. Theo los esquiva con mucha elegancia y la conduce hasta la cocina.
—Vaya tela —exclama Natalia cuando entra.
La isla de mármol tiene casi el mismo tamaño que el dormitorio de Natalia. Parece que en la nevera de acero inoxidable cabe un fiambre humano. O quizás dos.
—Sí —añade Theo a toda prisa—. Mira, siento no haber visto tu mensaje. Estaba hablando con María de todo el lío de Alba, porque antes las dos eran mejores amigas hasta que tuvieron no sé qué encontronazo raro este curso, del que las dos se niegan a hablarme, y ahora todo es...
—No pasa nada —lo interrumpe Natalia—. Dime dónde se supone que tenemos que mirar.

Theo se apoya en uno de los seis taburetes altos de cuero que rodean la isla de la cocina, pensativo. Cuanto más tiempo pasa con él Natalia, más se percata de que no se comporta igual que los demás jugadores de fútbol americano que llenan en ese momento el jardín. Es corpulento pero elegante. No camina de una habitación a otra, sino que parece flotar por ellas.
Lleva puesta una camiseta del equipo de Willowgrove con las mangas cortadas y un bañador con estampados de pequeños flamencos de color rosa. Natalia se dedica exactamente un segundo a pensar en lo mono que es el bañador.
—Bueno —dice Theo—, estuve con ella todo el tiempo que pasamos aquí dentro para la sesión de fotos, menos cuando fue al lavabo.
—¿Dónde está el cuarto de baño?
Theo hace una mueca.
—Creo que hay cinco. Seis si cuentas el que está junto a la caseta de la piscina. Así que podría haber pasado por casi cualquier rincón de la casa para llegar a uno de ellos.
Natalia gruñe.
—Me estoy hartando de estas mansiones del club de campo.
—Te entiendo —coincide Theo.

Siento que en este fanfic Álex Márquez sea un poco gilipollas, me cae muy bien pero algún idiota tenía que haber jajajajaja.

He besado a Alba Reche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora