Noveno Capítulo: Bai

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¿Sabes cómo se siente cuando la persona con la que más tiempo deseas gastar, al final es más atemorizante de lo que pensabas? Y, aunque esto suene más de una mujer tonta, todavía tengo la sensación de que él no ha hecho nada malo... Porque todos parecen estar de acuerdo con el hecho de que él sea culpable, incluso una parte de mí lo cree. Y aún así...Y aún así...

"No vuelvas al bosque, no cuando ese dragón puede acabar contigo—me había dicho Shen cuando volvió."

Y aquí estoy yo, ya habiendo pasado unos días, encerrada en mi casa mientras que en todo el pueblo está envuelto en un pestilente olor de hostilidad y miedo. Y eso que tanto Bai como Shen no dijeron nada de la conversación que tuvieron con Daiyu.

La situación no podría ser más siniestra, un mujer que iba a lavar las ropas derepente ve algo oscuro serpenteando en el agua. Acaba siguiendo el rumbo por curiosidad y ve algo grande en el fondo del río. Y, al mirar de cerca, pega un grito... Había visto el cadáver de un niño, con la piel de un azul muy claro al morir ahogado y con grandes mordiscos por todo su cuerpo.

Lo peor de todo es que le encontraron en el río de Hao.

Alguien toca el marco de la puerta y volteo la cabeza, encontrándome con Bai.

—¿Puedo entrar?

—Vais a entrar de todas formas—digo tomando pausas por cada palabra.

Él sonríe y entra cabizbajo. Mi padre sale de su cuarto de pronto, ayudándose del bastón y Bai se sorprende.

—Oh, Bai Jiang, ¿a qué se debe vuestra visita?—pregunta serio—. ¿Algo ha ocurrido?

—No, al contrario, señor Yong—vuelve a sonreír, como gesto de cortesía—.Los expertos ya observaron los cuerpos, y acaban de empezar las siete semanas...Al parecer ambos niños eran de familias conocidas en el pueblo.

—Aún así podríais hacer vuestro trabajo en lugar de quedaos quieto sin hacer nada.

Mi padre se sienta y yo me acerco para servirle una taza de té, le regalo una sonrisa de agradecimiento y él asiente con la cabeza.

—Y, sin embargo, señor Yong, no puedo actuar mientras todo el pueblo está de luto—sesienta con nosotros y mantiene una sonrisa de calidez que bien yo querría quitársela.

—Con tanta tradición, al final el dragón matará a otro niño...Pero créeme,un Dios no se preocupa por respetar el luto—contesta mi padre.

—Oh, coincidimos en cuanto a nuestro criterio...—dice con cierta frialdad, pero aún manteniendo su sonrisa—. Pero es más probable que muera a manos de un pueblo si hago esto que de un dragón.

Se produce un silencio incómodo, del cual Bai no sabe como romper. Creo que no tardará en comprender que tal silencio se debe a su visita y no porque estemos mi padre y yo así en nuestro día a día. El cazadragones martillea la mesa con sus dedos, produciendo así el único sonido de la sala a parte de su respiración entrecortada. Mi padre termina su taza y yo le sirvo otra, con toda la compostura que puedo mantener en todos mis movimientos. Bai abre la boca para decir algo pero se muerde el labio. Se levanta bruscamente, moviendo un poco la mesa aunque apenas reaccionamos.

—Gracias por invitarme a entrar, he de practicar tiro con arco...Si me disculpan.

Sale de casa y esperamos hasta que sus pasos desaparecen para hablar.

—Disculpa si no he sido lo suficientemente educado con tu admirador—dice mi padre serio.

—Me ofendes, papá—sonrío—. No podía yo estar menos interesada, de lo que ya estoy, de él.

Canción Triste para el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora