𝗰𝗵𝗮𝗽𝘁𝗲𝗿 𝘁𝘄𝗼

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El vestuario del estadio era un hervidero de emoción y celebraciones. Los gritos de júbilo y las risas de mis compañeros resonaban por todo el espacio, creando una sinfonía de alegría tras una victoria aplastante. Pero, mientras el ambiente era festivo, yo me sentía desconectado, sumido en mis pensamientos. A pesar de que había logrado el sueño de mi vida al fichar para el Real Madrid, una parte de mí seguía anclada en Brasil, en los recuerdos que compartía con Regina.

Me senté en uno de los bancos del vestuario, un lugar donde había tantas historias y risas compartidas, pero en ese momento, todo parecía distante. Saqué mi teléfono, y al desbloquear la pantalla, una foto antigua apareció frente a mí. Era una imagen de Regina y yo tomada cuando teníamos apenas 14 años, un día soleado en el parque donde solíamos jugar y soñar juntos. Ella lucía radiante, con una sonrisa que iluminaba su rostro, mientras yo hacía una mueca ridícula que nos hacía reír a ambos. Éramos dos adolescentes con sueños distintos, pero el mismo amor por la vida y la amistad.

En aquella foto, se podía ver la chispa de la inocencia y la libertad. Regresé a esos momentos en los que no había preocupaciones, donde cada día era una nueva aventura. Recordaba cómo ella hablaba sobre su sueño de tener una pastelería, y yo la animaba, prometiéndole que un día comería sus dulces en la mejor pastelería del mundo. A pesar de que la vida nos había llevado por caminos diferentes, esos recuerdos me hacían sentir que nuestra conexión seguía viva, incluso a miles de kilómetros de distancia.

Mis compañeros seguían celebrando, chocando botellas de agua y riendo a carcajadas. Pero, por alguna razón, no podía dejar de pensar en Regina. Su imagen se había grabado en mi mente, no solo como mi mejor amiga, sino como la persona que siempre había creído en mí, incluso cuando yo mismo dudaba. La idea de dejarla atrás, sin saber cuándo volvería a verla, me llenaba de una tristeza que contrastaba con la euforia de la victoria.

Mientras todos se abalanzaban hacia mí para felicitarme por el gol que había anotado, yo apenas podía sonreír. El eco de las risas se desvanecía en mi mente, y la foto de Regina seguía llamando mi atención. La nostalgia se apoderó de mí, y una punzada de dolor me atravesó el pecho al pensar en la despedida que había tenido lugar en el aeropuerto. Ella había estado tan fuerte, tan llena de esperanza, mientras yo me sentía abrumado por el peso de mis propias emociones.

—¡Kaká! ¡Vamos, hombre! ¡Celebra! —gritó uno de mis compañeros, interrumpiendo mis pensamientos. Me tiraron una botella de agua, y por un momento, me dejé llevar por la atmósfera festiva. Pero, mientras todos reían y compartían historias, no podía evitar sentir que algo faltaba.

𝗧𝗘 𝗔𝗠𝗢 |Ricardo Kaká|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora