Chapter 3

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POR ÚLTIMA VEZ

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POR ÚLTIMA VEZ

Hee no bromeaba cuando dijo que iría desnuda. Ella nunca bromeaba sobre ir desnuda. Cuando me subí a su coche el viernes por la noche, se abrió la gabardina blanca que llevaba y me enseñó sus tetas al aire.
-Muy bonitas -la felicité mientras me sentaba.
-Si esta noche no consigo follar, no volvemos -sentenció-. No voy a darle otra oportunidad a ese cabrón arrogante.
-Es un lobo, Hee -le recordé-. Todos son cabrones arrogantes con una polla que se hincha y se deshincha como un globo.
-Lo que se me va a hinchar a mí es el puto coño como no me folle. -
Hee, pura elegancia en todas sus formas.
Sin embargo, no le faltaba razón. Yo también me había pasado toda la semana subiéndome por las paredes, sobreexcitado y nervioso. Por alguna razón, no podía dejar de pensar en aquel puñetero lobo, en su cuerpo, en su fuerte olor y, sobre todo, en el bulto de su chándal. Sentir ese tipo de deseo por alguien era algo nuevo para mí, y lo odiaba. Lo odiaba con toda mi alma. Me hacía sentir débil y estúpido, como un completo crío sin cerebro.
Pero el jueves por la noche, después de masturbarme por cuarta vez en un día pensando en él, había tomado una decisión. Volvería a aquella mierda de local, encontraría a ese lobo, me lo follaría y después seguiría adelante con mi vida. Eso era lo que haría.
Llegamos en apenas diez minutos, recorriendo un trayecto que duraba veinte a una velocidad razonable y dentro de los límites establecidos.
También si respetabas los semáforos y frenabas un poco en las curvas; todo lo que Hee no hacía. Salí del coche mientras se arreglaba y encendí un pitillo. Me sentía un poco nervioso y excitado, como si pudiera sentir cómo llegaba el momento en que haría mis sueños húmedos realidad. Lo llevaba sintiendo todo el día, trabajando en la tienda y mientras me duchaba y me vestía para la noche, ahorrándome una ropa interior que no iba a necesitar.
Aquella noche yo tenía un hambre voraz y más le valía a ese jodido lobo estar a la altura de las muchas expectativas que tenía de él. Lo quería sucio, salvaje y primitivo.
Me fumé el pitillo rápido y seguí a Hee bajo una fina lluvia de primavera en dirección al local. La misma gente en la puerta, las mismas escaleras que descendían al mismo pasillo con posters de películas de terror y la misma puerta gruesa antes del mismo antro de mierda, ruidoso y maloliente. No quise mirar al piso superior como hizo Hee nada más entrar, antes de dirigirnos a la barra para pedir nuestras bebidas. Ella sacó otro billete de veinte y gritó a una de las camareras, pero en esta ocasión pidió todos los chupitos que tequila que pudiera pagar con el billete. Alcé un poco las cejas y la miré.
-Esta noche o ninguna -me dijo con sus ojos marrones muy fijos en mí.
-Esta noche o ninguna -asentí.
La camarera llegó con cuatro vasos de chupito y los llenó hasta el borde.
-¿Solo cuatro? ¡Estás de broma! -chilló Hee.
La camarera siguió sonriendo, cogió el billete y se alejó mientras Hee la insultaba a gritos. Yo fui a por uno de los chupitos y me lo metí de un trago en la boca. Estaba frío y era desagradable, pero bajó como una lengua de fuego por mi garganta. Sin pensarlo fui a por el siguiente.
-¡Qué puto asco! -gritó Hee tras beberse el suyo, poniendo un montón de expresiones como si estuviera a punto de vomitar. Lo que solía hacer siempre que pedía tequila-. Ahora el otro... ¡Ah, qué puto asco! - repitió tras bebérselo.
Le di un momento para recuperarse e hizo una señal para que fuéramos a la parte superior, donde estaba la manada. Allí había tanta gente como siempre y nos separamos en el mismo punto al lado de la barandilla, con una advertencia muy seria de Hee sobre estar atento al móvil y no «dejarla tirada». Aunque, en realidad, la única que me había dejado tirado a mí en el pasado, había sido ella. No lo dudé y salí en busca del lobo. Miré de un lado a otro, tratando de encontrar unos ojos amarillentos y anaranjados entre la muchedumbre y los sofás, su cuerpo ancho y fuerte y su pelo del negro de la noche. Pero no fui yo quien le encontró, sino él a mí.
Noté una presencia a mí espalda, muy cerca, y cuando giré el rostro le miré, de pie, con la cabeza alta y orgullosa y su expresión serena de párpados algo caídos. Aquella noche llevaba una camiseta de asas negra demasiado apretada, con una gran abertura que mostraba el inició de sus pectorales grandes y repletos de vello negro, y unos pantalones grises de chandal bajo los que, estaba bastante seguro, no llevaba nada. Ya empezaba a tener su pelo demasiado largo y se le ondulaba, casi rizándosele sobre la cabeza, y la barba espesa estaba demasiado larga y descontrolada. Parecía un estúpido pandillero, o un mafioso de tres al cuarto con su collar de cadenas y sus enormes y musculados brazos al aire, a punto de pegarte una paliza o de dejarte llorando en una esquina. Parecía sucio, un puto cerdo y un completo gilipollas; y, por alguna razón que no conseguía entender, eso no podía ponerme más cachondo...
Me mojé los labios con la lengua y me esforcé mucho en mantener la apariencia serena y controlada. No me gustaba mostrar emociones a los demás, porque eso les hacía creer que te importaban y que podrían hacerte daño; aunque en aquel momento el corazón me latía más rápido en el pecho y sentía la respiración un poco más acelerada. Había venido a por él y, si realmente podía oler en mí lo que iba a pasar, solo debería tenerme miedo.
Levanté una mano y la puse en su costado, saltándome el paso de los brazos, me incliné y me puse de puntillas para poder hablarle al oído; pero eso no pareció gustarle y retrocedió un poco, girando el rostro y rozando el mío para no dejar su cuello al descubierto. Me miraba muy atentamente y en silencio, con aquellos ojos amarillentos que parecían brillar incluso en la penumbra de luces frías del piso superior. Todavía recordaba lo que habían dicho en la charla, todo eso de que ellos debían ser los que tomaran el primer paso, así que cogí aire, captando su fuerte olor incluso en aquel ambiente saturado y cerrado, y asentí lentamente.
-¿Quieres bailar? -le pregunté en voz lo suficiente alta para que me oyera.
El lobo cabeceó hacia el lado, señalando las escaleras que bajaban a la pista de baile. Volví a asentir y caminé en aquella dirección, seguido muy de cerca por él. Iba justo detrás, a un paso de distancia, pero sin llegar a colocarse a mi lado. Bajé las escaleras siguiendo el ritmo movido de la música con la cabeza y los hombros hasta llegar a donde estaba toda la gente, apiñada y bailando aquella canción tecno repleta de bajos mientras una lluvia de luces flasheantes les caía encima. Entonces me giré y le miré, una enorme sombra de ojos salvajes que a veces iluminaban luces de colores. Daba un poco de miedo verle así, como si perdiera parte de su humanidad para mostrar la clase de bestia que era en realidad; pero aquella sensación de peligro era casi parte del juego. Supongo que no ibas a club de lobos para follarte a uno si no estabas un poco mal de la cabeza.
Seguí moviéndome al ritmo de la música que, para mí, era como bailar de una forma caótica y sin sentido. Miraba al lobo, pero no hice nada por acercarme a él, solo esperé tranquilamente a que se acercara, se pegara mucho y empezara a seguir el ritmo conmigo. Para ser alguien tan grande, el cabrón sabía moverme muy, muy bien. Y a mí me gustaban mucho los hombres que sabían bailar, los que sabían qué hacer con la cadera y cuando, mientras seguían el ritmo cada vez más rápido y profundo de la música. Me rodeaba, me tocaba, se ponía muy cerca y agachaba la cabeza, rozándola de vez en cuando con la mía. Su olor estaba por todas partes, cada vez más denso y penetrante cuanto más se movía. Y me estaba volviendo loco. Yo ya venía bastante cachondo de casa, pero aquello... aquello me puso de una forma no creía que fuera capaz de sentir. El corazón me retumbaba en el pecho, la música, las luces, aquel sudor, el calor de su cuerpo, su tamaño y quizá el alcohol; todo se mezcló en un momento que me hizo sentir drogado y en las nubes. Y yo sabía muy bien lo que era eso.
En mitad de aquella locura, el lobo me dio la vuelta para ponerme de espaldas a él y me mordió en la parte baja del cuello, cerca de la nuca, con su gran boca. No me hizo daño y no me llegó a clavar los dientes, solo sentí la presión y la humedad mientras me metía las manos debajo de la camiseta para recorrerme el cuerpo sin ningún límite. A esas alturas yo ya estaba dispuesto a cualquier cosa. Tenía una erección de caballo en mis pantalones y un objetivo muy claro en mente: follarme al lobo. Él me soltó y entonces puso su enorme mano alrededor de mi nuca, sin demasiada delicadeza, me empujó para que fuera delante de él en dirección a la entrada.
Me trastabillé un poco, un tanto mareado y confuso para seguir su ritmo apurado tras de mí. Dejamos atrás la música atronadora, las luces cegadoras y el denso olor a cerrado. Yo respiraba agitadamente, parpadeando de vez en cuando para acostumbrar la vista y enfocarla en la calle. El lobo me estaba guiando con una mano apretada y tensa alrededor de mi cuello y la otra alrededor de mi muñeca. Podía oír sus jadeos graves y notar su enorme pecho elevándose y descendiendo cerca de mi espalda.
Dejamos atrás la entrada del club y traté de mirar hacia un lado, pero él apretó mi cuello con firmeza y soltó un gruñido de enfado. No sabía a dónde me estaba llevando, pero el callejón no quedaba en esa dirección y, si hubiera estado sobrio y consciente, me hubiera puesto de los jodidos nervios con toda aquella situación. Nos detuvimos frente a un enorme Jeep negro aparcado al lado de la acera, con los cristales tintados y ruedas un poco gastadas. El lobo me soltó la muñeca un momento para abrir la puerta de atrás y casi me empujó al interior. Tuve que dar un pequeño salto y casi gatear por el gran asiento trasero. Entonces entró el lobo y cerró la puerta antes de echarse sobre mí.
Me quitó la cazadora sin ningún cuidado, tirando de ella hacia arriba hasta que salió de mis brazos, hizo lo mismo con mi camiseta y la tiró a algún lado que no pude ver. Sin ningún tipo de miramiento, me bajó los pantalones, puso su enorme mano sobre mi cabeza apretándomela contra el asiento y me metió la polla. Yo estaba atontado y me costaba racionalizar lo que estaba pasando, pero sí noté aquel bulto carnoso e increíblemente húmedo que se coló dentro de mí demasiado deprisa, llenándome en apenas un par de segundos de una forma que jamás había sentido. Solté un grito de queja y abrí la boca.
-¡Ten cuidado, puto gilipollas! -le grité con los dientes apretados.
Sin embargo, el lobo no se detuvo, con un jadeo ininterrumpido empezó a follarme sin parar. Apreté las manos contra el asiento de cuero y apreté los dientes mientras jadeaba y gruñía. No es que me hiciera daño, porque podía notarlo tan húmedo que casi goteaba desde mi ano, completamente lubricado; era más bien por la intensidad y el ritmo que había puesto ya desde el principio. El lobo me la metía sin parar, moviendo la cadera una y otra vez sobre mí mientras me apretaba la cara contra el asiento. De pronto sentí algo caliente y denso dentro de mí y el lobo gruñó más fuerte, como un animal salvaje. Ya se había corrido, pero eso no le detuvo. Siguió, joder si siguió.
Tras aquella primera eyaculación se dejó caer sobre mí, tan pesado como era, me mordió el pelo de la cabeza y me rodeó los brazos, apretándome las muñecas como si quisiera inmovilizarme mientras continuaba aquel ritmo enloquecido de cadera. Apestaba a sudor caliente y denso, sobre mí, cubriéndome por completo y ahogándome.
Yo luchaba por seguir respirando mientras gruñía y sentía una excitación y placer como jamás lo había sentido antes. Era muy duro, sin duda, pero no había ido a por un lobo para que me diera besitos y caricias. Aquello era sexo animal y descontrolado, sin parar y sin tregua.
Noté un segundo chorro caliente dentro de mí y, creo, que yo también me corrí en aquel momento, aunque no pude estar seguro porque estaba sintiendo demasiadas cosas y todo era una completa locura. El lobo me recogió los brazos, todavía rodeándome con fuerza las muñecas, y las puso alrededor de mi cabeza, cubriéndome incluso más. Dejó de morderme el pelo y de tirar de él y se puso a jadear como un perro mientras seguía follándome sin parar. Desde que me la había metido hasta que se corrió por tercera vez, jamás dejó aquel ritmo apurado de cadera, llenándome sin parar y sin llegar a separarse demasiado antes de volver a clavármela hasta el fondo. Cuando sentí un tercer chorro caliente en mi interior, al fin se detuvo. Se quedó completamente parado, sufrió una especie de espasmo y volvió a apretarse para metérmela mientras gruñía de una forma extraña con la garganta y soltaba un jadeo. Lo hizo una vez más y entonces sentí la famosa «obstrucción postseminaria».
Yo ya estaba en las nubes en ese momento, en un límite sudoroso y jadeante de corazón desbocado y una densa calma casi narcótica; aun así, pude notar aquella extraña y confusa sensación de que algo se agradaba en mi recto y me llenaba por completo. No era doloroso, era como si de pronto te hubiera puesto un tapón a medida. El lobo se quedó sobre mí, jadeando en mi oreja, sudado como un cerdo y apestándolo todo. Si ya era fuerte e intenso cuando estaba seco, fresco era incluso peor. Te llenaba las fosas nasales y se pegaba a todo; denso, un poco almizclado y salado. Sabía, es que estaba seguro, de que aquello debería repugnarme; y aun así no podía evitar que me gustara. Era como si una parte más primitiva de mí reconociera aquella peste como algo bueno, algo que debiera atraerme mucho y hacerme sentir bien.
El lobo no se movió en un par de minutos, recuperando el aliento perdido y cubriéndome de arriba abajo con su enorme cuerpo. Cuando su respiración se calmó un poco, levantó la cabeza y lo que hizo fue frotarme su rostro empapado de sudor contra mi cara y mi pelo; como si quisiera asegurarse de que aquella peste se quedara bien pegada a mí. No hice nada para evitarlo, sinceramente, me sentía como si acabara de tener un subidón y ahora todo estuviera bajando, dejándome sin fuerzas incluso para pensar.
Debía reconocerlo. Follarse a un lobo era toda una jodida experiencia.
Un tiempo después, la inflamación en mi recto empezó a disminuir y el lobo al fin pudo sacar la polla y levantarse. Aun así me quedé un momento más allí tirado, respirando profundamente ahora que no tenía a un hombre de... ¿ciento y pico kilos encima? Solté un resoplido e hice fuerza con unos brazos temblorosos para incorporarme. Me senté lentamente y me subí la cintura del vaquero mirando hacia los asientos de delante.
-Joder... -dije con una voz ronca y seca, frotándome el rostro-. Qué puto viaje...
Tragué saliva y ladeé el rostro para mirar al lobo, que me miraba de vuelta con sus ojos amarillentos y anaranjados rodeados de pestañas gruesas y densas. Levanté una mano y apoyé el codo en el respaldo antes de acariciarle el pelo rizoso y desordenado. Quizá fueran las feromonas o el pedazo de polvo que acababa de echarme, pero ese lobo me pareció un cabrón muy atractivo, con una belleza ruda y tosca, a juego con su imagen de mafioso y su olor intenso. El coche estaba en penumbra y solo la luz de una farola lejana conseguía colarse por el cristal trasero, iluminando apenas ligeramente nuestros rostros. Le miré con detenimiento mientras él entreabría los labios y entornaba ligeramente los ojos, acentuando esas pestañas largas y tan «femeninas» en contraste con el resto de sus facciones.
Empezó a producir aquel ronroneo de garganta y a dejar caer la cabeza sobre mi mano para que continuara masajeándole el pelo. Yo no era de los que daban muchas caricias, pero ver a un Hombre Lobo como el caer rendido ante algo tan simple, me producía un extraño placer.
Levanté mi otra mano y la metí suavemente por dentro de su camiseta de asas. El lobo abrió los ojos y siguió con atención lo que hacía, preocupado de que, quizá, quisiera hacerle daño. Eso cambió cuando empecé a acariciarle el abdomen de arriba abajo, siguiendo esa mezcla de abdominales y leve barriga con vello negro y suave. Eso fue demasiado para él, quien recostó de nuevo la cabeza y empezó a gruñir más alto tras cada respiración. Tras un minuto o dos así, le costó mantenerse despierto, dando pequeños saltos de alerta cuando creía haberse quedado dormido.
-Ey... fiera -le llamé con un murmullo-. Tengo que irme.
Aparté suavemente las manos de él y busqué mi camiseta y mi cazadora tirada por el suelo.
-Ha estado muy bien -reconocí mientras me vestía-. Los lobos sabéis lo que hacéis.
Revisé que tuviera todo en los bolsillos y fui a abrir la puerta del Jeep para bajarme.
-Nombre -oí entonces. Una voz grave y densa, profunda.
Giré el rostro y miré al lobo, que me miraba de vuelta con su expresión seria. Tardé un par de segundos en responder:
-Hoseok.
El lobo asintió y se llevó una mano al abultado pecho.
-Jeongguk -dijo.
Esa vez asentí yo.
-Muy bien, pues... ya nos veremos, Jeongguk -y abrí la puerta.
-Semana que viene -dijo él y esperó a que le mirara desde el exterior del coche para mover la cadera como si follara-. Más.
-Claro -respondí antes de llevarme una mano a la frente y dedicarle
una especie de saludo militar a forma de despedida-. Nos vemos, fiera.
Cerré la puerta y rodeé el enorme coche todoterreno hasta llegar a la acera, sacándome un pitillo y encendiéndolo mientras caminaba. Solté una voluta de aire por encima de la cabeza, hacía la ligera lluvia de primavera que caía de un cielo oscuro. Aquel lobo se llamaba como un puto perro.
Sonreí y negué con la cabeza. El sexo había sido cojonudo, pero no iba a volver a aquel club ahora que lo había probado. Confiaba que una vez fuera suficiente para quitarme el calentón de encima y seguir adelante sin tener que pasarme la semana masturbándome como un adolescente.
Caminé hacia la entrada del local y tiré la colilla del pitillo a un lado.
Miré el móvil y no vi ninguna llamada perdida de Hee, así que supuse que le habría ido bien. Me quedé allí, sin demasiadas ganas de volver al interior.
Me saqué otro pitillo y lo encendí con la espalda apoyada en la verja metálica al lado de las escaleras. El aire nocturno era fresco y limpio, pero podía notar la peste que el lobo había dejado por todo mi cuerpo, incluso más intensa y penetrante que la semana anterior. Y si yo podía olerla, seguro que los demás lobos no necesitaban más que un olfateo rápido para saber que su compañero Jeongguk , me había dado un buen viaje en su coche. Aquella era una idea que no me gustaba y no me hacía sentir cómodo en absoluto.
Antes de terminar el segundo pitillo, el móvil vibró en mi bolsillo y respondí.
-¿Dónde coño estás? -me preguntó una Hee muy enfadada.
-Afuera, en la puerta.
Colgó y apenas diez segundos después la vi llegar por las escaleras con una expresión enfadada en el rostro. La noche no había ido tan bien para ella como había ido para mí.
-Vámonos, este local es una mierda -tiré la colilla a un lado y la seguí hacia la carretera-. Estos lobos no saben lo que es bueno. Es una apestosa manada sin gusto ninguno.
Ladeé la cabeza, como si me lo pensara.
-Quizá -le concedí.
-Apestas, ¿te has follado al lobo?
-No -mentí-. Solo bailamos un poco.
-¡Agh! ¡No me lo puedo creer! -exclamó-. ¿Cómo cojones lo conseguís? ¡Yo me he pasado la noche acariciándole el brazo a ese hijo de puta y abriéndome de piernas! ¿Sabes lo que hico él? ¡Se llevó a una subnormal con cara de troll al baño!
-Vaya, ¿ella también iba desnuda debajo de la gabardina?
-¡Solo llevaba minifalda sin bragas! -exclamó, entrando en el coche
y cerrando la puerta de un golpe seco después de sentarse-. No vamos a volver -decidió por ambos cuando me senté en el copiloto-. Iremos a probar al Media Noche antes del Celo.
-Abril está a la vuelta de la esquina, no te dará tiempo -le recordé-.
Esperemos a octubre.
-¿Quieres que me pase medio año cachonda como una perra, Hoseok?
-De acuerdo, ve al Media Noche y trata de encontrar un lobo de última hora. Yo paso -respondí-. No voy a volver a ningún antro de estos.
Y lo dije en serio, totalmente convencido de que no iba a volver. Lo que no sabía era que, recién follado y con el culo aún lleno de semen de lobo, era mucho más sencillo olvidar la excitación y el deseo que, durante la semana, volvería a arder con más fuerza cada día dentro de mí.

 Lo que no sabía era que, recién follado y con el culo aún lleno de semen de lobo, era mucho más sencillo olvidar la excitación y el deseo que, durante la semana, volvería a arder con más fuerza cada día dentro de mí

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⏰ Última actualización: Feb 23 ⏰

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