Era la hora exacta en la que salía el sol en el tranquilo pueblo de San Ruso, haciendo que el amanecer permaneciera oscuro, aferrándose a la noche sin mucha prisa. Doi subía el último tramo de la empinada cuesta con sus pulmones al límite. Cuando Nat lo vio a lo lejos le regaló una sonrisa llena de entusiasmo.
-¡Llegas justo a tiempo!- Gritó ella efusiva. Doi la miró confundido, esforzándose por no morir de agotamiento- Te ibas a perder la vista.
Doi la alcanzó casi al borde del desmayo. Cuando alzó la vista lo recibió un amanecer rojo que nacía sobre su pequeño pueblo aún dormido. Se pararon uno junto al otro y en silencio encararon el hermoso panorama.
San Ruso era un pueblo pequeño, rodeado por bosques de pinos y montañas. Las casas triangulares se vestían de café o blanco, a excepción de algunas rebeldes que pintaban de rojo o amarillo el paisaje. Todas se esparcían sin un aparente orden montaña arriba. Doi pudo ver su casa desde allí, pero no quiso mencionarlo. Más bien miró a Nat, tratando de imaginar que pasaba por su cabeza mientras veía el pueblo, que para él era todo su mundo.
Conocía muy bien cada rincón de ese mundo. Reconocía las caras de cada persona que en ese instante dormía. Doi se pasaba los días observándolos en sus vidas cotidianas, memorizando las rutas, las casas y sus colores, imaginando cientos de historias con cada uno de ellos. Soñando, mientras las vidas de todos pasaban sin percatarse de él.
-Pensé que no vendrías, la verdad- dijo ella después de un rato, sin despegar la vista del panorama. Doi sacudió la cabeza saliendo de sus pensamientos.
-Me debes dinero. Tenía que venir, la verdad- Respondió Doi pensativo.
-Oye gafitas- Nat le sonrió pícara y caminó al otro lado del mirador. Al girarse, Doi se encontró a Nat subida hasta el techo en una pintoresca camioneta.
-Bienvenido a mi humilde hogar- Dijo llena de orgullo con los brazos extendidos.
Se trataba de una van mediana, verde con blanco amarilloso, de esas que parecen antiguas pero en muy buen estado, totalmente adaptada para vivir en él. Doi pudo ver por las ventanas el espacio trasero del auto alumbrado con lucecitas amarillas y una cama desecha que ocupaba la mayoría del espacio. Era bastante acogedor... Y pequeño. La tapa delantera del motor estaba abierta, y en el suelo descansaba la botella vacía de aceite que Nat había comprado horas antes.
-Bonita camioneta- dijo. Doi sabía poco o más bien nada de autos.
-De hecho, es una furgoneta, pero gracias- dijo mientras bajaba ágilmente del techo- Nos costó mucho esfuerzo reformarla y aunque necesita que la consientan de vez en cuando, es bastante responsable.
Al bajar, se sumergió hasta la cadera en el compartimento del motor, dejando al aire sus cortas piernas. Doi se acercó curioso, carraspeó la garganta para llamar la atención.
-Parece que estás reparando la correa de abajo, la que llega hasta aquí- dijo inseguro e ignorante. Algo de eso había visto en una película y rogó que estuviera en lo cierto. Nat levantó la cabeza para mirarlo sorprendida.
-No tienes ni idea de coches, ¿Verdad?- exclamó.
-¿Es muy obvio?- Doi sonrió avergonzado y ella estalló en una carcajada.
Doi sentía especial curiosidad en lo auténtica que era Nat. Cada uno de sus movimientos se sentía lleno de libertad, su risa salía desbordada y sus palabras fluían solas... Tenía más explosividad de la que él estaba acostumbrado. Su mundo era más bien estructurado, sus acciones premeditadas y sus palabras perfectamente formuladas... La mayoría del tiempo, cuando sabía de lo que estaba hablando.
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Cuando Corren las Estrellas
AdventureAcompaña a Doi (20), un joven tranquilo atrapado en la monotonía de su vida, mientras se embarca en un viaje único junto a Nat (19), una chica audaz y enigmática que irrumpió en su mundo en la noche menos esperada. Movidos por una chispa de aventura...