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MIRE el hermoso vestido que descansaba sobre mi cama con el ceño fruncido. No me sentía del todo cómoda con la idea de tener que vestirme así, de manera tan elegante y calculada, solo para impresionar a los Palacios. Pero sabía que no tenía opción. Las expectativas estaban claras, y mi padre no era de los que aceptaban un "no" como respuesta.

—Señorita Laila, su padre me mandó a avisarle que hoy vendrán los Palacios. El vestido fue escogido por su estilista —anunció la asistente mientras entraba en mi habitación. Asentí en silencio, y ella salió discretamente.

Me acerqué al vestidor en busca de un conjunto de ropa interior de encaje. Claramente, tenía una debilidad por el encaje. Me gustaba cómo se sentía contra mi piel, esa mezcla de delicadeza y poder que me hacía sentir. Después de ponérmelo, con cuidado me deslicé dentro del vestido de seda. Tenía que ser cuidadosa, no quería arruinar ni una sola fibra de esa tela que parecía fluir como agua sobre mi cuerpo.
Toqué la campanilla en mi tocador, y casi al instante, mi maquillador apareció con su equipo en mano.

—Quedaste di-vi-na —dijo con una sonrisa, separando las sílabas como si las estuviera saboreando. No pude evitar soltar una pequeña risa.

—Muchas gracias —respondí, sonriendo con cortesía. Él asintió satisfecho y salió de la habitación, dejándome en silencio con mis pensamientos.

—Laila, ven a cenar y compórtate —ordenó mi madre desde la puerta. Su tono era seco, casi autoritario, como siempre. Me levanté, me puse los tacones cuidadosamente, y la seguí escaleras abajo.
Al llegar al salón principal, respiré hondo antes de entrar. La cena era un evento más que una simple comida. Era una negociación disfrazada de cordialidad, un juego de poder en el que todos debíamos actuar nuestro papel. No importaba lo que sintiera, lo que deseara, en esta mesa solo había espacio para lo que mi familia esperaba de mí.

—Buenas noches —saludé al llegar al pie de las escaleras.

—Buenas noches —respondió Pedro, el patriarca de los Palacios, con una sonrisa calculada. Nos estrechamos la mano y nos dimos dos besos en las mejillas, como dictaba la etiqueta. Mateo, sin embargo, no dijo nada, apenas un asentimiento breve y una mirada que me recorrió de arriba abajo. Sus ojos oscuros siempre tenían ese brillo de arrogancia que me ponía los nervios de punta.

Nos sentamos en la mesa, todos en nuestros lugares designados, mientras mi madre organizaba cada detalle con una precisión milimétrica.

—Hoy cenaremos pavo. ¿Les parece bien a ambos? —preguntó mi madre, aunque su tono dejaba claro que no aceptaba otra respuesta que no fuera un sí. Pedro asintió cortésmente, y Mateo simplemente siguió su ejemplo.

El ambiente estaba cargado de tensión, aunque todo el mundo trataba de mantener las apariencias. Mi padre rompió el silencio con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

—Laila, ¿por qué no les cuentas a nuestros socios tus planes para el futuro? —sugirió. Pero no era una sugerencia, era una orden disfrazada. Sabía que lo hacía para demostrar su control, para presumir de que su hija seguía el camino que él había trazado para ella.


—Cuando termine la carrera universitaria, volveré a Sicilia para controlar mejor el negocio familiar y establecer lazos importantes con la Cosa Nostra —recité como si estuviera leyendo un guion. Las palabras salían de mi boca, pero no me pertenecían.

Pedro me observó con interés. —¿Qué estudias? —preguntó con curiosidad.

—Administración de empresas —respondió mi madre por mí, como si yo no pudiera hacerlo sola. Le dirigí una sonrisa incómoda, agradeciendo internamente que hubiera tomado la palabra para mí. No tenía ganas de hablar más de lo necesario.

El ambiente se tensó aún más cuando Mateo, con su típico aire de despreocupación, decidió interrumpir la conversación.

—Lamento interrumpir su aburrida charla, pero ¿dónde está el baño? —preguntó con una sonrisa ladeada, esa que parecía siempre burlarse del mundo.

Mi padre, sin siquiera pestañear, dio la orden. —Laila, acompaña a Mateo al baño principal.Me levanté, reprimiendo el suspiro de frustración que amenazaba con escapar de mis labios. Le hice una señal a Mateo para que me siguiera, y lo llevé hacia el baño principal. El pasillo estaba silencioso, y mis tacones resonaban en el suelo de mármol con un eco que hacía que mi corazón latiera un poco más rápido de lo normal.

Cuando llegamos al baño, pensé que se metería y acabaría con esto rápidamente. Pero en lugar de eso, en un movimiento que no vi venir, Mateo me acorraló contra la pared. Su cuerpo se pegó al mío, y su aliento caliente rozó mi cuello.

𝐌𝐚𝐥𝐚 𝐯𝐢𝐝𝐚 ; 𝐓𝐫𝐮𝐞𝐧𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora